Los grandes personajes de la Historia

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Hacerse soldado para ser político

Fue así que por primera vez César se alejó de Roma y de Italia. Con diecinueve años se incorporó al estado mayor del propretor (gobernador) de la provincia romana de Asia, Marco Minucio Termo, destacando en algunas acciones militares y en labores diplomáticas, sobre todo con el rey Nicomedes IV de Bitinia. A esta época se remontan las primeras críticas que se le hicieron tanto por su gusto excesivo por el lujo y la apariencia externa, que según sus enemigos habría aprendido en las cortes orientales, como de mantener relaciones homosexuales. Las primeras se cimentaban en algo que ya era conocido en Roma antes de su partida. Según el filólogo e historiador Hans Oppermann, César «concedió un gran valor al aspecto externo. Cuidaba su vestimenta con un gusto exquisito que rayaba en la afectación. Le gustaba ir bien afeitado y con los cabellos arreglados; además, se depilaba todo el cuerpo. Siendo de edad madura, su calvicie le disgustaba, y procuraba disimularla peinándose hacia delante; no es de extrañar que la autorización del Senado para que llevara siempre la corona de laurel sobre su frente le causara una profunda alegría». Era por tanto un rasgo de su personalidad y no algo adquirido en el extranjero. La homosexualidad, aunque era práctica aceptada con plena normalidad en todo el mundo helenizado, para la moral romana constituía una de las faltas más censurables, no sólo por ir contra la tradición sino por ser una muestra de adopción de costumbres extranjeras. Por ello, la acusación de mantener relaciones con personas del mismo sexo podía ser muy dañina, razón por la que era una de las imputaciones más habituales en la política romana del momento. No hemos conservado evidencia de que César mantuviese relaciones homosexuales, así que no se puede afirmar con rotundidad, pero las acusaciones en este sentido se repitieron periódicamente desde su estancia en Asia por esos años.

La noticia de la muerte de Sila en el año 78 a. C. fue clave para que decidiera volver a Roma, pero por lo delicado de la situación política se dedicó a sus asuntos particulares, absteniéndose de cualquier tentación política. Tras ganarse fama de orador en los años siguientes por su intervención en varios procesos judiciales, decidió regresar a Oriente en el año 75 a. C., esta vez para mejorar su formación griega y su oratoria en la célebre Escuela de Rodas. Durante el viaje por mar tuvo lugar uno de los episodios más célebres de su vida. Su nave fue capturada por piratas, que entonces infestaban el Mediterráneo oriental y constituían una auténtica amenaza para el comercio y el orden. César fue hecho prisionero y por él se pidió un rescate a las autoridades romanas. Estuvo en manos de los piratas por cuarenta días durante los cuales se ganó su respeto e incluso admiración. Tras lograr la libertad mediante el pago del rescate, llegó a Mileto, donde reclutó a parte de las fuerzas romanas y siguió a sus captores hasta que dio con ellos, los derrotó y los llevó a Pérgamo, donde fueron crucificados.

Su estancia en Oriente sería de nuevo breve. Al morir su tío Gayo Aurelio Cotta, le legó en herencia la plaza que ocupaba en el Colegio de los Pontífices, la más alta institución religiosa que asesoraba al estado sobre asuntos sagrados. Regresó inmediatamente a Roma para tomar posesión del cargo, donde decidió comenzar su carrera política, pero con prudencia ya que la situación no había mejorado. En Hispania se había producido un levantamiento acaudillado por Quinto Sertorio y en Italia un nutrido grupo de esclavos se habían rebelado contra la autoridad romana liderados por el gladiador tracio Espartaco. La misión de acabar con la primera fue encomendada a Gneo Pompeyo Magno, un militar que comenzó su carrera a las órdenes de Sila y que se perfilaba como nuevo hombre fuerte de Roma, y la de destruir a los esclavos fue encargada a Marco Licinio Craso, uno de los hombres más ricos de Roma que además tenía veleidades políticas y militares. Como César obtuvo el cargo de tribuno militar en el año 73 a. C., tradicionalmente se ha deducido que estuvo a las órdenes de Craso en la guerra contra los esclavos, lo que habría supuesto una importante experiencia de aprendizaje tanto militar como político.

