Los grandes personajes de la Historia

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3: Aristóteles » El maestro de filósofos

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El maestro de filósofos

Con frecuencia tendemos a pensar que personajes como Aristóteles se encuentran muy lejos de nuestra vida cotidiana. Nadie duda en reconocer en él a uno de los más importantes filósofos de la Antigüedad junto con Platón y Sócrates, pero la impresión de que su obra como tal tiene una presencia limitada al ámbito de la filosofía es asimismo general. Y, sin embargo, nada más lejos de la realidad. ¿Quién no ha dicho alguna vez que el fin que busca todo ser humano para su vida es la felicidad? ¿O que el hombre es un ser sociable por naturaleza? Todos identificamos a un virtuoso como a alguien capaz de hacer algo del mejor modo posible, y en más de una ocasión habremos afirmado convencidos que en el término medio está la virtud. La obra filosófica de Aristóteles es sin duda una de las más valiosas del mundo clásico tanto por su magnitud como por su profundidad. Pero es su trascendencia histórica la que explica el lugar que todos, conscientes o no de ello, atribuimos a su autor en el pensamiento occidental. La filosofía aristotélica está sutilmente encajada en nuestra forma de ver el mundo, es un recurso inconsciente de nuestro modo de analizar la realidad y razonar sobre ella. Quizá la figura idealizada del filósofo de blancas y largas barbas, vestido con una túnica y portando algún libro mientras enseña a sus discípulos que hemos visto representada hasta la saciedad en cuadros y libros nos sea lejana, pero lo cierto es que acercarnos a Aristóteles es hacerlo a nosotros mismos.

Aristóteles nació en el año 384 a. C. en Estagira, en la zona nordeste de Grecia denominada Tracia que por entonces se hallaba bajo la influencia política del reino de Macedonia. La Grecia del siglo IV a. C. en que vivió Aristóteles era aquella a la que había dado paso la guerra del Peloponeso que entre los años 431 y 404 a. C. enfrentó a Esparta y Atenas y que finalizó con la derrota de esta última. Si el siglo V a. C. había sido la gran época del esplendor ateniense representado con la obra política de Pericles, el embellecimiento de la Acrópolis, el clasicismo artístico de Fidias y la filosofía laica y relativista de los sofistas, el fin de la guerra marcó el inicio del declive político de Atenas y el principio de una etapa de crisis en que ninguna ciudad-estado griega lograría consolidarse como poder hegemónico estable, para finalmente ceder el paso a un poder extranjero, el macedonio.

Grecia no era pues una única realidad política. Las ciudades-estado griegas eran entidades políticamente independientes con desarrollos institucionales y legales diferentes y sistemas sociales diversos. Pese a ello existía una comunidad cultural determinada por la proximidad geográfica, los intercambios comerciales y especialmente la lengua común. A lo largo del tiempo algunas de estas polis (nombre con el que se denomina a las ciudades-estado griegas) habían ejercido períodos de hegemonía política, comercial y cultural sobre las restantes —particularmente Atenas, Esparta y Tebas—, pero la guerra del Peloponeso y sus consecuencias pondría de manifiesto la incapacidad de todas ellas para mantener una paz estable en aras de un cierto panhelenismo que hasta entonces sí había funcionado. Consecuencia directa de tal situación fue la quiebra del ideal de la polis y, con ella, la crisis del sistema político y económico griego. Como no podría ser de otro modo, la crisis del siglo IV a. C. también encontraría reflejo en las artes, la literatura, la religión y la filosofía en las que, frente a la serenidad clásica y la expresión del sentimiento comunitario del siglo precedente, comenzó a abrirse paso una preocupación por la expresión de lo individual y sus circunstancias que preludiaba el helenismo. Sin embargo, como ha indicado el historiador de la Grecia antigua Víctor Alonso Troncoso, «la crisis de la polis, no obstante, concitó en Atenas una reacción en los medios intelectuales y filosóficos, que dio vida a nuevas corrientes de pensamiento y reflexión política. Como el tiempo del Quijote, época de decadencia, el siglo IV fue un período de máxima creación y florecimiento del genio crítico, a veces evasivo. Nombres como los de Platón, Aristóteles, Isócrates y Demóstenes están íntimamente unidos al espíritu de la época, y su obra enriquece para siempre lo mejor del humanismo occidental».

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