Los grandes personajes de la Historia

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35: Adolf Hitler » La gran guerra, la posguerra y el nacimiento del nacionalsocialismo

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La gran guerra, la posguerra y el nacimiento del nacionalsocialismo

La experiencia de la guerra transformó radicalmente a Hitler. De joven inadaptado con veleidades artísticas pasó a convertirse en un soldado voluntario que se creía poseído por una misión trascendente, luchar por la victoria de la nación alemana. En las trincheras no cambió mucho su forma de proceder. Demostró hacia sus compañeros cierto desprecio, no forjó ninguna amistad e hizo gala de su carácter huraño y solitario. Su valor en el combate y su frialdad le granjearon fama de invulnerable entre sus compañeros, y en diciembre de 1914 ya había recibido la Cruz de Hierro de segundo orden. Por aquella época se sintió profundamente asqueado por la tregua espontánea que celebraron los contendientes con motivo de la Navidad. En 1918 recibió la Cruz de Hierro de primera clase, hecho que llamó la atención puesto que sólo tenía la graduación de cabo (de la que nunca pasaría).

Lo hirieron en dos ocasiones durante la contienda, la primera a finales de 1916 en la batalla del Somme. Fue enviado a Berlín para recuperarse durante unas semanas, donde percibió la profunda desmoralización de la sociedad civil alemana, de la que culpó a la clase política, a los judíos y los marxistas, a quienes identificaba ya como enemigos de la nación. De nuevo en el frente, durante una acción del ejército alemán en 1918 en las cercanías de Yprés sufrió los efectos del gas mostaza. Lo trasladaron al hospital militar de Pasewalk, donde el psiquiatra Edmund Forster lo trató de la ceguera temporal que le había ocasionado el gas, empeorada con una crisis de ansiedad. Allí recibió la noticia de la abdicación del káiser Guillermo II, de que había estallado una revolución en varias ciudades y de que la derrota era inevitable. A la conciencia de luchar por Alemania se juntó ahora en la mente de Hitler la de la necesidad de vengar a su patria derrotada frente a las potencias extranjeras y devolverle un papel glorioso en el concierto internacional.

Cuando salió del hospital, Hitler regresó a Múnich, donde se dedicó a observar el nuevo ambiente político, no muy favorable a la recientemente instaurada república. En opinión de la historiadora Mary Fulbrook, «la República de Weimar (…) iba asociada a un sistema político progresista así como a un conjunto de compromisos sociales entre los que se contaba un estado del bienestar bastante avanzado, pero nació de la agitación y la derrota, en condiciones cercanas a la guerra civil; se veía obstaculizada por un duro acuerdo de paz y una economía inestable; estaba sometida de forma constante a ataques procedentes tanto de la derecha como de la izquierda, debido al rechazo de un gran número de alemanes a la democracia como forma de gobierno». Hitler estaba entre ese grupo de alemanes, y en los años de la inmediata posguerra se dedicó a estudiar a los grupos de extrema derecha existentes en Múnich con la intención de integrarse en alguno de ellos. Eran muchos y todos tenían como denominador común el racismo, la xenofobia y el nacionalismo exaltado. Fruto de este contacto, Hitler elaboró poco a poco los elementos que acabarían conformando su ideología: el racismo como forma de demostrar la superioridad étnica de Alemania, el antisemitismo (por considerar a los judíos como corruptores de la pureza germánica), el revanchismo ante los vencedores del Tratado de Versalles y el pangermanismo (que proclamaba que la extensión territorial del país era indispensable para garantizar la supervivencia de la raza alemana). Destaca el hecho de que el concepto de raza no tuviese una base clara en el pensamiento de Hitler, quien mezclaba de forma grosera las ideas de nación, cultura, lengua y etnia. Además, tomó las ideas del «darwinismo social», una teoría desarrollada por el francés Gobineau en el siglo XIX, que hacía una burda adaptación de la teoría de la evolución de Darwin al ámbito social afirmando que en él eran las razas las que luchaban por la supervivencia y que sólo las más fuertes eran las que sobrevivían al proceso de selección «natural».

