Los grandes personajes de la Historia

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Completar la conquista: Irán oriental

Tras Gaugamela, Alejandro hizo su entrada triunfal en las grandes capitales del Imperio persa. La milenaria Babilonia, que era la ciudad más importante de Mesopotamia, y las metrópolis iranias de Susa y Persépolis. En esta última se apoderó del tesoro del gran rey, la mayor concentración de metales preciosos del mundo. Como afirma el profesor Green, «se estima que el mínimo de metales preciosos que guardaba era de ciento ochenta mil talentos y es preciso recordar que un talento equivalía aproximadamente a veintiséis kilos de peso. Aquello le convirtió en el hombre más rico del mundo conocido». La orden de Alejandro fue trasladar toda aquella riqueza a Macedonia. En opinión del profesor Bosworth, «fue como trasladar todo el contenido de Fort Knox en una tarde. El tesoro fue enviado en una gran caravana escoltada por seis mil macedonios». Pasó en aquella ciudad los primeros meses del año 330 a. C. y decidió destruir el magnífico palacio que los reyes de Persia habían construido allí a lo largo de ciento cincuenta años ordenando su incendio, quizá como una forma de testimoniar el final del poder de los Aqueménidas.

Sin embargo, Alejandro comenzó a encontrar algunos problemas entre sus propias tropas. El profesor Green señala que «resulta muy revelador que fuese tras Gaugamela cuando comenzó a aflorar el agotamiento de las tropas sobre la base muy razonable de “hemos hecho lo que habíamos venido a hacer, destruir y controlar el Imperio persa, así que es hora de regresar”». Pero Alejandro ya estaba construyendo su proyecto de levantar un imperio universal que abarcase todos los territorios que conocían los griegos de la Antigüedad. Deseaba extender la campaña hacia el este para hacerse con las provincias orientales, precisamente adonde había huido Darío. Parte del ejército se negó a proseguir, por lo que decidió licenciar a los contingentes griegos aliados aunque ofreció pagar como mercenarios a aquellos que decidiesen quedarse.

Todo el resto del año 330 a. C. discurrió en la persecución de Darío III para capturarlo. Los motivos por los que Alejandro estaba interesado en hacer prisionero al rey persa vencido se han discutido a menudo. El profesor Bosworth opina que «era la forma definitiva de legitimarse. El gobernante anterior le reconocería no sólo como conquistador, sino como monarca natural de Persia y se pronunciaría a su favor. Ignoro cuánto tiempo habría sobrevivido después de esto, pero seguramente ésa era la intención». El profesor Murray señala además que «la otra gran razón para capturar a Darío vivo o muerto era evitar que surgiesen posteriormente pretendientes o impostores, y para esto era mejor tenerle vivo que muerto». De todos modos no fue posible realizar el proyecto. Tras internarse en Media y Partia, Alejandro tuvo noticia del final de Darío, que había sido depuesto por sus generales y asesinado por uno de ellos, Bessos. Sin embargo logró hacerse con el cuerpo de su oponente y lo enterró solemnemente, al tiempo que se declaró heredero de su legado, por lo que decidió acentuar el carácter persa de su poder, adoptando medidas que le acercaban a la población persa pero que le alejaban de su ejército griego y de sus orígenes. Una primera víctima de esta oposición fue el general Parmenión, cuyo hijo Filotas fue acusado de conspirar contra Alejandro, oportunidad que aprovechó para deshacerse de los elementos militares más intransigentes hacia el giro que estaba experimentando.

El período que abarca entre los años 330 y 327 a. C. fueron los de la marcha por las provincias orientales, persiguiendo a los asesinos de Darío y sometiendo los territorios del Imperio persa que todavía escapaban a su mando. Tras someter los territorios del mar Caspio se adentró por Asia, atravesando el Hindu-Kush (la estribación más occidental del Himalaya, en los actuales Pakistán y Afganistán) y adentrándose hasta el río Sir Daria (en los actuales Uzbekistán y Kazajstán). Bessos fue asesinado por sus seguidores, que no pudieron continuar la resistencia. Se sometieron los territorios más orientales del imperio, las provincias de Bactriana y Sogdiana. En esta etapa Alejandro continuó haciendo suyas las costumbres persas. Se casó con una noble sogdiana, Roxana, estrechó lazos con la aristocracia local, integró a varios miles de iranios en el ejército y asumió el ritual de la proskynesis. Éste consistía en la genuflexión ritual ante el monarca, tradicional entre los persas pero que a los griegos les resultaba especialmente repulsiva, puesto que la consideraban un acto muy humillante. Sin embargo Alejandro se mostró inflexible ante cualquier crítica hacia sus medidas de fusión con las costumbres persas. Una víctima de dicha rigidez fue su amigo Clito, que la criticó durante un banquete y le reprochó que la conquista no era mérito personal suyo, sino una empresa colectiva llevada a cabo por todos los macedonios. Alejandro, furioso, le atravesó con una lanza. Tampoco corrió mejor suerte Calístenes, que le mostró en privado su rechazo a su política orientalizante. En opinión del profesor Green, «para Alejandro era un intelectual que había cumplido su propósito y estaba comenzando a convertirse en una molestia, por lo que pasó a ser alguien prescindible, y en efecto acabó prescindiendo de él». El profesor Bosworth considera que el rey macedonio «se veía como un dios y era tratado como un dios». La grandeza del proyecto de Alejandro seguía creciendo a medida que el poder que diseñaba para sí iba despojándose de límites. Ésa fue la razón de que las fronteras del Imperio persa se le quedasen pequeñas y buscase nuevos objetivos hacia los que extender sus conquistas.

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