Los grandes personajes de la Historia

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El dictador de Roma

No fue el primer emperador de Roma —de hecho, no fue emperador—, pero sí que fue el personaje fundamental en la azarosa transformación de la vetusta República romana en Imperio romano, la construcción política que lograría ver unificado bajo su soberanía todo el mundo mediterráneo, cuna de la civilización desde el antiguo Egipto hasta la cultura helenística. Sin embargo, no hubo honor o cargo que no obtuviese en vida: sumo pontífice, general, cónsul, senador, gobernador provincial… Pero su meteórica carrera fue de todo menos rutinaria. Entró en escena en un contexto político en rápida descomposición y compleja evolución, en la que las personalidades más fuertes de la época pugnaban por acaparar cotas de poder extraordinarias desde las que reformar el estado al tiempo que forjaban para sí posiciones dominantes, dictatoriales o casi monárquicas. Cuando parecía que definitivamente era el vencedor de la guerra civil que había sacudido todo el mundo romano, su asesinato en el 44 a. C. prolongaría las luchas intestinas durante catorce años más. Para entonces ya había marcado de forma imborrable el futuro de Roma. Tanto, que los futuros emperadores, comenzando por el primero, su hijo adoptivo Augusto, tomarían el nombre de César como parte de su título oficial. No en vano, desde entonces, ese nombre es símbolo de poder y mando en todo el mundo. La vida del hombre que lo llevó por primera vez es la que justifica semejante significado.

A comienzos del siglo I a. C., la República romana era un estado en constante expansión. La primitiva ciudad del Lacio que dificultosamente había logrado extenderse por la península Itálica había evolucionado mucho desde que sus conflictos con la potencia fenicia de Cartago la habían catapultado a primera potencia del Mediterráneo occidental, a finales del siglo III a. C. La expansión durante el siglo siguiente por Grecia y algunos territorios de Asia Menor la habían convertido además en la potencia arbitral entre los beligerantes reinos del Mediterráneo oriental. Su expansión territorial la había llevado de la península Ibérica a Anatolia, del norte de África al sur de la actual Francia.

Pero las dificultades internas habían ido creciendo en la misma medida que su expansión territorial. Como afirmó Montesquieu, «la república de los romanos se desplomó bajo el peso de su imperio». Con cada conquista afluyeron a la ciudad del Tíber riquezas y esclavos, pero las dificultades para gobernar un gran imperio territorial con el aparato administrativo de una ciudad-estado iba creando problemas políticos cada vez mayores y tensiones sociales a las que no se había dado solución. Semejantes ingredientes generaron desde mediados del siglo II a. C. una situación de larvada conflictividad interna.

Uno de los primeros síntomas de que la situación comenzaba a cambiar fue el surgimiento de un partido, el de los populares, que intentaba reformar las instituciones para que la ciudadanía común recibiese parte de los beneficios de la expansión territorial. Frente a ellos se hallaba la oligarquía que detentaba el poder desde hacía siglos, el partido de los optimates, una aristocracia surgida de la fusión de las más pudientes familias patricias y plebeyas que acaparaban la institución clave en el gobierno de la República, el Senado. Éste era una asamblea que originalmente tuvo funciones consultivas y estaba compuesta por hombres que habían ejercido cargos de importancia en el estado (las magistraturas), pero debido a que era la única institución que no se renovaba anualmente, acabó ejerciendo la dirección de la política romana. En palabras del catedrático de Historia Antigua José Manuel Roldán Hervás, «el Senado se destacaba como núcleo permanente del estado, el elemento que dotaba a la política romana su solidez y continuidad». Y desde hacía siglos estaba copado por los optimates, que imponían una visión tradicional y fuertemente sesgada a su favor de la política que debía desempeñar la República.

Esta omnipresencia e inmovilismo del Senado acabó por amenazar con paralizar la acción política y llevó a que surgiesen personalidades fuertes que pretendían intervenir en la política buscando apoyos fuera del marco tradicional, sobre todo en el ejército. La crisis de la República romana fue una etapa de políticos y militares poderosos que, empezando con la pareja rival de Gayo Mario y Lucio Sila a comienzos de siglo, se prolongaría hasta el nacimiento del Imperio. Pero ningún hombre tuvo un papel a lo largo de ese período comparable al de César.

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