Los grandes personajes de la Historia

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37: Juan Pablo II » De actor a sacerdote

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De actor a sacerdote

Alemania había invadido Gdansk y todos los jóvenes polacos como Karol fueron movilizados para defender a su país del ataque. El avance alemán resultaba imparable y en sólo veintiocho días habían entrado en Varsovia. El ejército polaco se rindió y Karol, como el resto de hombres movilizados, fue licenciado y regresó a Cracovia. Pero allí encontró una situación completamente distinta de la que había dejado. Los alemanes habían hecho detener a casi todos sus profesores, la universidad había sido cerrada, los teatros clausurados y las reuniones culturales prohibidas. De Wadowice tampoco llegaban buenas noticias. La amplia comunidad judía con la que Karol había convivido durante su infancia, al igual que la de Cracovia y las de todo el país, era objeto de la persecución nazi. La sinagoga que día tras día había visto llenarse cuando iba al instituto había sido dinamitada, y a no pocos de sus amigos los habían enviado a campos de concentración.

En esas circunstancias desesperadas urgía encontrar un trabajo y no sólo porque el salario era necesario para poder mantenerse y mantener a su padre, sino porque los hombres sin empleo —y eso incluía a los estudiantes— eran arrestados y deportados a Alemania para realizar trabajos forzados en la industria bélica. Gracias a los Szokocka pudo emplearse como ayudante de dinamitero en la cantera de Solvay que abastecía una fábrica de sodio del distrito de Cracovia. El trabajo se realizaba en condiciones durísimas, a la intemperie y con medios muy escasos. A los pocos meses fue trasladado de la cantera a la fábrica donde se ocupaba de acarrear cal en cubetas y mezclarla con agua para las calderas. Esta experiencia le convertiría muchos años después en el único pontífice que previamente había sido obrero, lo cual marcó tan profundamente su forma de ver el mundo que, como recoge Eusebio Ferrer en una de sus biografías, él mismo confesaría: «La experiencia que adquirí durante aquel período de mi vida no tiene precio. He dicho muchas veces que le concedo, tal vez, más valor que a un doctorado, lo cual no significa que subestime los títulos universitarios».

En 1941 falleció su padre, de modo que con veintiún años Wojtiła se quedó completamente solo. Pese a la dureza de las condiciones de vida impuestas por la guerra trató de continuar con su formación intelectual estudiando y cultivando el teatro. Junto con su amigo Juliusz y otros participantes de las reuniones en casa de los Szokocka, pasó a formar parte de un movimiento clandestino de oposición al nazismo y al comunismo denominado «Unia», dedicado a la defensa de la tradición y cultura polacas. En consecuencia, entró en la compañía teatral clandestina dirigida por Tadeusz Kudlinski y participó con varios de sus amigos en el grupo teatral Teatro Rapsódico, fundado por su antiguo maestro Kotlarczyk, al que había acogido en su casa. Organizaban pequeñas reuniones en domicilios particulares en las que se hacían representaciones teatrales y lecturas públicas de obras literarias y poéticas como una forma de lucha por el mantenimiento de una cultura propia que el nazismo estaba tratando de aniquilar. Aquellas reuniones no eran actos lúdicos sino de resistencia cuyos participantes corrían el peligro de ser descubiertos, detenidos y deportados o asesinados por ello.

Fue también en esos años cuando conoció a una de las personas que marcarían con más fuerza su vida, el sastre Ian Tyranowski, de manos del que cristalizaría su vocación sacerdotal. Tyranowski le introdujo en la espiritualidad carmelita y le facilitó las obras de santa Teresa y san Juan de la Cruz, que Karol leía frecuentemente de madrugada cuando tenía que cuidar de la caldera en la fábrica. El misticismo del segundo le impresionó de tal modo que, además de dedicarle años después su tesis doctoral, le hizo ver claramente su vocación. Cuando comunicó a sus amigos del grupo teatral la decisión de hacerse sacerdote ninguno de ellos podía creerlo. Todos estaban convencidos de que su camino era el teatro y ninguno de ellos podía imaginar lo que esta decisión iba a suponer en el futuro.

Hacerse sacerdote tampoco era algo sencillo en la Polonia dominada por los nazis. Los seminarios habían sido cerrados y los hábitos, lejos de proteger de la persecución, hacían sospechoso a quien los portaba. Por esta razón los obispos polacos habían organizado un seminario clandestino e itinerante en el que Karol ingresó y permaneció durante toda la guerra. No por ello abandonó su actividad como obrero, que necesitaba para mantenerse y justificarse ante los ocupantes, ni su participación en el grupo de teatro. En los últimos meses del conflicto el recrudecimiento de las persecuciones afectó también a los miembros de la Iglesia, por lo que se vio obligado a refugiarse con otros compañeros del seminario en la residencia del arzobispo de Cracovia, Sapieha, en la que permaneció hasta que en enero de 1945 el ejército soviético liberó la ciudad.

No obstante, lo que sucedió en Polonia difícilmente puede considerarse como una liberación. Tras la entrada de las tropas aliadas en Berlín en octubre de 1944, y por tanto con Alemania vencida pero con la guerra sin finalizar en el frente japonés, Roosevelt, Churchill y Stalin (Estados Unidos, Inglaterra y la URSS) pactaron en Yalta un nuevo reparto de poder que terminaría dando paso a la llamada Guerra Fría. Por lo que a Polonia se refería, quedaba en la órbita soviética, es decir, se convertía en un país bajo régimen comunista. El horror nazi había finalizado, pero la libertad propia de las democracias tampoco llegaría a Polonia. El nuevo régimen, de naturaleza totalitaria, si bien podía suponer un horizonte esperanzador en algunas cuestiones como la justicia social o el reparto de la riqueza, no estaba dispuesto a tolerar ninguna expresión que pudiese cuestionarlo. La libertad en todas sus manifestaciones políticas o culturales se cercenaba en aras de un orden nuevo. La libertad religiosa también quedaba condenada al concebirse toda religión como un elemento adormecedor y adoctrinador de las conciencias. Con la conciencia bien despierta, Karol Wojtiła era ordenado sacerdote por el arzobispo Sapieha en su capilla privada el 1 de noviembre de 1946.

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