Los grandes personajes de la Historia

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33: Albert Einstein » La Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias

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La Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias

La elevación del nazismo a práctica política efectiva en Alemania que supuso el triunfo de Hitler fue la causa de una incendiaria declaración de repudio por parte de Einstein en la que afirmó su intención de no regresar al país. Pocos meses después, mientras estaba en Bélgica, sus cuentas bancarias fueron intervenidas por el gobierno nazi, su casa precintada y él mismo fue públicamente declarado enemigo del régimen. Cuando se publicó el álbum de las fotos de los opositores al Reich, la suya estaba entre las de la primera página sobre las palabras: «Descubrió una discutida teoría de la relatividad. Muy loado por la prensa judía y el pueblo alemán, sorprendido así en su buena fe. Mostró su gratitud haciendo propaganda mentirosa acerca de atrocidades, contraria a Adolf Hitler. Aún no ha sido ahorcado». Evidentemente el regreso, además de no deseado por el propio Einstein, era inviable de todo punto. En esas circunstancias el eminente físico, gracias a la ayuda de unos amigos que pusieron a su disposición una embarcación privada para que pudiese salir discretamente desde Bélgica hasta Inglaterra, pudo dirigirse a Estados Unidos, adonde llegó el 17 de octubre de 1933, y allí permanecería hasta su muerte.

Ese mismo año Einstein volvió a renunciar a su nacionalidad alemana, e hizo lo propio con su cargo de la Academia de Prusia y los restantes que poseía en instituciones alemanas. Se trasladó a vivir con su mujer a Princeton pues se le ofreció incorporarse al recién creado Instituto de Estudios Avanzados de la ciudad que había nacido con la intención de ser uno de los centros de investigación punteros del mundo. Allí Einstein pudo dedicarse con completa tranquilidad a la investigación en la teoría que terminaría ocupando su quehacer científico hasta el final de su vida, la llamada «Teoría del campo unificado», o búsqueda de un marco geométrico común para las interacciones electromagnética y gravitacional que no pudo llegar a encontrar.

Sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 volvió a situarle en el ojo del huracán. Las cotas de horror alcanzadas por el régimen de Hitler parecían haber llevado al mundo al borde del abismo. Cualquier disparate era posible y cualquier crimen encontraba justificación. Cuando tan sólo un mes antes de que estallase la guerra Einstein recibió la noticia de que las investigaciones alemanas para lograr la bomba atómica estaban muy avanzadas, no dudó de que semejante arma en manos de Hitler podía suponer el fin del mundo civilizado. Convencido de ello y a petición de tres físicos de su confianza que le apremiaron a hacerlo, el 2 de agosto de 1939 Einstein dirigió una carta al presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt en el que le advertía de la situación. En ella indicaba que los últimos avances en investigación acercaban la posibilidad de obtener una gran reacción nuclear en cadena a partir de una masa de uranio, que en Alemania se estaban llevando a cabo trabajos en ese sentido en el Instituto Kaiser Wilhelm, que la venta de uranio de las minas de Checoslovaquia (invadida por Alemania) se había detenido y que el hijo del subsecretario de Estado alemán trabajaba en el citado instituto. Por todo ello, Einstein aconsejaba que se iniciase un programa de investigación preferente para, por el bien de la humanidad, adelantarse a los alemanes. Al no lograr una respuesta, Einstein volvió a escribir a Roosevelt en marzo de 1940 y poco tiempo después Estados Unidos ponía en marcha el «Proyecto Manhattan» que culminaría con la fabricación de la bomba nuclear. Contrariamente a lo que suele creerse, Einstein no participó en el proyecto. Su papel se limitó al de alentarlo, además, claro está, de hacerlo posible gracias al establecimiento de la relación entre masa y energía que había formulado en 1905. El horror llevado al extremo que supuso la Segunda Guerra Mundial logró que el convencido pacifista renunciase a sus principios. Aun así, como recuerda Mario Muchnik, «cinco años después, cuando los nazis estaban cerca de rendirse incondicionalmente, Einstein envió a Roosevelt una tercera carta suplicando que no se arrojara la bomba atómica sobre Japón. La carta fue hallada sobre el escritorio de Roosevelt, sin abrir, el día en que murió». Truman, su sucesor, daría la orden de lanzar las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki.

El final de la guerra abrió una nueva etapa de la historia política internacional marcada por la llamada «Guerra Fría», en la que el bloque soviético, por un lado, y el americano, por otro, se lanzaron a una enloquecida carrera armamentística en la que ambos bandos multiplicaron su arsenal de armas nucleares. No es de extrañar que Einstein, preguntado en una entrevista por cuál sería el arma de la Tercera Guerra Mundial, replicase no saberlo, pero que no tenía dudas de que la de la Cuarta serían las piedras y los palos puesto que no quedaría ninguna otra cosa. Sus constantes declaraciones públicas en contra de la carrera armamentística y de las armas nucleares, así como sus conocidas posturas políticas de izquierda, terminaron por convertirle en sospechoso de filocomunismo durante la época de la «caza de brujas» que, de la mano de la Guerra Fría, se produjo en Estados Unidos en la década de los años cincuenta. John Edgar Hoover, jefe del FBI, y el senador Joseph McCarthy, presidente del Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso, situaron al científico en su punto de mira. Secretamente considerado «enemigo de América», su correo fue controlado y su teléfono intervenido, e incluso se pensó en retirarle la ciudadanía americana que se le había concedido en 1940. Pese a todo, Einstein continuó denunciando públicamente los desmanes de la caza de brujas e incluso en 1953 se negó a presentarse a declarar ante uno de los tribunales que frecuentemente se convocaban para hacer declarar a cualquiera que fuese sospechoso de simpatizar con el comunismo y, además, para que delatase a vecinos o amigos. Su negativa se acompañó de una recomendación pública para que todos los intelectuales que se viesen en la misma situación obrasen de idéntico modo en razón del bien común, ya que si un número suficiente de ellos se negaba a hacerlo la situación terminaría por desbloquearse. «Sólo veo el camino revolucionario de la nocooperación, como la entendía Gandhi», declaró. En 1955 fue uno de los firmantes de la «Petición de prohibición de armas nucleares y de la guerra», redactada por el filósofo Bertrand Russell, en la que se abogaba por la formación de un gobierno internacional mundial como forma de evitar la reproducción de los horrores pasados. Einstein no llegó a ver su publicación, pues el 18 de abril de ese mismo año murió en Princeton.

Albert Einstein fue sin duda alguna el mayor científico de su tiempo y el más trascendente para la historia de la física desde Isaac Newton. Sus aportaciones cambiaron por completo el panorama de los estudios acerca del universo y sentaron las bases para el desarrollo de la ciencia actual. Pero además, la enorme repercusión de sus investigaciones le convirtió en uno de los personajes más influyentes de su siglo. Cuando en 1999 la revista Time le escogió como «Personaje del siglo XX», en sus páginas se decía: «Como el mayor pensador del siglo, como un inmigrante que huía de la opresión hacia la libertad, como un idealista político, Einstein engloba de la mejor forma posible lo que los historiadores considerarán significativo del siglo XX (…). Dentro de cien años, cuando entremos en otro siglo —incluso dentro de diez veces cien años, cuando entremos en un nuevo milenio— el nombre que demostrará ser más perdurable de nuestra propia asombrosa era será el de Albert Einstein: genio, refugiado político, humanista, investigador de los misterios del átomo y del universo». Poco más puede añadirse.

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