Los grandes personajes de la Historia

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2: Confucio » El gran maestro del Estado de Lu

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El gran maestro del Estado de Lu

Chu Fu, la ciudad donde vivía Confucio, era la capital del estado de Lu, que por entonces estaba gobernado por el duque de Lu. Sin embargo, las largas luchas internas por el poder entre los aspirantes al ducado de Lu terminaron motivando que en la práctica el gobierno del estado se dividiese entre las tres grandes familias que se disputaban el poder aunque uno de sus miembros ostentase el título de duque de Lu. Uno de ellos, Ji Sun Shi, gobernaba en Chu Fu en el tiempo en que Confucio había quedado huérfano, y preocupado como estaba por la necesidad de administrar mejor los recursos naturales del territorio que tenía a su cargo, algunos de sus consejeros le hicieron notar que en la ciudad había un joven cuya inteligencia era alabada por todos. Confucio fue entonces llamado ante el gobernador de Chu Fu, quien le ofreció el puesto de inspector de graneros de la ciudad, cargo que desempeñaría durante varios años y en el que daría muestras de su gran capacidad.

Poco tiempo después de haber iniciado su nueva vida, cuando tenía diecinueve años, Confucio contrajo matrimonio. Nada se sabe sobre la identidad de su esposa ni tampoco sobre el número de hijos que tuvo, si bien parece que su matrimonio no resultó especialmente bien avenido y que, en efecto, fue padre. En palabras de la profesora Julia Ching, «sabemos que Confucio además de un hijo tuvo al menos una hija porque encontramos referencias de que su hija se casó con uno de sus discípulos; hay quien considera que incluso tuvo una segunda hija, pero es muy poco lo que se sabe sobre su relación con su esposa. De hecho una leyenda cuya fiabilidad no podemos contrastar cuenta que Confucio y su mujer se divorciaron, de modo que por lo que sabemos es posible que Confucio y su mujer no se llevaran bien». Sea como fuere, lo cierto es que durante más de diez años Confucio se entregó al desempeño de su cargo de inspector de graneros y a su vida familiar, aunque continuó leyendo incesantemente las grandes obras clásicas chinas. Conforme avanzaba el tiempo y en la medida en que por su empleo continuaba en contacto con los grandes problemas sociales de la época, fue creciendo en él la necesidad de consagrar su vida a la mejora del mundo en que vivía. Convencido de la decadencia social y política de su época, comenzó a pensar que se imponía la necesidad de renovación y que para ello el mejor instrumento era la educación sin distinciones de todos los miembros de la sociedad, independientemente de su origen o clase. Había nacido su verdadera vocación, la de ser maestro, y por ella terminaría abandonando todos sus lazos personales.

Guiado por sus ideas revolucionarias, Confucio abrió una escuela en Chu Fu en la que aceptaba a discípulos de todas las clases sociales, sin tener en cuenta si se trataba de hijos de nobles o de familias pobres pues estaba absolutamente persuadido de que la educación era la única base verdadera sobre la que construir cambios y mejorar la sociedad. Sus estudios y su experiencia le habían dotado de una profunda comprensión de los problemas derivados de la actuación social del ser humano, de forma que estaba convencido de que la excelencia de una sociedad dependía en buena medida de la de sus individuos, de ahí la importancia de hacer extensiva la educación a todas las clases sociales. En consecuencia, la educación de sus alumnos no buscaba convertirlos en eruditos, sino hacerlos cultivar su espíritu, mejorarlos como seres humanos para que mejorasen su sociedad. Así, en su escuela se formaba a los discípulos bajo el ideal confuciano de «hombre noble» o junzi, término chino equivalente a «aristócrata» al que Confucio dio un nuevo sentido: el hombre noble no era el de alta cuna, sino el de noble moral.

La fama de Confucio creció al compás que lo hacía el número de sus discípulos. Nadie antes que él había hecho nada parecido. Como señala Dolors Folch, «la originalidad de Confucio —que no era nada obvia ya que en Occidente tardaría milenios en introducirse— es haber proclamado que era necesario enseñar a todo el mundo. Se trata de una concepción totalmente innovadora que incluye la idea de que lo importante es la capacidad intelectual y no el árbol genealógico, y de que lo que diferencia a los hombres entre sí no es el nacimiento sino la educación». Los planteamientos de Confucio dieron pie a la formulación de toda una filosofía educativa y ética que se aplicaba rigurosamente en su escuela. Esto suponía un alto grado de exigencia para sus pupilos a los que el maestro exigía verdadero interés por el estudio y el cultivo perseverante de las virtudes confucianas: el amor filial (Xiao), la humanidad (Ren) y el respeto y práctica de las costumbres o ritos (Li).

Pero para Confucio la educación era, ante todo, un instrumento de cambio, de reforma social y política, de tal suerte que formaba a sus alumnos para convertirlos en funcionarios públicos, es decir, en los responsables de la administración social y política y, por tanto, en agentes del cambio. Él mismo deseaba llegar a ser un alto funcionario de algún estado chino ya que de ese modo pensaba que podría cumplir su sueño de cambiar la realidad para recuperar los principios que se habían perdido después del período Zhou del Oeste. Por esa razón ofreció sus servicios una y otra vez a los gobernantes del estado de Lu, pero una y otra vez fue rechazado. Sin embargo, cuando creía que jamás tendría la oportunidad de poner en práctica sus ideas más allá del entorno de sus discípulos, su suerte cambió bruscamente. Corría el año 501 a. C. y Confucio tenía ya cincuenta años.

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