Los grandes personajes de la Historia

Los grandes personajes de la Historia


4: Alejandro Magno » Alejandro III de Macedonia

Página 26 de 268

Alejandro III de Macedonia

No son muchas las fuentes que nos han llegado desde la Antigüedad sobre la vida de Alejandro. Se cuentan básicamente cuatro y sobre ellas se han realizado todos los estudios sobre el legendario rey. El más antiguo de los autores que escribió sobre ello y cuya obra nos ha llegado fue Diodoro Sículo, historiador del siglo I a. C. que dedicó un volumen de su Biblioteca histórica a la vida de Alejandro; Plutarco, historiador griego del siglo I d. C., escribió una biografía del rey en sus Vidas Paralelas; Quinto Curcio Rufo, rétor e historiador romano del siglo I d. C., escribió una Historia de Alejandro Magno, y por último, Flavio Arriano, filósofo e historiador griego del siglo II d. C., escribió su Anábasis de Alejandro Magno, uno de los escritos fundamentales sobre el monarca. Todos estos textos beben en fuentes más antiguas, muchas coetáneas al rey macedonio, y dan una clara visión de conjunto aunque en ocasiones divergen en los detalles.

Todos ellos coinciden en que pese a lo agitado del momento de acceso al trono, en poco tiempo logró poner la situación bajo control. La oposición interior, formada por miembros de la familia real y parece que también por algunos generales importantes, fue sofocada cuando el general Antípatro logró que fuese aclamado por una asamblea de guerreros. Las armas también desempeñaron su papel, ya que se acabó con los opositores más díscolos y Olimpia se encargó de eliminar al pequeño hijo de Filipo y Cleopatra, que se suicidó poco después. Asimismo, en el resto de Grecia se produjeron reacciones contra el poder macedonio que Alejandro no podía consentir si quería asegurar su continuidad en el poder. Dos campañas militares, una de intimidación y otra de castigo, le bastaron para recuperar la obediencia de las ciudades griegas y que se le reconociese la condición de general en jefe de la Liga de Corinto que tenía su padre.

Llegado a este punto se planteó emprender la hazaña persa que había planeado Filipo. Las motivaciones seguían siendo las mismas, pero ahora el joven rey veía además que una gran victoria le daría una posición de prestigio en toda Grecia. Posiblemente el proyecto no iba más allá de expulsar a los persas de Asia Menor, ya que los efectivos que movilizó rondaban los cuarenta mil hombres, la mitad macedonios y la otra mitad aportados por la Liga de Corinto y mercenarios. Así las cosas, en la primavera del 334 a. C. las naves griegas comenzaron a cruzar el Helesponto (nombre con el que se conocía el estrecho de los Dardanelos) y las fuerzas desembarcaron en Abidos. Alejandro estaba acompañado ya por las personas más cercanas a él y que marcaron su reinado: el general Parmenión, sus compañeros de armas Clito y Hefestión (ambos amigos de la niñez y el último su amante de por vida) y el historiador Calístenes (sobrino de Aristóteles y cronista oficial de la campaña). Una primera respuesta persa a la presencia del ejército griego no se hizo esperar y poco después, en la región de Tróade, tuvo lugar el primer encuentro con las tropas enemigas. El gran rey de Persia, Darío III, encomendó repeler la expedición griega al general Memnón, un mercenario griego a su servicio. El combate tuvo lugar a orillas del río Gránico, un terreno escogido adrede por Memnón para favorecerle. Allí venció contra todo pronóstico Alejandro, ya que las tropas griegas tuvieron que atacar a las persas atravesando el río. Según el profesor Green, la propia actitud de Alejandro tendría un papel decisivo en la victoria: «Fue un temerario, pero hubo un método en su locura. Una de las ventajas de liderar un ataque en el frente en vez de dirigirlo desde la retaguardia es que consigues que la gente te siga, ya que no les estás pidiendo nada que no estés haciendo tú mismo». En el río Gránico el rey de Macedonia demostró lo que estaba dispuesto a arriesgar en la empresa, su propia vida.

