Los grandes personajes de la Historia

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33: Albert Einstein » Fama mundial y exilio político

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Fama mundial y exilio político

Los años de la Primera Guerra Mundial fueron también muy agitados en lo personal para Einstein. En 1914 se separó de Mileva, que regresó a Serbia con sus hijos. En 1919 se divorció finalmente de ella para, pocos meses después, volver a casarse con una prima que había cuidado de él durante el conflicto, Elsa Löwenthal. Pese a la situación de guerra, Albert Einstein continuó trabajando y avanzando en sus investigaciones. La Teoría de la relatividad había supuesto su consagración en el mundo científico, pero aún la ponían en entredicho muchos eruditos que no terminaban de aceptar la vulneración que suponía de los principios clásicos de la física. Einstein trataba de buscar una comprobación de su teoría que fuese inapelable y una forma de lograrlo era demostrar una de las consecuencias que se derivaban de su aplicación: que la trayectoria de la luz sufría una desviación en presencia de campos gravitacionales, algo que podía observarse en el espacio. Para poder hacer las mediciones necesarias para la comprobación hacía falta que se produjesen unas condiciones en las que ésta fuese posible, y ésas eran las que proporcionaba un eclipse total de Sol: al quedar oculto por la Luna era posible observar la desviación de la luz de las estrellas por efecto del campo gravitacional del Sol. El estallido del conflicto había impedido que se realizase una expedición a Rusia programada en el verano de 1914 para hacer el ansiado experimento, pero una vez finalizada la guerra, la posibilidad de retomarlo renacía. El 29 de mayo de 1919 se produjo un eclipse solar total visible desde una pequeña isla al oeste de África, la isla Príncipe, y con él surgió la oportunidad buscada. Una expedición británica fue la encargada de realizar el experimento y el resultado fue un éxito arrollador. La física newtoniana había pasado a la historia.

El impacto del resultado del experimento, y por tanto de la comprobación de la Teoría de la relatividad, fue tal que de la noche a la mañana Einstein se vio directamente catapultado a la celebridad. Al día siguiente los titulares del Times proclamaban: «Revolución en ciencia. Nueva teoría del universo. Ideas newtonianas desbancadas». La fama internacional del físico alemán alcanzó un grado sin precedentes en la historia de la ciencia y todo lo concerniente a la Teoría de la relatividad y al propio Einstein se convirtió en objeto de interés público. De algún modo, tras el fracaso colectivo que había supuesto la guerra, la existencia de un científico que en las condiciones más adversas para el florecimiento del conocimiento había sido capaz de alumbrar un nuevo modo de explicar el universo, se convertía en un símbolo de esperanza para muchos.

Sin embargo, la situación política de la Alemania de posguerra no fue precisamente favorable para que un librepensador, pacifista, simpatizante con la izquierda política y, además, judío se expresase libremente; más aún cuando todas sus declaraciones alcanzaban un enorme nivel de resonancia pública e internacional. No se identificaba con el creciente nacionalismo que recorría el país en reacción a la postración en que éste había quedado tras el conflicto, lo cual le hacía sospechoso de ser contrario a los intereses alemanes; en 1918 escribía a un amigo: «Por herencia soy un judío, por ciudadanía un suizo, y por mentalidad un ser humano, y sólo un ser humano, sin apego especial alguno por ningún estado o entidad nacional». Por otra parte, el fuerte clima antisemita de Alemania en esas fechas (el antisemitismo no comenzó con el nazismo sino que se acentuó con él llegando a los más horribles extremos), motivó que por primera vez en su vida Einstein reivindicase su condición de judío y colaborase activamente con el movimiento sionista, es decir, aquel que reclamaba la creación de una patria nacional judía en Palestina. Pero el sionismo de Einstein, que no podía ser peor visto por las autoridades alemanas, tampoco era muy ortodoxo. Su rechazo radical de todo nacionalismo le llevaba a rechazar la creación de un estado judío en Palestina, abogando por el entendimiento mutuo de las partes. Así, en 1929 escribía a un amigo: «Si no logramos encontrar el camino de la honesta cooperación y acuerdos con los árabes, es que no hemos aprendido nada de nuestra vieja odisea de dos mil años, y merecemos el destino que nos acosará».

Su apoyo público a los judíos y su propia condición de tal fueron la causa de que se iniciase en Alemania una «campaña antirrelativista» que rechazaba las teorías de Einstein por considerarlas contrarias a la «ciencia aria». Sus libros eran quemados y sus aportaciones ridiculizadas por proceder de un judío que reclamaba para sí la condición de científico. Uno de los ejemplos más conocidos de esta campaña fue la reunión que tuvo lugar en la Filarmónica de Berlín en 1920. Mario Muchnik recoge del siguiente modo lo sucedido: «Cuando el segundo orador tomó la palabra, después de que el primero señalara que la relatividad era contraria al espíritu ario germano, entre el público se oyeron cuchicheos: “Einstein, Einstein”. Y es que el propio Einstein había llegado para ver de qué se trataba. En efecto, allí estaba, en un palco, muerto de risa y aplaudiendo las afirmaciones más bestias. Al salir dijo a sus amigos: “Fue de lo más divertido”». Einstein no estaba dispuesto a que la irracionalidad, los prejuicios y el autoritarismo le callasen y continuó comportándose y haciendo declaraciones que así lo demostraban. Pese a todo, su prestigio internacional era indiscutible y muestra de ello fue el Premio Nobel de Física correspondiente a 1921 y que recibió en 1922. Su presencia era reclamada en todos los foros científicos y cuando viajaba era recibido por los gobiernos de los distintos países (incluido el español, en 1923) como una auténtica eminencia. Y fue precisamente durante una visita a Estados Unidos en 1933 cuando Hitler llegó al poder en Alemania.

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