Los grandes personajes de la Historia

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35: Adolf Hitler » La Segunda Guerra Mundial

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La Segunda Guerra Mundial

La contienda marcaría el clímax y el declive del régimen nazi. La invasión de Polonia, que Hitler efectuó para recuperar territorios perdidos en el Tratado de Versalles, llevó a que Gran Bretaña y Francia declarasen la guerra a Alemania (con la URSS se había cubierto las espaldas firmando un pacto de no agresión ocho días antes de invadir Polonia). En los primeros momentos Hitler tomó la delantera conquistando Dinamarca y Noruega en abril de 1940, con el objetivo de asegurar los suministros de materias primas necesarias para la fabricación de material de guerra desde Suecia; al mes siguiente, el Benelux y Francia, que quedaría dividida entre el territorio ocupado bajo administración alemana y el territorio del régimen satélite de Vichy. Desde ese momento y hasta junio de 1941 Inglaterra fue el único enemigo del Tercer Reich que se mantuvo en pie ya que el intento de doblegarla mediante un ataque aéreo masivo en el verano de 1940 fracasó. A mediados del año siguiente Hitler decidió lanzar su ofensiva sobre la URSS en lo que constituyó el mayor error estratégico de la contienda y el punto inicial de su caída. La entrada en la guerra de Estados Unidos en diciembre de 1941 y la consiguiente colaboración entre los aliados (Gran Bretaña, la URSS y Estados Unidos) dieron a la guerra unas dimensiones superiores a lo que Hitler podía manejar, pese al apoyo de Italia y Japón. A finales de 1942, las tropas alemanas comenzaban el repliegue en la URSS y los aliados desembarcarían en Sicilia en el verano de 1943 y en Normandía un año más tarde. La derrota se acercaba lenta pero inexorablemente.

La política que impuso Hitler en los territorios ocupados estuvo basada en un régimen de terror (aquí no era posible intentar ninguna legitimación ya que los nazis eran invasores) en el que la Gestapo y las SS desplegaron por todo el continente su campo de actuación. Inmediatamente surgieron movimientos de resistencia en todos los países, cuya población fue objeto de represión y de reclusión en campos de trabajo. De este modo se liberaba a la población alemana de las tareas realizadas por los reclusos permitiéndole dedicarse al esfuerzo bélico. El más siniestro de los proyectos emprendidos por Hitler fue el de radicalizar y extender su política antisemita por el continente. Si ya desde la invasión de Polonia se aplicaron duras medidas de represión a la población judía, el 20 de enero de 1942, en la Conferencia de Wannsee, se decidió adoptar lo que los nazis llamaron «la solución final». Se ordenó el traslado de toda la población judía a campos de concentración en Europa centro-oriental donde serían sometidos a trabajos forzados y al exterminio sistemático. Con esta medida daba comienzo la eliminación programada de seres humanos en lo que eran auténticas fábricas de muerte, a las que fueron conducidos posteriormente homosexuales, gitanos y disidentes políticos (entre otros, comunistas y republicanos españoles). Fue así como Hitler cargó sobre sus espaldas el más horrendo crimen de la historia de la humanidad. En cuanto a la responsabilidad del pueblo alemán en semejante atrocidad, la profesora Fulbrook afirma que «sea cual fuere el grado en que la gente “conocía” las perversiones del régimen nazi, la mayor parte de los alemanes decidieron desentenderse o no creer lo que no les concernía directamente».

Sin embargo, el prolongado esfuerzo de guerra acabó erosionando la popularidad del Führer. Alemania había confiado en que la guerra sería dura y rápida y no en una campaña que se eternizaba y que acabó abarcando todo el continente. Las condiciones de vida fueron deteriorándose, y desde el verano de 1943 las principales ciudades alemanas sufrieron los bombardeos intensivos de los aliados. Durante aquellos años cuajaron pequeños grupos de resistencia interior que intentaron llevar a cabo acciones de oposición, si bien con escaso éxito. El suceso más conocido a este respecto fue el intento de asesinar a Hitler por una facción del ejército contraria a sus proyectos. En julio de 1944, el coronel Von Stauffenberg colocó un maletín-bomba dentro del cuartel general de Hitler, conocido como «la Guarida del Lobo». Aunque el artefacto estalló, Hitler salió ileso del atentado.

De todas formas el hundimiento del Reich ya estaba en marcha. La reapertura del frente occidental con el desembarco de Normandía supuso el golpe de gracia para una Alemania cada vez más agotada. El Ejército Rojo expulsó a los alemanes de Rusia en agosto de 1944, lo que hizo a Hitler volver a Berlín para encargarse de la defensa de Alemania. La ofensiva final comenzó en el mes de enero siguiente, y en marzo los soviéticos se abalanzaban sobre la capital del Reich. Hitler ya se encontraba refugiado en el búnker situado bajo la Cancillería, donde recibió la noticia de la ejecución y vejación pública de los cadáveres de Mussolini y su amante Claretta. Posiblemente fue éste el motivo de su decisión de suicidarse antes de que pudieran capturarlo. En el búnker también se encontraba su amante desde hacía años, Eva Braun. La había conocido cuando trabajaba como ayudante de su fotógrafo oficial a comienzos de la década de 1930. Aunque comenzaron pronto una relación personal ella nunca tuvo cabida en el régimen. Desde 1936 residía en la casa de descanso de Hitler en Baviera y sólo lo veía en contadas ocasiones. Posiblemente para recompensarla, se casó con ella el 29 de abril; al día siguiente ambos se suicidaron. Era el fin definitivo de la megalomanía de un hombre y del frenesí genocida en que había sumido a todo un continente a lo largo de casi seis años.

Álvaro Lozano resume así el balance de la guerra: «Al menos trece millones de personas habían perdido la vida debido a los crímenes del régimen nazi, no a actos de guerra. Entre ellos, seis millones eran judíos, más de tres millones eran prisioneros soviéticos, al menos dos millones y medio de polacos, cientos de miles de trabajadores forzosos y, muchos otros, incluyendo a gitanos, yugoslavos, holandeses, noruegos, griegos, ciudadanos de casi todos los países europeos que fueron ocupados por Alemania». Los historiadores y la opinión pública se preguntan todavía cómo fue posible llegar a ese trágico resultado. Aunque la repetición de los factores que propiciaron el ascenso de Hitler al poder y el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial es muy difícil, no por ello su figura deja de ser un constante recuerdo del deber moral de la humanidad para con el respeto a los derechos humanos y para con la memoria de las víctimas de sus crímenes.

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