Los grandes personajes de la Historia

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Jugar con los pinceles

Málaga a finales del siglo XIX era un importante centro agrario y portuario de la Andalucía oriental. Allí nació Pablo Ruiz Picasso el 25 de octubre de 1881, en los años finales del reinado de Alfonso XII. Era hijo de José Ruiz Blasco, de cuarenta y tres años, y de María Picasso López, de veintiséis. Su padre era pintor, profesor de dibujo en la Escuela de Bellas Artes de San Telmo y conservador del Museo Municipal de Málaga. Al parto asistió su hermano, Salvador Ruiz, médico y jefe del distrito sanitario del puerto malagueño, que protagonizó una conocida anécdota. Al nacer el niño estaba aletargado, lo que llevó a los presentes a creer que estaba muerto. Para comprobar si el recién nacido respiraba, Salvador espiró el humo del cigarrillo que fumaba en su cara, lo que provocó una tos incontrolada que le sacó del aletargamiento, por lo que es posible que sin esta intervención el bebé hubiese tenido alguna secuela nociva. El núcleo familiar en que se crió estaba formado, además de por sus padres, por dos hermanas menores que nacieron en 1884 (Lola) y 1887 (Concepción), una abuela, dos tías y una criada. Por tanto se crió en un universo completamente femenino (excepción hecha de su padre). Muchos han visto en esta circunstancia y en la supuesta actitud consentidora de las mujeres de su familia los orígenes de las actitudes machistas de las que haría demostración a lo largo de toda su vida.

El niño fue de una precocidad asombrosa. Sus primeros dibujos y su primer cuadro están datados en el bienio 1889-1890. Con tan sólo ocho años era capaz de tomar los lápices y los pinceles para pintar, en lo que constituye posiblemente el comienzo más precoz de una carrera artística de toda la historia. Su padre fue muy consciente del don especial que tenía para las artes y desde muy pequeño mimó su formación plástica. Por desgracia, la situación económica de la familia era apurada. Ganarse la vida como pintor en la España del siglo XIX era sumamente difícil para aquellos que no pertenecían a los círculos oficiales, lo que obligaba en muchos casos a solicitar constantemente puestos de trabajo y, en caso de que surgiesen oportunidades, trasladarse con toda la familia en busca de una vida mejor. Eso fue lo que sucedió a la familia Picasso, que en 1891 se trasladó a La Coruña, donde el cabeza de familia había conseguido la plaza de profesor de dibujo en la Escuela de Bellas Artes de dicha capital. Allí pasaría la familia un total de cuatro años, cruciales en la educación del joven Pablo. Además, su precocidad hizo que su padre, que tenía una salud muy precaria, esperase de él que en un plazo corto pudiese contribuir con su talento al sostenimiento de la familia, expectativas de las que fue consciente desde muy joven y que le marcaron con un especial sentido de la responsabilidad.

En la capital gallega Pablo siguió primero estudios de secundaria (en el instituto Da Guarda) hasta que en el curso 1892-1893 pudo ingresar en la Escuela de Bellas Artes en la que impartía clases su padre. Durante este último año su hermana menor, Conchita, murió de difteria, en la que constituyó la primera muerte que jalonaría su vida de un dolor que en ocasiones posteriores quedaría plasmado de forma impresionante en sus pinturas. A medida que iba creciendo y que con los estudios iba formando sus habilidades y su sabiduría artística, su destreza comenzó a adquirir caracteres de auténtico maestro según el criterio de su entorno; tanto, que su padre decidió abandonar el ejercicio de la pintura en privado, asombrado y quizá abrumado por lo que iba consiguiendo su hijo. Desde entonces sólo pintaría en el ejercicio de la docencia artística.

En 1895 don José logró un destino más estimulante para su joven hijo. Se trataba de un puesto de profesor de dibujo y pintura en la Escuela de Arte de la Lonja, en Barcelona. Antes de tomar posesión de su plaza para el comienzo del curso en otoño, la familia viajó a Málaga y posteriormente a Madrid, donde Pablo visitó por primera vez el Museo del Prado, al que regresaría en varias ocasiones en los años finales del siglo y cuya colección le produjo una profundísima impresión, como demuestran algunas copias que realizó entonces. Cuando la familia Picasso se instaló en Barcelona ésta era la ciudad más moderna de España, en la que la industrialización había cobrado mayor impulso y donde la influencia europea se dejaba sentir con mayor vigor. Sin lugar a dudas era un ambiente mucho más proclive al desarrollo de las capacidades del joven Picasso que ningún otro lugar del país. Ingresó en la Escuela de la Lonja en 1896, superando con mérito los exámenes de ingreso, y en los dos años posteriores perfeccionó su arte, ejecutando dos obras según el gusto oficial que alcanzaron un notable éxito. La primera de ellas, La primera comunión, fue acogida en la Exposición de Bellas Artes de Barcelona, y la segunda, Ciencia y caridad, ganó una mención de honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid en 1897. Su autor tenía sólo dieciséis años de edad.

En el curso 1897-1898 se trasladó a Madrid, ya que se había matriculado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el gran centro de enseñanza artística de la España decimonónica. Durante su estancia madrileña Picasso volvería en reiteradas ocasiones al Prado, donde llamarían su atención sobre todo los pintores del Siglo de Oro español, en especial, El Greco y Velázquez. De todos modos el aprendizaje en la Academia no debió de ser lo suficientemente atractivo ya que decidió volver a Barcelona junto a su familia. Pasó el verano en el pueblo tarraconense de Horta de San Juan (también conocido como Horta de Ebro) en casa de su amigo Manuel Pallarés, donde le produjeron una gran impresión la naturaleza y la vida campesina, pues hasta entonces siempre había vivido en ciudades.

A su regreso a Barcelona comenzó a entrar en contacto con algunas de las principales figuras del intenso movimiento de renovación artística que vivía la ciudad, el modernisme. Ramón Casas, Santiago Rusiñol, Joaquín Mir, Hermenegildo Anglada Camarasa fueron tan sólo algunos de los artistas con los que coincidió en el templo de la bohemia barcelonesa del fin de siglo, Els Quatre Gats («Los cuatro gatos»), un local a medio camino entre la cervecería, el hostal y la sala de exposiciones. Fue en esta época cuando estrechó su relación con Manuel Pallarés (con quien alquilaría su primer estudio en el número 4 de la calle de la Plata gracias a una ayuda económica de su padre) y con Carlos Casagemas. En febrero de 1900 se inauguró su primera exposición individual, precisamente en Els Quatre Gats, y realizó su primer grabado, una de las técnicas en las que se revelaría como un auténtico maestro. Pero aquél fue el año en que un acontecimiento internacional llamó la atención del público más que ningún otro, la Exposición Universal de París. Si la ciudad del Sena era ya de por sí un imán para cualquier joven artista, el evento dio a Picasso la excusa perfecta para dar el salto a un horizonte más amplio que el que podía proporcionar España a un hombre de su talento.

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