Los grandes personajes de la Historia

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34: Pablo Picasso » París y la formación de un genio

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París y la formación de un genio

En el otoño de 1900 llegaron desde Barcelona a París tres jóvenes artistas: Carlos Casagemas, Manuel Pallarés y Pablo Ruiz Picasso. Los tres se instalaron en un estudio que poco antes había dejado vacío el pintor barcelonés Isidro Nonell y aprovecharon su estancia para empaparse del ambiente de la ciudad. Entre esa fecha y 1904 la vida del joven pintor transcurriría entre Barcelona (donde vivía su familia), París (donde fue introduciéndose en su cosmopolita ambiente artístico) y alguna estancia breve en Madrid y Málaga. En aquel primer viaje a la ciudad del Sena conoció además al marchante de arte Pedro Mañach, que firmó un contrato con él por el que se comprometía a entregarle todo lo que pintase a cambio de ciento cincuenta francos mensuales.

Para Navidades Picasso había regresado a Barcelona y, como resultado de la experiencia parisina, comenzaba a experimentar con su producción artística. Inició una etapa de indagación formal y búsqueda de su propia identidad artística que abarcaría cuatro años y en la que dio muestras de una acusada y original personalidad. Tras un comienzo desconcertante en el que parecía estar absorbiendo todas las novedades que estudió en París (y al que pertenece el conmovedor e impactante cuadro La muerte de Casagemas que pintó al conocer el suicidio por desamor de su íntimo amigo en el verano de 1901), los tonos azules se fueron apoderando de su paleta, las figuras se alargaron (en clara remembranza del arte de El Greco), las atmósferas se cargaron de melancolía y los temas recorrían el mundo de los marginales y desheredados, sobre los que posaba una mirada tierna y llena de empatía. Fue su célebre «etapa azul», que marcaría el inicio de una búsqueda de la autenticidad artística que ya no acabaría nunca. A ella pertenecen obras como La vida, El guitarrista ciego o La Celestina, y aparecerían temas que ya no le abandonarían, como el papel recurrente y totémico de la mujer o los autorretratos, que siempre fueron uno de sus géneros favoritos. También fue la época en la que adquirió la costumbre de firmar sus lienzos sencillamente como Picasso y en la que realizó su primera escultura, técnica que cultivaría con gran éxito más adelante.

Muy pronto logró ir abriéndose paso en París. En 1901 realizó un segundo viaje y expuso junto al también español Francisco Iturrino en la galería de uno de los más importantes marchantes de arte del momento, Ambroise Vollard. Aunque éste inicialmente no fue muy receptivo hacia su obra, en el futuro tendría un papel decisivo en su carrera. Para el artista malagueño estos años fueron de tanteo del terreno para intentar encontrar un representante que realmente apreciase el valor de su trabajo. Las diferencias con Mañach eran ya patentes y en enero de 1902 rompieron el contrato que los vinculaba. Pese a estos vaivenes económicos y a no haber logrado una independencia económica firme, decidió establecerse definitivamente en París durante su cuarto viaje a la ciudad, en abril de 1904. Allí alquiló un estudio en el artístico barrio de Montmartre (en el que viviría con alguna interrupción hasta 1912) y que su amigo el poeta Max Jacob, al que había conocido en 1901, bautizaría con el nombre Bateau-Lavoir por afirmar que le recordaba a los barcos que servían de lavadero en el Sena. En esos meses conoció a tres personas que marcarían su vida en los próximos años: los poetas Guillaume Apollinaire y André Salmon, y la que sería su primera pareja estable, Fernande Olivier, la mujer que le descubrió el amor.

En esta etapa su producción pictórica continuó en constante evolución. La carga trágica de sus temas se fue rebajando, y la paleta fría centrada en el azul fue cambiando hacia colores otoñales entre los que predominaba el rosa. Los personajes de sus lienzos pasaron a ser los del circo —acróbatas, saltimbanquis, forzudos, arlequines— y actores, a los que frecuentaba en el cabaret «Le Lapin Agil» y el «Cirque Médrano», ambos en Montmartre. Se trata de la etapa rosa a la que pertenecen obras como La acróbata de la bola, El muchacho de la pipa, Los dos hermanos y algunos retratos como el de La señora Canals. En 1906 logró que Vollard le comprase algunas de estas obras, en lo que constituyó un importante paso para hacerse con un circuito comercial que le diese estabilidad. Su vida en París no era precisamente cómoda, ganaba poco dinero y las privaciones eran muchas, pero el cariz que estaba tomando el ambiente cultural parisino compensaba con creces los sacrificios.

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