Los grandes personajes de la Historia

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37: Juan Pablo II » El camino hacia el Vaticano

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El camino hacia el Vaticano

Nada más ser ordenado sacerdote, y como si de una señal se tratase, Sapieha decidió enviarle a completar sus estudios en teología a Roma, ciudad en la que permanecería dos años. Matriculado en el Angelicum, la universidad dominica, obtuvo su doctorado eclesiástico con una tesis sobre san Juan de la Cruz y aprovechó para viajar por Francia, Holanda y Bélgica. Con esta experiencia tan distinta de la de los años anteriores regresó a Cracovia en 1948. Allí recibió su primer destino como sacerdote, el de coadjutor del pequeño pueblo de Niegowic, que ejerció hasta que a finales del año siguiente se le nombró coadjutor de la parroquia de San Florián en Cracovia y capellán universitario. El ejercicio, muy en especial de este segundo cargo, le permitió desarrollar una actividad pastoral centrada en grupos de jóvenes estudiantes con los que se sentía especialmente cómodo. Las reuniones de universitarios estaban prohibidas, por lo que optó por organizar grupos de excursionistas que en realidad lo eran de evangelización. Con ellos Karol Wojtiła, al que llamaban «tío Karol» para evitar problemas con la policía, realizaba largos paseos, escaladas, rutas de varios días en kayac… actividades que siempre le habían gustado y que de un modo entonces innovador supo combinar con su labor sacerdotal.

A la muerte de Sapieha en 1951, su sucesor al arzobispado de Cracovia, Baziak, muy satisfecho con los resultados que había logrado con los grupos de estudiantes y deseando aprovechar su capacidad, decidió concederle una licencia para que pudiese preparar el examen de habilitación para ejercer como profesor en la universidad laica de la ciudad (su primera universidad, la Jagelónica). Así, en 1953 comenzó a dar clase en la Facultad de Teología y a finales de ese mismo año obtuvo el doctorado civil, si bien a los pocos meses la supresión de la facultad por el gobierno motivó que se le destinase a la Universidad Católica de Lublín. Pero Baziak, consciente de la valía de Wojtiła, pensó que su aportación podía ser especialmente valiosa, en Cracovia luchando por la libertad religiosa, y por ello el 28 de septiembre 1958, ante la sorpresa del propio elegido, le consagró como obispo de Cracovia. Con treinta y ocho años era inusitadamente joven para el cargo, pero Baziak le tranquilizó al respecto: el Papa era perfectamente consciente de la edad de su nuevo obispo. Pese al nombramiento, Karol Wojtiła continuó manteniendo sus actividades habituales si bien cada vez pudo conocer más de cerca la tensa relación que las autoridades eclesiásticas polacas mantenían con el gobierno.

El año 1962 trajo importantes novedades a su vida. La muerte de Baziak supuso su nombramiento como vicario Amaze y administrador provisional de la archidiócesis de Cracovia. Y como titular provisional de dicho arzobispado tuvo que acudir a Roma para responder a la llamada que el nuevo pontífice Juan XXIII planteaba a la cristiandad con el primer concilio ecuménico. El Concilio Vaticano II se convertiría en una auténtica revolución interna en la Iglesia católica. Su carácter ecuménico (es decir, universal para todas las confesiones cristianas, no sólo la católica) planteaba la apertura de la Iglesia católica al mundo moderno y convertía la defensa de la libertad religiosa (tan anhelada para su país por Wojtiła) en su mismo centro. El Concilio se desarrolló en cuatro sesiones entre 1962 y 1965 y ya a las dos últimas Wojtiła acudió en calidad de arzobispo metropolitano de Cracovia, pues su nombramiento como tal tuvo lugar en enero de 1964. Su participación fue muy activa en parte por su facilidad para comunicarse en varias lenguas (además del latín, que era obligatorio, hablaba alemán, francés, inglés, italiano, polaco y español) y en parte porque fue uno de los principales abanderados de la cuestión de la libertad religiosa y miembro de la comisión encargada de redactar la constitución conciliar, el llamado «Esquema XIII».

Una vez clausurado el Concilio y como arzobispo de Cracovia, le aguardaba la tarea de poner en marcha las conclusiones y decretos del mismo en su diócesis, y para ello tuvo que hacer frente a enormes dificultades. Defender la libertad religiosa en Polonia era lo mismo que enfrentarse abiertamente con su régimen político, pese a lo cual se mantuvo firme en su postura. Buen ejemplo de ello fue lo sucedido en 1965 en Nowa Huta, la ciudad creada ex profeso para una población de más de ciento veinte mil personas, en su mayoría obreros, y en la que no se había previsto la construcción de ninguna iglesia. Wojtiła, que como obispo había celebrado en 1959 la misa del Gallo en un lugar de la ciudad llamado Mistrzejowice, comenzó a negociar con el gobierno la obtención del permiso necesario para poder construir en aquel lugar, que los fieles habían tomado como su templo, una iglesia. Pero las autorizaciones no llegaban y un día el arzobispo Wojtiła, apoyado por la comunidad católica de la ciudad, decidió elevar en el lugar escogido una gran cruz de madera en torno a la que poder rezar. Ante tal desafío las autoridades ordenaron la entrada de máquinas excavadoras para que derribasen la cruz, pero el arzobispo y quienes le apoyaban se pusieron delante para evitarlo. La protesta se mantuvo hasta que finalmente en 1971, ante la asistencia masiva de fieles a la celebración de la misa del Gallo, una vez más oficiada por Wojtiła, las autoridades cedieron y permitieron la construcción de la iglesia.

En medio de toda aquella lucha y como estrategia para hacerla más efectiva, el sucesor de Juan XXIII, Pablo VI, había decidido elevarle al cardenalato, lo que hizo de su propia mano en la Capilla Sixtina el 26 de junio de 1967. El gobierno polaco curiosamente no puso trabas al nombramiento pues consideraban que frente al cardenal Wyszynski, que mantenía la postura de negarse a negociar con los comunistas, Wojtiła, mucho más joven y de mentalidad más abierta, podía servirles para favorecer cierta división en la Iglesia polaca que convenía a sus intereses. Sin embargo, la colaboración de ambos cardenales se convirtió en la tónica habitual y logró el efecto contrario. Así, Wojtiła pudo continuar con su política de enfrentamiento no violento con las autoridades que cada vez encontraban en él un elemento más incómodo. Cuando un sacerdote era detenido por ejercer su función pastoral, el mismo cardenal aparecía al día siguiente en su parroquia para sustituirle en misa hasta que era liberado. Karol Wojtiła era para el gobierno polaco una auténtica piedra en el zapato y a Wyszynski obviamente no le molestaba.

Ésta era la situación cuando en 1978 murió Pablo VI y, como cardenal, Karol Wojtiła fue llamado al cónclave que en Roma debía elegir al nuevo pontífice. El escogido fue el arzobispo de Venecia Albino Luciani, que como Papa adoptaría el nombre de Juan Pablo I. Su nombramiento suponía la continuidad de la línea trazada por Juan XXIII en el Concilio Vaticano II, es decir, la más aperturista dentro de la Iglesia. Lo que nadie podía imaginar es que su pontificado iba a durar tan sólo treinta y tres días ya que el nuevo Papa falleció súbitamente el 29 de septiembre de 1978 mientras dormía, parece que por un fallo cardíaco. Al tiempo que las especulaciones sobre la causa de su muerte llenaban los periódicos, los miembros del cónclave eran nuevamente llamados al Vaticano. Había que escoger un nuevo Papa, pero en aquella ocasión Karol Wojtiła no haría las maletas de regreso.

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