Los grandes personajes de la Historia

Los grandes personajes de la Historia


34: Pablo Picasso » La mirada del siglo XX

Página 218 de 268

La mirada del siglo XX

El siglo XX contempló un cambio en el ámbito de la producción artística como no se había conocido con anterioridad. Desde la primera década de la centuria comenzó a vivirse una mutación acelerada no sólo en el conjunto de las expresiones artísticas, sino en el propio concepto de arte, de actividad creadora, de relación entre el artista y su obra, y entre ésta y el público. En aquellos años iniciales las galerías de arte comenzaron a poblarse de pinturas y esculturas que dejaron atónitos a sus espectadores, que vacilaban entre la incredulidad, el espanto y la fascinación. Se trató de una auténtica revolución en la que los artistas erigieron la libertad por encima de cualquier otro valor y en la que una figura emergió como catalizador y símbolo de los nuevos tiempos. Se trataba de un artista español instalado en París, de nombre Pablo Picasso. El camino desde su Málaga natal hasta el centro del universo artístico moderno, la capital del Sena, fue una historia mezcla de genio y esfuerzo. Desde entonces desarrolló una vasta carrera artística en la que demostró una potencia creadora, una independencia y una libertad que le han convertido en el auténtico protagonista del arte contemporáneo. Su larga vida de noventa y dos años es una de las historias que mejor sintetizan lo que tuvo de heroico y dramático para la humanidad el tiempo en que vivió.

París, 1900. La capital de Francia es la capital cultural del mundo. Por supuesto no es la única urbe europea en la que se cocinaban las principales novedades artísticas e intelectuales del momento. Ciudades como Viena, Berlín o Londres también eran importantes focos de influencia, pero en París convergían las corrientes más fecundas de todo el viejo continente. Contaba con un pasado cultural glorioso al que se venían a añadir el dinamismo que le proporcionaba el desarrollo industrial y la llegada de conocimientos de otras civilizaciones gracias a la expansión colonial francesa. Mientras que Londres hacía gala del aislamiento pretendidamente autosuficiente que frente al resto de Europa practicaban las élites anglosajonas, Viena y Berlín habían llegado tarde —o directamente no habían llegado, como es el caso de la primera— a la apertura cultural que supuso el reparto colonial de África y Asia en la segunda mitad del siglo XIX. Además, París era el cruce de caminos entre las grandes áreas europeas de civilización: a su herencia latina mediterránea, que se enriquecía con los aportes fronterizos de Italia y España, se sumaba el contacto secular que había practicado con la cultura inglesa y germánica, aunque las relaciones políticas con las potencias de ambas zonas habían ido cambiando a lo largo de los siglos.

Si algo quedaba claro en aquel fin de siècle (término con el que se suele denominar a este particular momento cultural) era que los principales intelectuales y artistas se sentían incómodos ante el ambiente tradicional que presidía las instituciones políticas y culturales. Frente al academicismo rígido y opresivo, las tendencias artísticas surgidas en las últimas décadas habían comenzado a experimentar con el arte. El impresionismo había renovado los conceptos de luz y espacio, y el modernismo había supuesto una liberación formal absoluta de la dictadura del clasicismo. Una pléyade de nuevos protagonistas, Cézanne, Gaugin, Toulouse-Lautrec o Van Gogh, por citar sólo algunos de ellos, estaban traspasando las fronteras de las aportaciones que habían supuesto estos movimientos y proponían nuevas formas de representar la realidad y expresar las emociones. Era sin lugar a dudas el punto al que tenía que acudir cualquier artista que quisiese conocer las aportaciones más recientes y los retos que se planteaban en el despuntar de un siglo que parecía haber llegado cargado de la promesa de un progreso infinito. A esa ciudad arribó en una mañana del otoño de 1900 un grupo de tres jovencísimos artistas españoles, uno de ellos era Pablo Ruiz Picasso.

Ir a la siguiente página

Report Page