Los grandes personajes de la Historia

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37: Juan Pablo II » Fumata Blanca

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Fumata Blanca

Una vez finalizadas las exequias de Juan Pablo I, el cónclave cardenalicio debía reunirse en el Palacio Apostólico del Vaticano en el que, como era y es tradición, permanecería incomunicado hasta que se produjese la nueva elección de Papa. La sesión debía iniciarse el 14 de octubre a las cinco de la tarde, hora en la que se pronunciaba el extra omnes («fuera todos») con el que se cerraban las puertas de la Capilla Sixtina. Curiosamente el último en entrar al cónclave cuando casi daban las cinco fue Karol Wojtiła. Por la mañana había aprovechado para acercarse al santuario de la Madonna de la Grazie en Mentorella, a unos cincuenta kilómetros de Roma, pero su coche sufrió una avería y el cardenal Wojtiła tuvo que hacer autoestop para regresar a la ciudad. Unos minutos antes de las cinco un camionero dejaba al cardenal polaco en la plaza de San Pedro.

Las votaciones de los cónclaves son secretas y las papeletas con las que se realizan se queman inmediatamente después de finalizar cada votación, por lo que casi todo lo que se sabe de ellas forma parte del terreno de la especulación. En aquel otoño de 1978, según recoge Santiago Martín, coincidiendo con la mayor parte de biógrafos de Karol Wojtiła, parece que el grupo considerado más progresista del cónclave decidió apostar por la candidatura del polaco Wojtiła cuando vieron que su candidato (Benelli) no tenía demasiadas posibilidades frente al del grupo más conservador (Siri). El hecho de que su candidatura fuese propuesta, según parece, por el progresista cardenal de Viena Franz König convenció a los primeros de la conveniencia del cardenal polaco.

Sea como fuere, al menos dos tercios del cónclave integrado por ciento once cardenales votaron a su favor. El cardenal Villot, como chambelán y cumpliendo con el protocolo establecido, se dirigió al cardenal electo Karol Wojtiła y le preguntó si aceptaba el nombramiento. Éste contestó: «En la obediencia de la fe ante Cristo mi Señor, abandonándome a la Madre de Cristo y a la Iglesia, y consciente de las grandes dificultades, acepto». Preguntado a continuación por el nombre que deseaba adoptar, respondió: «Juan Pablo II». De este modo dejaba claro desde el principio el lazo que iba a unir su pontificado con la tarea emprendida por sus predecesores. Momentos después se dirigió a una pequeña sala cercana al altar de la Capilla Sixtina donde tres sotanas blancas de distinta talla aguardaban al nuevo Papa. Pasados algunos minutos de las seis de la tarde del 16 de octubre de 1978, la fumata blanca anunciaba al mundo que el cónclave había tenido fruto.

Cuando el cardenal Felici abrió el balcón situado sobre la puerta principal de la basílica de San Pedro y proclamó según la fórmula acostumbrada: «Anuntio vobis gaudium magnum. Habemus Papam Sactam Romanae Ecclesiae, reverendissimum ac ilustrissimum dominum Carolum cardinalem Wojtiła» («Os anuncio una gran alegría. Tenemos Papa de la Santa Iglesia Romana, reverendísimo e ilustrísimo señor Karol cardenal Wojtiła»), un rumor sorprendido recorrió la plaza de San Pedro. Pocos sabían quién era ese tal Wojtiła. Desde hacía 456 años no había sido elegido un solo Papa que no fuese italiano. Sin embargo y desde el primer minuto de su pontificado, Juan Pablo II supo cómo ganarse a las masas. Sus primeras palabras se dirigieron a los miles de fieles que se congregaban en la plaza y… fueron en italiano. Con sólo la primera frase la plaza estalló en aplausos.

Si en Roma las muestras de júbilo eran grandes, en Polonia la elección de Karol Wojtiła como Papa parecía casi un milagro, un premio a la resistencia pacífica de un pueblo frente a la opresión. La capacidad de unir y movilizar a los polacos del cardenal Wojtiła se multiplicaba de forma exponencial con su elección como pontífice y eso era algo que tensaba enormemente a las autoridades soviéticas. Hasta qué punto tenían motivos para ello sería algo que ya los primeros años de pontificado de Juan Pablo II se encargarían de demostrar.

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