Los grandes personajes de la Historia

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36: Nelson Mandela » La libertad en el horizonte

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La libertad en el horizonte

En la década de 1970 algunos hechos internos e internacionales hicieron que el apartheid comenzase a dar sus primeros síntomas de debilidad. Mientras la oposición interna continuaba, aunque debilitada desde el encarcelamiento de la cúpula del Congreso Nacional Africano, las potencias occidentales lo tenían cada vez más difícil para mirar hacia otro lado. Aunque habían rechazado formalmente el régimen sudafricano, lo toleraban por los fuertes intereses económicos de sus compañías en la zona y por considerarlo un bastión de la lucha contra el comunismo en África, que se había hecho presente en las guerras por la independencia de las antiguas colonias portuguesas de Angola y Mozambique, ambas fronterizas en aquel entonces con territorio sudafricano. Pero el rechazo de las opiniones públicas de las sociedades occidentales se dejó sentir especialmente a partir de 1976. En junio de aquel año se produjeron importantes disturbios protagonizados por estudiantes en la ciudad de Soweto, que fueron duramente reprimidos por la policía, ocasionando ciento setenta y seis muertos. El acontecimiento fue el detonante de un levantamiento popular anti-apartheid en el interior como no se producía desde los años cincuenta, y la cruenta represión policial fue el motivo de que cientos de miles de personas se movilizaran en Europa y Norteamérica.

Cada año que pasaba el gobierno sudafricano estaba más convencido de que no podía prolongar la situación sin el apoyo occidental. En 1985 se produjo un acuerdo internacional por el que se imponían sanciones económicas al país por la segregación racial, que en el contexto de crisis económica que entonces vivía supuso un duro golpe para el gobierno. El ascenso de Gorbachov al poder en la URSS y el deshielo de la Guerra Fría le privaba, además, de su última coartada a nivel internacional. No les quedaba más remedio que negociar con la oposición para llegar a una salida. Para Rick Stengel, Mandela fue consciente desde prisión de que algo estaba cambiando, de que de repente los presos del Congreso Nacional Africano eran más valiosos. «Mandela vio el ambiente de cambio, vio el rechazo que producía el apartheid en los demás, vio que cambiaba la situación y que cambiaba a su favor, porque el gobierno abría algo la mano, el gobierno buscaba una manera para salir de ese lío».

En 1985 se produjeron los primeros contactos del ministro de Justicia Kobie Coetsee con Mandela, que poco después rechazó la propuesta que le hizo el gobierno de dejarle en libertad si renunciaba a la violencia. Pese a ello las negociaciones no se interrumpieron. Mientras tanto en el interior Mandela se había convertido en el símbolo de los opositores. El eslogan «Liberad a Mandela» junto con sus últimas fotos de los años sesenta, justo antes de ingresar en prisión, se volvieron omnipresentes en los actos de protesta. Para Ciryl Ramaphosa, activista del Congreso Nacional Africano de aquellos años, «Nelson Mandela iba más allá de la vida, era un símbolo para todos nosotros. Era una inspiración. Nos manifestábamos por él, con su nombre. Queríamos ser como él, darlo todo por esta lucha». Ese liderazgo desde la cárcel se volvió otro factor de presión para el gobierno, que estaba preocupado por la maltrecha salud de Mandela después de dos décadas en prisión (en sus últimos cinco años de cárcel tuvo que ser hospitalizado tres veces por problemas de próstata y tuberculosis). Si Mandela llegaba a morir en prisión se convertiría en un mártir que, usado por la oposición, podía tener efectos devastadores.

El cambio definitivo comenzó a llegar en septiembre de 1989, cuando ganó las elecciones el moderado Frederik Willem de Klerk que, como nuevo presidente, comenzó a desmantelar las leyes del apartheid y a liberar a los presos políticos. El ambiente de cambio y esperanza que se apoderó del país durante los siguientes meses renovó a la sociedad sudafricana con un aliento de libertad. El 2 de febrero de 1990 se legalizó de nuevo el Congreso Nacional Africano, y ocho días más tarde el presidente en persona anunció que al día siguiente se liberaría a Mandela. Por fin el 11 de febrero salía de prisión acompañado de su esposa y, trasladado a Ciudad del Cabo, se dirigió a una multitud de medio millón de personas. Según Ciryl Ramaphosa, «oír a ese hombre que había estado apartado de nosotros todos esos años fue una de las sensaciones más fuertes que sentimos la mayoría de nosotros. Para mucha gente fue un sueño hecho realidad». Desmond Tutu, antiguo arzobispo anglicano de Ciudad del Cabo y Premio Nobel de la Paz en 1984 por su oposición al apartheid desde los disturbios de Soweto, recuerda sobre aquel día que «parecía como si la primavera hubiese llegado en mitad del invierno, creo que nuestra gente pensaba: “Dios nos ama, nos ha oído y nos ha permitido entrar en la tierra prometida”. Él representaba todo lo que esperábamos, significaba que íbamos a cruzar el Jordán». El propio Mandela se mostró sorprendido por la acogida que le brindaron sus compatriotas y declaró: «Yo estaba totalmente abrumado, no esperaba semejante entusiasmo. Si le dijese que soy capaz de describir mis sentimientos estaría sencillamente desvariando. Me dejó sin aliento».

El impacto todavía era mayor porque se trataba de un hombre del que no se tenía una sola imagen en treinta años, toda una generación había crecido sin verle ni oírle, se ignoraba cuál sería su aspecto o su estado físico cuando saliese de la cárcel. Como apunta Allister Sparks, «ahora sabemos que, de hecho, Mandela fue llevado por todo el país preparándolo silenciosamente para su liberación ya que había sido apartado de la vista de toda una generación. Nadie sabía cómo era, apareció en playas, entró en tiendas, pero nadie le reconoció. Fue una de las más extraordinarias situaciones. Todas las personas del mundo conocían su nombre pero él podía caminar por Ciudad del Cabo sin ser reconocido». Ese hombre había recuperado su libertad y se enfrentaba, con setenta y un años, al reto más importante de su vida: lograr que el sueño por el que tanto había luchado y sufrido se hiciese realidad en los siguientes meses.

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