Los grandes personajes de la Historia

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32: Winston Churchill » De ministro liberal a reaccionario conservador

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De ministro liberal a reaccionario conservador

En 1922 se rompió la coalición entre los partidos Liberal y Conservador que había llevado a Gran Bretaña a la victoria en la Gran Guerra y que había sido vista como garantía de estabilidad para los momentos posteriores a la firma del armisticio. A partir de ese momento se abrió un período de profundos cambios. Fueron los años en que se resquebrajó el tradicional sistema bipartidista británico, ya que a la izquierda de los liberales había surgido el Partido Laborista (muy cercano a la ideología socialista y popular entre las masas obreras) que le estaba comiendo el terreno a pasos agigantados. Entre 1922 y 1924 Churchill no ganó en las elecciones y no obtuvo escaño en los Comunes. Frente al cambiante panorama político propuso temporalmente la creación de un partido de centro que sirviese de colchón y contrapeso de los extremos políticos. Pero ideológicamente, desde el final de la guerra llevaba experimentando un regreso a sus postulados conservadores. Un regreso vehemente y vigoroso, ya que el motivo que acabó con las veleidades progresistas de Churchill fue la Revolución rusa de 1917 y el consiguiente surgimiento del comunismo como movimiento político a escala internacional, que consideró desde el principio como un peligro inmenso para la supervivencia de su país y de la misma civilización europea. Ya dio muestras tempranas de estas actitudes en los momentos finales de la guerra, mostrándose partidario de prolongar la actividad bélica en el frente oriental con el objetivo de apoyar a los sublevados contra el poder soviético en Rusia, y en el ámbito nacional vertió su animadversión hacia el comunismo en el nuevo y pujante Partido Laborista, que en realidad distaba mucho de comulgar con el bolchevismo.

Así estaban las cosas cuando en 1924 fue admitido de nuevo en el Partido Conservador, liderado ahora por Stanley Baldwin, pero con reservas y sin muestras públicas de reconciliación. Churchill repetía el gesto que había realizado veinte años antes y de nuevo era recibido con estupor por la opinión pública. Pese al paso del tiempo parecía seguir conservando intacta su capacidad para generar titulares en la prensa, y con motivo. No obstante y gracias a que se había ganado una gran fama entre los sectores más ultramontanos del conservadurismo por su anticomunismo militante, Baldwin lo incluyó cuando formó gobierno en 1925 (con el apoyo de los liberales y tras el primer y fugaz gabinete laborista). Pero no estaba muy dispuesto a que le amargase la labor de gobierno, por lo que decidió concederle una cartera, la de Hacienda, que le mantuviese ocupado y que no estimulase su ya de por sí vigorosa iniciativa. Sabía que no rechazaría su nombramiento como canciller del Exchequer (por haber sido el puesto que había ocupado su padre en el gobierno) pese a que no le interesase su área de trabajo. Y así fue efectivamente. Churchill ocupó el cargo hasta 1929; durante su mandato se aprobó el regreso de Gran Bretaña al patrón oro, decisión que le valió duras críticas del economista John Maynard Keynes, aunque la opinión pública la aceptó positivamente, y jugó un papel destacado en la respuesta del gobierno a la huelga general convocada por los sindicatos en 1926. Pero su nuevo cargo no aumentó su interés por las cuestiones fiscales, aunque lo desempeñó impecablemente, como el resto de sus gestiones al frente de un ministerio. Fueron años en los que se centró con renovada pasión en la escritura, que culminó con la publicación de su visión personal de la Primera Guerra Mundial (los cinco volúmenes de su Crisis mundial se publicaron entre 1923 y 1931) y que continuaron a lo largo de la década siguiente, en los que publicó una gran biografía de su antepasado el primer duque de Marlborough (destacado militar de comienzos del siglo XVIII) y una Historia de los pueblos de habla inglesa.

Esta fecundidad narrativa a lo largo de la década de 1930 se debe a que durante todo ese período estuvo fuera del gobierno (aunque los conservadores gobernaron desde 1935). Fueron años en los que compaginó su escaño en los Comunes con una exitosa actividad como columnista y con un cierto repliegue a su vida familiar. En 1908 se había casado con Clementine Hozier y habían tenido juntos un hijo y tres hijas. Fue un matrimonio discreto y que duró toda la vida. Si Churchill salía con cierta asiduidad en la prensa por su actividad política, nunca lo hizo por su vida familiar. Fueron también años de soledad política, puesto que fue prácticamente la única voz que se levantó contra la política de apaciguamiento aplicada por los gobiernos británicos para intentar contentar a la Alemania de Hitler. Churchill se había mostrado contrario con anterioridad a estrategias de cesión parcial para acabar con conflictos en los que consideraba que las cuestiones de principio jugaban un papel importante, tal fue el caso de la política desarrollada con los independentistas indios liderados por Gandhi. Cuando en 1933 Hitler llegó al poder y puso en marcha una política militar de rearme y una internacional de expansión territorial, Churchill percibió inmediatamente el peligro. En palabras de Marc Ferro, «Winston Churchill, solo contra todos, hizo saltar la alarma contra Hitler, “un peligro para la paz y la civilización”. Lo hizo ya en 1933. Pero nadie le escuchaba, pues en los círculos políticos era “un hombre acabado”, un has been». Efectivamente, sus críticas eran consideradas como un discurso trasnochado, romántico, poco realista con la situación internacional, pronunciado por un viejo partidario de la guerra como solución de lo que consideraba como amenazas. Pero el tiempo se dedicaría a demostrar en breve que no estaba tan alejado de la realidad y que el riesgo bélico que representaba Hitler era muy real.

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