A finales de 1919 ingresó en el Partido de los Trabajadores Alemanes (Deutsche Arbeiterpartei, DAP), que pese a su nombre era hostilmente antisocialista; allí comenzó a destacar por su oratoria y su carisma. Por aquella época empezó a demostrar que si como pintor o arquitecto no habría tenido ningún futuro, para la interpretación dramática tenía un talento innato. Se dedicó a estudiar las técnicas de escenificación de varios artistas y las adoptó a la perfección para refinar un mensaje que no era en absoluto novedoso. Hitler no aportó contenido sino forma a una corriente política que existía antes de que él llegase. Pronto alcanzó la jefatura del partido, que cambió su nombre por el de Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, NSDAP), que rápidamente se pasó a denominar por el más sencillo nombre de Partido Nazi). En 1920 el partido adquirió un semanario que utilizaría como plataforma para difundir su mensaje y, con la ayuda de Ernst Röhm (excombatiente de la Gran Guerra que inmediatamente después había ingresado en uno de los numerosos grupos paramilitares de extrema derecha que surgieron) organizó una milicia para crear ambiente de inseguridad pública mediante la lucha en las calles denominada Sturmabteilung («tropas de asalto» o SA, apodados «camisas pardas»). Otros colaboradores de esta primera época que permanecieron posteriormente al lado de Hitler fueron Hermann Goering, Alfred Rosenberg o Rudolf Hess. En opinión del historiador Álvaro Lozano, «tal era la cantidad de antiguos combatientes que se podía definir al partido durante ese período como un grupo ultranacionalista apoyado por una fuerza paramilitar con la voluntad de derribar al gobierno».

En febrero de 1920 se publicaron los veinticinco puntos del programa del NSDAP, que se pueden resumir en un racismo antisemita (ignorando deliberadamente el hecho de que muchos judíos habían combatido en las filas alemanas durante la Primera Guerra Mundial), anticomunismo (el bolchevismo era considerado como el otro enemigo interior de la nación alemana), un nacionalismo exacerbado y expansivo (que reclamaba la rectificación del Tratado de Versalles y la unión de todos los territorios habitados por germanohablantes en una «Gran Alemania»), el control de la prensa y de la creación artística y literaria (con la excusa de luchar contra los difamadores de «la verdad» se aspiraba a monopolizar la información) y la abolición de los beneficios de las grandes empresas (en lo que era una concesión al ala anticapitalista del partido, punto que fue convenientemente olvidado cuando la gran industria comenzó a financiar al partido años más tarde).

Un primer intento de poner en marcha el programa nazi se produjo en noviembre de 1923, cuando Hitler y seiscientos miembros de las SA, apoyados por algunos militares como el héroe de guerra general Ludendorff, intentaron realizar un golpe de Estado en Múnich (conocido como «putsch de la cervecería»). Sencillamente pretendían obtener el poder irrumpiendo en la cervecería Bürgerbräukeller en la que el presidente bávaro Gustav von Kahr se hallaba reunido con un grupo de funcionarios y empresarios. Nadie se sumó a la iniciativa y, pese a intentar la toma del Ministerio de la Guerra, el golpe fue abortado, sus protagonistas detenidos y juzgados. Hitler fue condenado a tres años de prisión por alta traición, de los que cumplió sólo unos meses con varios compañeros de partido en la prisión de Landsberg (saldría el 2 de diciembre del año siguiente). Sin embargo, el golpe frustrado y el proceso que le siguió le brindaron notoriedad en todo el país, hecho que quiso aprovechar para dar una dimensión nacional al partido. Con esa determinación procedió a redactar en prisión un libro mezcla de autobiografía y programa político, al que puso por título Mein Kampf («Mi lucha»). En palabras de Álvaro Lozano, «la gran controversia sobre Mein Kampf es si se trataba de un plan preciso que esperaba cumplir o si simplemente era un sueño de juventud. Debemos considerar la obra como algo más que un mero sueño. Si en algún momento Hitler cesó en esas ideas fue por motivos tácticos, sin abandonar nunca sus objetivos principales». Hitler había fallado en su primer intento para hacerse con el poder, si bien aprendería la lección para los años venideros. Su breve período en la cárcel no le sirvió para fijar el objetivo, que ya tenía desde hacía tiempo, sino para refinar los métodos con los que llegar a él. Los años siguientes serían testigo de ello.

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