Los grandes personajes de la Historia

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36: Nelson Mandela » Construir la democracia

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Construir la democracia

Un año después de su salida de prisión, en 1991, la primera Conferencia Nacional del recientemente legalizado Congreso Nacional Africano eligió a Nelson Mandela como presidente del partido. Había comenzado antes una fase de negociación con el gobierno para poner los cimientos de uno de los procesos de transición a la democracia más difíciles vividos en el siglo XX. Ambas partes, oposición y gobierno, llegaron a un acuerdo de cambio pacífico. El gobierno lograba así su objetivo de evitar una guerra civil y la comunidad negra veía por fin colmadas sus aspiraciones de libertad, igualdad civil y representación política. Como reconocimiento a esta ingente labor, el Comité Nobel noruego decidió otorgar el Premio Nobel de la Paz conjuntamente a Nelson Mandela y a Frederik Willem de Klerk en el año 1993, en palabras de la Fundación Nobel, «por su trabajo para acabar pacíficamente con el régimen del apartheid y por sentar las bases de una nueva Sudáfrica democrática». Mandela declaró públicamente que aceptaba el premio en nombre de todos los sudafricanos que habían sufrido y sacrificado tanto para llevar la paz a su tierra.

Esa nueva Sudáfrica fue una realidad el 27 de abril de 1994, cuando toda la población adulta sudafricana sin discriminación de raza ni sexo pudo votar en las primeras elecciones realmente democráticas del país. Los meses anteriores habían sido de una frenética campaña electoral en la que Mandela fue cabeza de lista por el Congreso Nacional Africano. En la campaña, como en los meses que habían transcurrido desde su excarcelación, llamó mucho la atención su discurso únicamente enfocado hacia un futuro de reconciliación y trabajo en común, en el que no había que dejar lugar para el rencor y el resentimiento si se quería culminar con éxito el cometido que se había comenzado. Como señala Rick Stengel, «creo que se dio cuenta a tiempo de que para crear una Sudáfrica unida y no racial tenía que hacerse de forma que estuviese desprovista de amargura, no podía mostrar resentimiento, debía ser más fuerte que todo eso». Mandela fue el gran vencedor de aquella jornada electoral y el 10 de mayo siguiente, a los setenta y cinco años, se convirtió en el primer presidente de la Sudáfrica democrática, cargo en el que continuaría hasta 1999.

Sus años de mandato estuvieron marcados por la redacción de una nueva Constitución democrática para el país y por el desarrollo de políticas que pusiesen las bases del bienestar y la igualdad de oportunidades para la población negra del país. En lo personal lo más destacado fue su divorcio de su esposa Winnie, cuya trayectoria se había ido radicalizando en los últimos años de prisión de su marido, y además en la década de 1990 se vio implicada en varios escándalos judiciales. En 1998, el día de su octogésimo cumpleaños contrajo terceras nupcias con la activista mozambiqueña a favor de los derechos de la infancia Graça Machel, con la que sigue casado en la actualidad.

Desde que dejó la presidencia de su país, su actividad pública ha sido intensa y se ha centrado en las tres fundaciones que ha creado. El Centro de la Memoria Nelson Mandela-Fundación Nelson Mandela es una institución dedicada a la preservación de la memoria de la lucha contra el apartheid como un requisito ineludible para guiar los pasos de Sudáfrica en el siglo XXI; el Fondo Nelson Mandela para los Niños se ocupa de promover la salud y las oportunidades educativas para los más pequeños en el país, y la Fundación Mandela-Rhodes es una iniciativa que busca potenciar a estudiantes universitarios para la creación de futuros líderes africanos. Ha dedicado también importantes esfuerzos a la lucha contra el sida en África, donde los efectos de la pandemia son devastadores, como él mismo pudo padecer ya que su hijo mayor Makgatho murió en 2005 a causa de dicha enfermedad.

El legado que deja Nelson Mandela al final de su vida es admirable. Su trayectoria es una de las más sorprendentes, apasionantes y ejemplares de todo el siglo y un referente y una esperanza para el futuro de África. Como señala Allister Sparks, «Mandela deja un poderoso legado que es una especie de cimiento para la nueva sociedad. Puede que vaya mal, pero estoy seguro de que nos ha dado una gran oportunidad, este país podía haber acabado en un baño de sangre de no ser por un hombre que ha sufrido más que ningún otro saliendo de la cárcel diciendo “no siento rencor”». El criterio de Ciryl Ramaphosa se encamina en la misma dirección: «No habríamos podido negociar el final del apartheid sin Nelson Mandela». Pero más allá de su significación para su país y su continente, su obra supone un mensaje para toda la humanidad. Su capacidad de dejar a un lado su dolor y resentimiento personales para lograr una meta guiada por el interés colectivo es un ejemplo que va más allá de las fronteras. Con personas que pudieran imitar su conducta sacrificada y entregada a la consecución de un mundo mejor, la humanidad tendría garantizada, por lo menos, una convivencia en paz. Ahí reside la grandeza de su figura, su significación universal, en que en un tiempo de incertidumbre y amenazas que nublan el futuro del planeta, él es el ejemplo viviente de que se pueden alcanzar acuerdos entre posturas a priori irreconciliables que traigan para todos un horizonte de esperanza.

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