Los grandes personajes de la Historia

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35: Adolf Hitler » La construcción de la gran Alemania

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La construcción de la gran Alemania

Una vez que contaba con un poder ilimitado, Hitler procedió a cimentarlo sobre varias bases. Su política se basó en primer lugar en la construcción de un aparato policial en el que la coerción, el miedo y la violencia fueron las bases que sostenían el sistema. Los alemanes fueron inmediatamente dirigidos desde el poder para conseguir una adhesión y sometimiento sin fisuras. No sólo se violaron los derechos humanos de críticos y disidentes, se cortó de raíz la libertad para desarrollar cualquier actitud no contemplada por el gobierno y el partido. El caso más flagrante fue el de los judíos, que desde el acceso al poder de los nazis comenzaron a vivir en una espiral de hostigamiento y persecución. Al boicot a sus comercios, los actos de intimidación y segregación siguió la discriminación legal, establecida en las Leyes de Ciudadanía de 1935 (conocidas como «Leyes de Núremberg») por la que eran relegados de la condición de ciudadanos alemanes y se les prohibía casarse con no judíos. Pero la violencia no cesó. En noviembre de 1938, en la conocida como «noche de los cristales rotos» se atacaron, incendiaron y saquearon de forma coordinada en toda Alemania casas, tiendas judías y sinagogas. Era sólo una advertencia de lo que estaba por venir. Los intelectuales y artistas fueron otro de los colectivos más perseguidos por los aparatos de represión ya que eran considerados como focos de disidencia. La efervescencia artística, la libertad de creación y el ambiente de trabajo intelectual de los años veinte se vieron sustituidos por las amenazas y en muchos casos el exilio de quienes no estaban dispuestos a renunciar a su libertad e integridad. La creación de la policía secreta (Gestapo) y de una fuerza paramilitar al servicio del Führer diferente del ejército (la Schutzstaffel, «escuadrón de protección», o SS) otorgaron al estado instrumentos especialmente efectivos en el control del territorio y sus habitantes.

Pero Hitler sabía que el miedo usado en exclusiva no era eficaz como medio de dominación y que la creación de mecanismos de adhesión por parte del pueblo alemán era indispensable si aspiraba a perpetuar su poder sin trabas. En primer lugar puso en práctica una política de recuperación económica basada en el incumplimiento del Tratado de Versalles y en impulsar la actividad según unos objetivos autárquicos. Para ello se desarrollaron planes de construcción de autopistas, fabricaciones aeronáuticas y navales y una política de rearme, camuflada frente a las potencias europeas, con el objetivo de aumentar el potencial ofensivo de Alemania. En sólo unos años el paro descendió de forma drástica, cimentando la popularidad del nuevo régimen. Para encauzar políticamente esa popularidad, Hitler diseñó y desarrolló un formidable aparato de propaganda, encabezado por su fiel colaborador Joseph Goebbels, que tan útil había sido en el proceso de conquista del poder durante los últimos años de la república, y que desde el cargo de ministro del Reich para la propaganda controló de forma absoluta la cultura y la actividad intelectual mediante el uso de potentes campañas de comunicación, de la censura y del adoctrinamiento de jóvenes y adultos.

El tercer eje sobre el que cimentó Hitler su autoridad nacional fue el uso de una política exterior agresiva. A partir de 1934 volcó en el exterior la astucia que había demostrado en la política interna alemana. Su primer objetivo fue acabar con el sistema internacional nacido del Tratado de Versalles, que culminó con la ocupación en marzo de 1936 del territorio de Renania, desmilitarizado desde 1918. Aquel mismo año usó hábilmente los Juegos Olímpicos de Berlín como escaparate propagandístico del régimen nazi ante el resto del mundo (aunque no pudo ocultar su malestar ante el aplastante dominio de un atleta negro, el norteamericano Jesse Owens, en las pruebas de atletismo), comenzó a suministrar armas a los militares sublevados en España contra el gobierno de la Segunda República y trazó la que sería su alianza internacional más duradera: el pacto anticomunista con Italia y Japón, conocido como «el Eje». Desde 1938 comenzó una política agresiva de expansión territorial, planteada como la consecución del «espacio vital» indispensable para Alemania. El primer paso fue la anexión de Austria el 13 de marzo de ese año, confirmada en plebiscito. Las apetencias territoriales se dirigieron entonces hacia Checoslovaquia. Hitler fue consciente del miedo que planteaba su política en los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, y agitó el fantasma de la revolución comunista mundial para que acabasen cediendo a sus pretensiones como un mal menor. En septiembre, en la Conferencia de Múnich, ambos gobiernos aceptaron que Alemania se anexionase la región de los Sudetes (al norte y oeste de Checoslovaquia) a cambio de un compromiso de no agresión. Hitler no tenía intención de respetar su palabra y la actitud de las potencias occidentales le facilitó la tarea: en marzo de 1939 ocupó lo que restaba de la mitad occidental de Checoslovaquia, que anexionó a Alemania bajo la forma de un protectorado.

La combinación de estas tres líneas políticas surtió efecto y, con la ayuda del aparato de propaganda, la figura de Hitler fue elevada a la categoría de mito dentro de Alemania. Fue presentado como personificación de la nación por encima de intereses particulares, artífice del milagro económico, representante de la justicia y gran defensor de los derechos de la nación a escala internacional (a partir del estallido de la Segunda Guerra Mundial se le calificaría, además, de genio militar que dirigía brillantemente los ejércitos). Ocasionalmente, cuando la propaganda no lograba tapar los crímenes perpetrados por el régimen, se recurría al argumento de que dichos actos habían sido cometidos para preservar la justicia, o bien afirmar que Hitler era un moderado rodeado de fanáticos que le ocultaban sus excesos. Así estaba la situación cuando el 1 de septiembre de 1939 Hitler dio el siguiente paso en su política expansiva. Al margen de lo que había asegurado a Francia y a Gran Bretaña, no se conformó con las cesiones territoriales que había obtenido y decidió atacar Polonia. Había comenzado la Segunda Guerra Mundial.

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