Los grandes personajes de la Historia

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4: Alejandro Magno » Gran rey de Persia, faraón de Egipto

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Gran rey de Persia, faraón de Egipto

Después de Isos el propio Darío fue consciente de que la amenaza macedonia sería difícil de parar y propuso a su enemigo un acuerdo para solventar la guerra, ofreciéndole la soberanía de los territorios al oeste del Éufrates y la mano de una de sus hijas para sellar el acuerdo. Según Plutarco, cuando Alejandro recibió la oferta buscó consejo entre sus generales. Parmenión le habría dicho entonces que él aceptaría la oferta si fuese Alejandro, a lo que éste respondió que en cambio él sólo lo haría si fuese Parmenión. La posibilidad de una paz pactada no estaba entre las posibilidades contempladas por el hijo de Filipo, que decidió continuar su campaña hacia el sur. Era evidente que estaba centrando su lucha contra los persas en tierra, pero éstos además eran una potencia naval que podía interferir en el comercio marítimo griego o contraatacar por mar. Por ello el rey macedonio decidió atacar las bases navales de la flota persa, las ciudades costeras de la franja sirio-fenicia. Eran las ciudades de los antiguos fenicios, cuya tradición de navegación se remontaba a varios siglos, y también uno de los pilares del florecimiento naval y comercial de Persia, por lo que su control era una buena baza. Las ciudades portuarias se rindieron salvo Tiro, que junto a Sidón y Biblos habían sido la tríada clásica del poder naval fenicio.

Lo que al principio no parecía sino un contratiempo menor, acabó convirtiéndose en todo un reto técnico y militar que obligó a Alejandro a emplear ocho meses en la toma de la ciudad. El problema, una vez que los tirios le negaron la entrada para hacer sacrificios en el templo de Heracles —lo que equivalía a reconocer su rendición—, fue que la ciudad no sólo se componía de una parte en tierra firme —que resultó sencillo rendir— sino también de una isla fortificada que estaba situada a ochocientos metros de la costa. Para lograr su rendición, Alejandro trazó un plan que los tirios consideraron descabellado: realizar un camino elevado sobre un malecón que construirían sus tropas desde tierra firme hasta la isla. El esfuerzo fue titánico y sólo alcanzó éxito después de que participaran en la tarea barcos de guerra procedentes de Chipre, y además al segundo intento, puesto que un primer malecón fue destruido por los tirios mediante la colisión de un barco cargado de material inflamable. Se consiguió rendir la isla fortaleza en julio del año 332 a. C. y Alejandro no mostró piedad para con quienes le habían desafiado: ocho mil tirios murieron en la defensa y treinta mil fueron vendidos como esclavos. En esta actitud se pueden apreciar varias intenciones por parte del rey macedonio. En opinión del profesor Green, «en última instancia continuó con ello porque no estaba dispuesto a encajar el golpe, le habían irritado y quería sacrificar en aquel templo aunque tuviese que matar a miles de personas para conseguirlo». Si bien de nuevo había un aviso para navegantes en aquella acción, como afirma el profesor Murray, «lo que demostró Alejandro es que si consideraba algo estratégicamente necesario iba a permanecer y luchar por ello todo lo que fuese necesario hasta alcanzar su objetivo».

Con todo el Levante bajo control, el siguiente objetivo fue Egipto. Allí fue recibido como libertador del yugo persa y los sacerdotes de Menfis le coronaron con la doble corona del Alto y el Bajo Egipto. Su estancia, en el año 331 a. C., estuvo marcada por dos hechos. El primero fue la fundación de una ciudad con su nombre en un enclave especialmente dotado para construir un puerto en la costa occidental mediterránea. El nombre de la nueva ciudad fue Alejandría, y fue el origen de su política de fundar ciudades como herramienta para afianzar la presencia griega en los territorios conquistados. Con posterioridad fundaría más de setenta ciudades repartidas por toda Asia, de las cuales muy pocas sobrevivieron por largo tiempo. El segundo hecho destacado de su estancia en Egipto fue su empeño de visitar el templo y oráculo de Amón en el oasis de Siwah, en el desierto libio. Marchó con su séquito durante seis semanas por el desierto para alcanzar el que se consideraba oráculo más importante de Egipto, dedicado al dios egipcio que los griegos identificaban con Zeus, el padre de los dioses olímpicos. El resultado de la visita fue una nueva campaña de propaganda a favor del rey macedonio, esta vez afirmando que el dios le había reconocido como su hijo, lo que le dotaba de una dimensión sobrehumana y un nuevo fundamento para el tipo de monarquía que desarrollaría en los años siguientes.

A su salida de Egipto, Alejandro decidió atacar el corazón del Imperio persa y emprendió el camino que llevaba hacia las capitales del imperio, en el actual Irán. Pero Darío le salió al encuentro para forzar la batalla definitiva que decidiría la guerra. Con el objeto de romper la falange macedónica, el rey persa había reclutado un poderoso ejército y dotado a la caballería de carros de combate provistos de cuchillas en los radios y ejes de las ruedas, de forma que podían seccionar al adversario o sus monturas durante la carga. El choque de los dos ejércitos se produjo en la llanura de Gaugamela, en las proximidades de la actual Mósul, al norte de Irak. De nuevo la victoria fue para Alejandro y de nuevo se debió a la astucia que demostró durante el combate. Darío concentró su superioridad numérica para romper la infantería, que apenas soportó el avance, ante lo cual el macedonio optó por un ataque frontal de la caballería con el objeto de hostigar directamente al rey persa y hacerle prisionero. La guardia real persa no aguantó la carga y una vez más Darío se dio a la fuga, con la consecuente desbandada de todo el ejército. Pese a que Alejandro y su caballería se lanzaron a la persecución de Darío con la intención de capturarlo, tuvo que dar la vuelta ante una llamada desesperada de Parmenión para que le ayudase a rechazar al ejército enemigo antes de que éste se retirase al extenderse la noticia de la huida de su líder. En opinión del profesor Bosworth, «Alejandro demostró allí su brillantez táctica. Lo único que quizá se le podría reprochar es que abandonó el campo de batalla para perseguir a Darío, tratando de capturarlo vivo». Aunque Darío había escapado, su ejército estaba definitivamente destruido y la defensa del imperio había sucumbido. Alejandro tenía ahora el camino libre para hacerse con todos sus territorios y fundar un nuevo imperio muy alejado de sus primeros proyectos circunscritos estrictamente a la órbita de Grecia. Se abría un momento de gloria, pero también de incertidumbre.

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