Superada la doble crisis, Pompeyo y Craso quedaron como los hombres más poderosos del momento y el recelo mutuo que se profesaban no fue obstáculo para que colaborasen hasta obtener el poder efectivo en el año 70 a. C. cuando ambos fueron designados para ejercer el consulado, una magistratura que controlaban dos personas precisamente para evitar el surgimiento de poderes personales y que se encargaban de la dirección del estado y del ejército. Ambos llevaron adelante, pese a la oposición del Senado, una serie de leyes que echaron por tierra la obra de Sila y por tanto mermaban el poder senatorial en favor de los cónsules. Este repentino giro a favor de los populares fue aprovechado por César para iniciar su carrera civil, obteniendo el cargo de quaestor (cuestor, administrador de la Hacienda pública, la más baja de las magistraturas) para el año siguiente. En el ejercicio de este cargo fue enviado a la provincia de Hispania Ulterior (una de las dos en las que entonces se dividía la península Ibérica) donde demostró sus dotes de administrador y tomó conocimiento directo de las provincias occidentales, algo que le sería de gran utilidad en el futuro.

La década de los sesenta la dedicaría a escalar los peldaños de la carrera administrativa y a labrarse un futuro político. Sin embargo el comienzo no fue halagüeño, ya que en el año 68 a. C. fallecieron tanto su esposa Cornelia como su tía Julia, la viuda de Mario. Ahora viudo, no dudaría en aprovechar esta condición para afianzar sus relaciones políticas, contrayendo nuevo matrimonio con la joven Pompeya, nieta de Lucio Sila, el hombre que le había proscrito años antes. Posiblemente la elección estuviese basada en una estrategia de tender puentes hacia sus oponentes políticos, los optimates, a los que pertenecía la familia de su nueva mujer. El matrimonio sólo duraría seis años, ya que Pompeya puso a César en una delicada tesitura que le dejaría en evidencia ante Roma entera. En el año 63 a. C. había quedado vacante el puesto religioso más importante de la religión oficial romana, el de pontifex maximus (sumo pontífice), tras fallecer su titular. En un acto de gran audacia política, César se presentó a un cargo para el que se solía elegir a hombres de mucha edad y reputación inmaculada. Armado con la oratoria que ya le había dado fama y con ríos de dinero que tuvo que pedir prestado, consiguió el apoyo de las asambleas populares que designaban el cargo. Para sorpresa de toda la ciudad, César desbancó a sus dos oponentes, que se adecuaban mucho mejor al perfil del cargo, y desde entonces fue el máximo responsable de la religión del estado por el resto de sus días. Al año siguiente, durante la celebración de la festividad religiosa de la Bona Dea (diosa buena), César, como pontífice, debía recibir a las mujeres de la ciudad en su casa, ceremonia en la que él debía ser el único hombre presente. El escándalo saltó cuando un hombre con fama de mujeriego, Publio Clodio Pulcro, fue sorprendido en la alcoba de la esposa de César disfrazado de mujer con el supuesto objetivo de seducirla. Aunque se discutió si Pompeya estaba involucrada o no en el plan de Clodio, César decidió divorciarse de ella sin esperar más. Cuando le fue recriminado el hecho por no esperar a que se aclarase la culpabilidad o inocencia de su esposa, respondió que «la mujer de César no sólo tiene que serlo, sino parecerlo».

En el año 61 a. C. fue enviado a Hispania Ulterior como propretor debido a la eficiencia administrativa que ya había mostrado en su estancia anterior, donde combatió a las tribus lusitanas que todavía no estaban bajo soberanía romana, entabló relaciones con importantes personajes de la sociedad hispana romanizada (entre ellos, el gaditano Lucio Cornelio Balbo, que ya había sido un importante aliado de Pompeyo durante su estancia en Hispania) y aprovechó para enriquecerse personalmente, algo usual en los gobernadores provinciales de la época tardorrepublicana y que le fue de mucha utilidad puesto que había acumulado grandes deudas los últimos años. El final de la década se presentaba prometedor para César. Deseaba volver a Roma ya que para el año 59 a. C. podría presentarse a cónsul —cumplía ya los requisitos de trayectoria y edad— y sus triunfos militares en Hispania le proporcionaban una inmejorable carta de presentación.

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