Los grandes personajes de la Historia

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De niño a general de caballería

Alejandro tuvo una educación aristocrática en la corte de Pela, la capital del reino, aunque todavía tenía gran importancia la ciudad que había detentado esa condición anteriormente, Egas. Como en la formación de los hijos de la nobleza macedonia, el componente militar y físico tuvo una gran importancia, acentuada por el hecho de que su madre impuso que su primer educador fuese Leónidas, de su mismo origen geográfico, que le dio una instrucción típicamente epirota, basada casi exclusivamente en la educación física. Uno de los episodios más rememorados de esta etapa, que duró hasta los catorce años, tuvo lugar cuando el muchacho tenía sólo trece. A esa edad logró domar a un caballo que le habían ofrecido a su padre por su extraordinaria calidad pero que nadie conseguía domar. Alejandro se dio cuenta de que lo que sucedía era que el caballo se asustaba de su propia sombra, por lo que para montarlo debía ponerlo de cara al sol. Ante el asombro de los que miraban la escena, el adolescente logró con una naturalidad sorprendente lo que los adultos más experimentados no habían podido hacer. Filipo se quedó el caballo para su hijo y le puso por nombre Bucéfalo, que en adelante se convirtió en el corcel favorito de Alejandro y le acompañaría a lo largo de sus campañas.

Pero un año más tarde Filipo, quizá como reacción a la excesiva influencia materna, decidió dar un giro a la educación de su hijo. Le envió a la ciudad de Mieza, donde se estaba formando una notable escuela filosófica. Allí es donde Alejandro recibió la instrucción del más notable pensador griego del momento, Aristóteles de Estagira, desde el año 342 a. C. El cambio en su adiestramiento fue radical. De una educación eminentemente física y militar pasó a una intensiva formación intelectual y sensible, profundizando sus conocimientos sobre literatura y filosofía y abriendo su curiosidad a nuevos campos como la medicina y la retórica. Sin embargo, el factor militar estuvo siempre presente y no mucho después su padre pensó en hacerle entrar en combate. Cuando en el año 339 a. C. Tebas y Atenas se aliaron para detener el avance de Filipo hacia el sur, el rey macedonio no podía sino responder plantando cara a lo que constituía un desafío a sus planes. Los atenienses enviaron tropas hacia la región de Beocia para impedir un avance militar de Filipo contra Tebas y mandaron embajadas para recabar apoyos, que consiguieron en Eubea, Acaya, Mégara, Corinto, Acarnania, Léucade y Corcira. El choque se produjo en Queronea, en el 338 a. C., donde Alejandro participó como comandante de la caballería macedonia y tuvo un papel brillante al liderar a sus dos mil jinetes desde el flanco para apoyar la ofensiva de las falanges.

La victoria fue aplastante, pero Filipo se mostró indulgente con los vencidos ya que tenía en mente un nuevo proyecto, pactar una unión de toda Grecia para emprender una expedición de castigo contra Persia. El Imperio persa era entonces la principal potencia política del Mediterráneo y de Próximo Oriente. Estaba gobernado por la dinastía de los Aqueménidas, cuya autoridad se extendía desde Egipto (el gran rey de Persia ostentaba el título de faraón desde su conquista) hasta el actual Afganistán y desde el mar Caspio hasta el golfo Pérsico. A comienzos del siglo V a. C., las esferas políticas persa y griega habían entrado en conflicto. Desde que en el año 499 a. C. las ciudades griegas de Jonia (región que se corresponde con la costa egea de la península de Anatolia) se rebelaron contra el dominio político de los persas y éstos comenzaron una campaña de represión que desencadenó la guerra grecopersa, y que conocemos como guerras Médicas (490-479 a. C.), las ciudades-estado habían soñado con organizar una campaña que liberase a sus hermanas jonias del yugo y que castigase a los persas por los golpes infligidos en el pasado. Con este objetivo reunió Filipo en Corinto un congreso de estados helénicos (conocidos desde entonces como Liga de Corinto) que le nombró jefe militar supremo con el cometido de poner rumbo a Asia al mando de las tropas que se reclutasen al efecto. Para preparar el terreno se envió un primer contingente militar al mando de uno de sus generales, Parmenión. Como señala el profesor Green, «Parmenión era su general en jefe, de una importancia capital para él, su mano derecha y hombre de absoluta confianza. Era además un astuto político de primer orden. Sus grandes bazas eran su absoluta lealtad a Filipo y su indudable habilidad como gran general».

Sin embargo Filipo nunca pudo encabezar la soñada campaña persa. En el 336 a. C., cuando celebraba en Egas un festival religioso con el objeto de atraerse el beneplácito de los dioses en la próxima aventura, fue asesinado por un miembro de su guardia personal, Pausanias. Parece que el móvil fue una cuestión de celos, ya que el asesino había sido durante un tiempo amante del rey y poco después había caído en desgracia. En cualquier caso, el agresor intentó huir del escenario del crimen, pero algunos de los presentes dieron con él y lo asesinaron. Como ha señalado el profesor Green, «desde el principio hubo teorías de la conspiración, sobre todo después de que Pausanias fuese útilmente asesinado tras su persecución por compañeros de educación de Alejandro, lo que impedía que pudiese hablar. Las sospechas inmediatamente cayeron sobre Olimpia y, a través de ella, sobre el propio Alejandro. Lo que es cierto es que nunca sabremos la verdad». Efectivamente, Olimpia se había distanciado de su marido a raíz de un nuevo matrimonio de éste, ahora con una joven de una familia aristocrática macedonia, Cleopatra, treinta años más joven que él. Si la nueva esposa tenía descendencia masculina (como efectivamente ocurrió) ésta sería de pura sangre macedonia y tendría preeminencia para el acceso al trono, ya que Alejandro sólo era macedonio por parte de padre. Por tanto, los ingredientes para un complot estaban servidos, pero se ignora si Pausanias fue responsable del magnicidio en solitario. Filipo II fue enterrado en las cercanías de Egas, en una tumba majestuosa cubierta por un magnífico túmulo que en la práctica era una colina artificial, rodeado de un fabuloso tesoro funerario. En la actual ciudad de Vergina puede visitarse esa tumba, que fue hallada intacta en 1977 por el arqueólogo griego Manolis Andronikos. Su inesperada muerte dejaba una situación inestable en el reino, con una cuestión sucesoria abierta y con los preparativos de una expedición continental en marcha. Ésas fueron las poco halagüeñas condiciones en que accedió al trono Alejandro. Tenía apenas veinte años.

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