Los grandes personajes de la Historia

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36: Nelson Mandela » Prisionero 466/64

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Prisionero 466/64

La década de los sesenta comenzó en Sudáfrica con un ambiente de inestabilidad, agitación social y fragilidad política. Mientras el gobierno preparaba una nueva Constitución por la que el país quedaría definido como república, se concluyó el macrojuicio a los dirigentes del Congreso Nacional Africano por traición, que venía desarrollándose desde hacía cuatro años. Por fin, en 1961, el tribunal decidió exculpar a los acusados, pero dicha sentencia apenas tuvo repercusiones porque el ambiente se había degradado a pasos agigantados. En marzo de 1960, en Sharpeville, una ciudad de Transvaal, tras varios días de protestas la policía se vio superada por los manifestantes negros y abrió fuego indiscriminadamente matando a sesenta y nueve personas. La ola de protestas que desató en el país la masacre fue abrumadora, lo que obligó al gobierno a decretar el estado de emergencia y dar el arriesgado paso de ilegalizar el Congreso Nacional Africano. Ahora la lucha contra el apartheid tendría que desarrollarse en la clandestinidad. Mandela se vio forzado a vivir separado de Winnie y de las dos hijas que habían tenido, cambiando de residencia a menudo y disfrazándose para sortear los controles policiales. Su popularidad en aquella época fue inmensa. En opinión de Allister Sparks, «cuando Mandela pasó a la clandestinidad su figura de hombre se adornó de una imagen romántica, se convirtió en un ídolo, en una figura heroica y gloriosa particularmente para todos los jóvenes negros sudafricanos». Entre los opositores al régimen se le comenzó a conocer como «la Pimpinela Negra».

El resultado político de la represión creciente hacia los activistas por los derechos de la población negra fue la radicalización de su discurso y sus tácticas. Mandela, junto con otros dirigentes del ANC, fundaron una nueva agrupación dentro del partido, Umkhonto we Sizwe (literalmente, «arpón del pueblo», y abreviado usualmente como MK), un brazo armado encabezado por Mandela con el que combatir al gobierno. La decisión de emprender el camino de la lucha armada partía de la convicción de que la violencia ya existía en el país, de que era inevitable y de que el gobierno no dejaba otro camino que el de tomar las armas al desatender sus peticiones pacíficas. Según el criterio de Sparks, la trayectoria en sólo dos años del Congreso Nacional Africano obedecía a una lógica sencilla: «La combinación de la masacre y la prohibición de la resistencia pacífica fue realmente la gota que colmó el vaso y entonces el ANC, liderado por Mandela, que era más su cerebro que su líder, llevó a la organización a adoptar una estrategia de guerrilla violenta».

En 1962 Mandela, con el nombre falso de David Motsamayi, viajó durante varios meses fuera del país. Acudió a la Conferencia del Movimiento de Liberación Panafricano celebrada en Etiopía, recibió adiestramiento militar junto a otros miembros del MK en dicho país y Argelia y viajó también a Londres, donde mantuvo encuentros con numerosos exiliados. En julio regresó a Sudáfrica, donde se le detuvo, juzgó y condenó a cinco años de prisión por abandono ilegal del país. Fue en esta ocasión cuando pisó por primera vez la prisión de Robben Island, una isla en el océano a varios kilómetros de Ciudad del Cabo donde pasaría la mayor parte de sus años de internamiento. Allí tuvo noticia de que la estructura clandestina del ANC había sido descubierta y desmantelada por la policía, siendo acusado formalmente, junto con otros nueve miembros del partido, de sabotaje y de conspiración para derrocar al gobierno. El proceso (llamado «proceso de Rivonia» por ser en esta localidad al norte de Johannesburgo donde se produjeron las detenciones de la cúpula del ANC) duró ocho largos meses. Los acusados plantearon una estrategia de acción basada en considerar el juicio como un proceso político, y tomaron la decisión dramática de que si la condena era a muerte no recurrirían. Como señala Rick Stengel al valorar su actitud ante el proceso, «lo que intentaban hacer era condenar todo el sistema sudafricano. Mandela dijo: “Quisiera llevar a juicio a Sudáfrica, quisiera llevar a juicio a los opresores”. Se declararon culpables de las acusaciones, pero diciendo: “Vosotros sois los auténticos criminales”».

La expectativa de la pena capital no era en absoluto descabellada y Mandela consideró que tanto él como sus compañeros debían estar preparados para cualquier desenlace. Como recuerda uno de los encausados, Ahmed Kathrada, «así es como fuimos a juicio, esperando lo peor. Su actitud durante el proceso fue prepararnos para esa posibilidad. Tanto que, como el proceso era muy rígido, nos persuadió para que no presentásemos una apelación si nos sentenciaban a muerte». El alegato final de Mandela, de cuatro horas de duración, fue una acusación contra el apartheid en bloque, que terminó con las siguientes palabras: «He luchado contra la dominación blanca y he luchado contra la dominación negra. He amado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con las mismas oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero alcanzar. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir». En junio de 1964 todos los acusados menos dos fueron condenados a cadena perpetua. Los condenados fueron conducidos inmediatamente a Robben Island, donde Mandela fue clasificado como el «prisionero 466/64». Estaría en aquella isla dieciocho años de los veintisiete y medio totales que pasaría privado de libertad.

Todos sus biógrafos coinciden en señalar la importancia de los años de prisión en la maduración de la personalidad de Mandela. En primer lugar, por la privación del contacto con el exterior, ya que durante su encarcelamiento apenas le fue permitido recibir visitas y cartas. Los condenados por el proceso de Rivonia, como presos políticos, fueron separados de los prisioneros comunes, aislados y tratados con inferioridad de condiciones que al resto. En la prisión no había relojes, las luces estaban encendidas las veinticuatro horas del día, no había acceso a ningún medio de comunicación y se les obligó a trabajar en una cantera en la isla durante trece años. La relación con sus carceleros fue muy difícil inicialmente, aunque con el tiempo Mandela se ganó su respeto e incluso el afecto de algunos, como por ejemplo James Gregory, Christo Brand y Jack Swart, con los que ha mantenido una relación cercana tras su puesta en libertad.

Durante su estancia en Robben Island murieron su madre y su hijo Thembekile, víctima de un accidente de tráfico. No se le permitió asistir al entierro de ninguno de los dos. Su esposa Winnie trabajó duro para mantener viva la memoria de su marido y el resto de los encarcelados como parte esencial del activismo contra el apartheid, lo que le valió todo tipo de represalias de las autoridades, incluyendo prohibiciones, arrestos y acoso continuo, algo que se convirtió en una de las fuentes fundamentales de preocupación para Mandela durante sus años de cárcel. Según comenta Rick Stengel, «esto fue motivo de gran angustia para él, a sus hijos tuvieron que mandarles lejos a la escuela. No tenían dinero, Winnie fue perseguida y tuvo que vivir alejada de sus hijos. Eso realmente lo torturó».

Con posterioridad sería trasladado de prisión sólo con algunos de sus compañeros. La primera vez fue en 1982, cuando lo llevaron a la prisión de Pollsmoor, y posteriormente en 1988, cuando lo trasladaron a la prisión Victor Verster, en la región de El Cabo. Para entonces la actitud del gobierno sudafricano había variado hacia los presos políticos del Congreso Nacional Africano, y sobre todo hacia Mandela, ya que las perspectivas de perpetuar el régimen indefinidamente eran cada vez menos realistas.

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