Con el primer contingente persa vencido, los griegos ocuparon Sardes, Éfeso y otras ciudades jonias que, con la excepción de Mileto, se rindieron sin oponer resistencia. La liberación de Jonia había comenzado. Sin embargo Alejandro sabía que la empresa no iba a ser tan fácil y que Darío enviaría un nuevo ejército para cambiar la situación. Con el objeto de salirle al encuentro, se adentró por Asia Menor hasta llegar a la ciudad de Gordio (o Gordión). Se trataba de la ciudad del mítico rey Midas y le llamó poderosamente la atención una leyenda local. Cuando visitaba el palacio y el templo de la ciudadela vio el carro de los reyes fundadores de la ciudad. Era un carro de bueyes y estaba atado a un yugo por un nudo inextricable y se decía que aquel que lograrse desatarlo conquistaría toda Asia. Consciente del golpe de efecto que supondría cumplir con la profecía, Alejandro recurrió a su astucia y, desenvainando su espada, golpeó con ella hasta que cortó el nudo, mientras decía: «Ya está desatado». La inyección de moral en las tropas debió de ser inmediata y muy efectiva, aunque un mensaje así supusiese alejarse de los objetivos iniciales del proyecto. Para el profesor Bosworth no hay duda: «Realmente no tenía más opción que retirar su ejército o reforzarlo y emprender una guerra total de conquista. Sin duda fue ésta la que eligió. No creo que se plantease otra cosa en ningún momento. Incluso desde el principio no tenía límite en su ambición de conquista». Ésa es la historia de cómo Alejandro cortó el nudo gordiano.

Conocedor de los movimientos que estaba efectuando un gran ejército persa, liderado en esta ocasión por el propio Darío, Alejandro viró con sus tropas hacia el sur, hasta el norte de la actual Siria. En el otoño del año 333 a. C., en la llanura costera de Isos, entre el mar y los montes y de nuevo con un río de por medio, se enfrentaron los dos reyes más poderosos del mundo. La ventaja numérica era claramente desfavorable a los macedonios, frente a sus cuarenta mil hombres Darío disponía por lo menos de sesenta mil. En esta ocasión la desventaja de la falange al tener que remontar la orilla del río fue compensada por la sagacidad de la caballería, que fue capaz de colarse por los flancos abiertos que dejó la infantería persa y pudo hostigar al enemigo desde la retaguardia, dando así a los soldados de a pie la oportunidad de rehacerse en terreno llano una vez superada la orilla. La victoria fue clara, aunque el propio Alejandro resultó herido en un muslo. Los persas se batieron en retirada (el propio Darío huyó del campo de batalla) y los macedonios lograron hacerse con el campamento enemigo, incluyendo la tienda del rey, donde se alojaban su esposa y dos de sus hijas. Les habían informado erróneamente de que Darío había muerto, y Alejandro aprovechó la ocasión para realizar otro de los gestos propagandísticos que tan hábilmente manejaba. Envió un mensaje en el que comunicaba a las mujeres que el gran rey estaba vivo y les aseguraba que respetaría escrupulosamente su condición de personas reales y los privilegios que llevaba aparejados. Según Bosworth, con esto Alejandro «lo que hacía era presentarse como el nuevo rey persa: él era el rey legítimo y entre sus obligaciones se encontraba la de proteger a las mujeres. Haciendo aquello estaba enviando un mensaje a todo el mundo: ya que como rey persa tenía a las mujeres de la familia real, la nobleza persa comenzaba a reconocerlo como su rey». El propósito legitimador de esta actuación demostraba que poco a poco Alejandro dejaba de verse sólo como rey de Macedonia y empezaba a acariciar la posibilidad de añadir a sus dominios la primera potencia del momento.

Ir a la siguiente página

Report Page