Los grandes personajes de la Historia

Los grandes personajes de la Historia


33: Albert Einstein » Un incómodo personaje público

Página 214 de 268

Un incómodo personaje público

La publicación de los artículos de 1905 marcó un antes y un después en la historia de la ciencia y también en la vida de Einstein. Aunque al comienzo su revolucionaria Teoría de la relatividad fue recibida con escepticismo, poco a poco y conforme se la iba sometiendo a distintas pruebas de las que salía airosa, fue ganando adeptos. Entre ellos, el matemático y antiguo profesor de Einstein en el Politécnico, Hermann Minkowski, quien, convencido de la colosal aportación que ésta suponía, la presentó de forma pública en una conferencia pronunciada en la Universidad de Gotinga en 1907. Como indica el escritor Mario Muchnik, «para Einstein fue el comienzo del éxito». Al año siguiente el mismo Minkowski presentó la Teoría de la relatividad especial ante el Congreso de Científicos y Médicos Alemanes reunido en Colonia. La reputación de Einstein iba aumentando de forma paulatina, de modo que en 1909 no sólo fue él mismo quien defendió su Teoría ante el Congreso de Científicos y Médicos Alemanes, sino que abandonó la Oficina de Patentes de Berna al ser elegido como profesor adjunto de la Universidad de Zúrich. Las ofertas de trabajo de las más prestigiosas instituciones comenzaron a llegar en cascada, y así en 1911 la Universidad de Praga le ofreció un puesto de profesor titular. Ese mismo año tuvo lugar la primera de las conferencias sobre física patrocinadas por Ernest Solvay (que desde entonces serían anuales) a la que se convocó a los físicos más prestigiosos incluyendo a Einstein. Como recoge Muchnik, Marie Curie, Poincaré, Rutherford o Plank, entre otros, recibieron con auténtico entusiasmo al joven científico cuyas teorías estaban planteando una auténtica revolución. La primera llegaría a afirmar: «En Bruselas pude apreciar la claridad de su mente, la vastedad de su documentación y la profundidad de sus conocimientos. Si se tiene en cuenta que el señor Einstein es aún muy joven, se puede cifrar en él las mayores esperanzas y ver en él a uno de los teóricos más importantes del futuro».

Las cosas comenzaban a marchar bien para Einstein, que además acababa de tener a su segundo hijo con Mileva (en julio de 1910). Por entonces recibió ofertas para incorporarse a las universidades de Leiden, Utrecht y Viena, pero no aceptó ninguna de ellas. Desde 1911, Einstein trabajaba denodadamente en la búsqueda de una teoría de la interacción gravitacional que fuese compatible con los principios que había establecido en su Teoría de la relatividad especial. Cuando en 1912 recibió la oferta de una cátedra en el Instituto Politécnico de Zúrich, su antigua alma mater, no dudó en aceptarla. Allí trabajaba el matemático Marcel Grossmann, lo que le permitiría investigar conjuntamente con alguien que le diese el enfoque matemático que necesitaba para establecer su nueva teoría. A finales de 1913 ambos publicaron un artículo titulado «Esbozo de una teoría general de la relatividad y de una teoría de la gravitación». Sólo quedaban algunos flecos por cerrar, pero la Teoría general de la relatividad despuntaba en el horizonte.

Para entonces Einstein había abandonado el Politécnico de Zúrich pues el mismo Max Planck le había hecho llegar una oferta difícilmente rechazable: la Real Academia Científica de Prusia le ofrecía pasar a formar parte de sus miembros, al tiempo que se le ofertaba un puesto de profesor sin obligaciones docentes en la Universidad de Berlín y la dirección de la división de investigaciones científicas del Instituto Kaiser Wilhelm. En abril de 1914 Einstein se trasladó con su familia a Berlín y volvió a aceptar la nacionalidad alemana, requisito necesario para el desempeño de sus nuevos cargos. Una vez en Berlín, el 25 de noviembre de 1915 presentó ante la Academia prusiana la formulación definitiva de la Teoría general de la relatividad. En palabras del profesor Sánchez Ron, «nadie antes o después de Einstein produjo en la física una teoría tan innovadora, tan radicalmente nueva y tan diferente de las existentes anteriormente». El prestigio de Einstein entre la comunidad científica era enorme, por lo que su presencia pública se fue haciendo cada vez más notable.

Pero las opiniones políticas del científico, que ya no pasaba desapercibido al menos entre la comunidad académica, no encajaban precisamente bien con el clima que se respiraba en Alemania hacia 1914. En el mes de agosto estalló la Primera Guerra Mundial y en los primeros días del conflicto se produjo la invasión alemana de Bélgica. La crítica internacional provocó que un grupo de noventa y tres intelectuales alemanes firmasen e hiciesen público un Manifiesto al mundo civilizado en el que justificaban la intervención bélica y hacían una ardiente defensa del militarismo alemán como expresión de su cultura. Einstein era un pacifista convencido y el rechazo que sentía por el militarismo y sus manifestaciones en todos los órdenes de la sociedad era algo tan arraigado en él que ya de adolescente le había hecho renunciar a la nacionalidad alemana y abandonar Múnich. Aunque mostrarse públicamente en contra de la postura oficial del estado alemán podía ser peligroso en ese momento, cuando el pacifista alemán Georg Nicolai hizo circular una réplica al vergonzoso Manifiesto, Einstein no dudó en firmarlo. Sólo dos personas más se atrevieron a hacerlo.

En el Manifiesto a los europeos, título de dicho documento, se criticaba abiertamente el apoyo de la comunidad científica alemana a la invasión de Bélgica, el recurso a las armas como solución de los conflictos y se abogaba por el paneuropeísmo. Así en él podía leerse: «La guerra que ruge difícilmente puede dar un vencedor; todas las naciones que participan en ella pagarán, con toda probabilidad, un precio extremadamente alto. Por consiguiente, parece no sólo sabio sino obligado para los hombres instruidos de todas las naciones el que ejerzan su influencia para que se firme un tratado de paz que no lleve en sí los gérmenes de guerras futuras (…). Nuestro único propósito es afirmar nuestra profunda convicción de que ha llegado el momento de que Europa se una para defender su territorio, su gente y su cultura. Estamos manifestando públicamente nuestra fe en la unidad europea, una fe que creemos es compartida por muchos; esperamos que esta manifestación pública de nuestra fe pueda contribuir al crecimiento de un movimiento poderoso hacia tal unidad». Pero desgraciadamente las palabras del Manifiesto iban a ser proféticas en lo que habría de suceder si no se ponía fin al enfrentamiento. Los tratados de paz que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial tras cinco años de enfrentamiento bélico y la muerte de millones de personas prepararon el escenario para la Segunda. Mientras, Einstein había logrado señalarse como un individuo poco grato a los ojos del régimen político alemán, algo que tampoco mejoraría con el final de la guerra.

Ir a la siguiente página

Report Page