Los grandes personajes de la Historia

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Preparar el camino al trono

La infancia de Cleopatra, sobre la que hay muy pocos datos, estuvo marcada por los hechos políticos del reinado de su padre, Ptolomeo XII, y éste por la dependencia de Egipto del creciente poder político y militar de Roma. Aunque originalmente fueron los propios griegos quienes solicitaron el apoyo romano para consolidar su dominio en el Mediterráneo oriental, el poderío militar de Roma fue desplazando paulatinamente el control ejercido por los herederos de Alejandro Magno, de modo que en el año 168 a. C. la existencia de un Egipto independiente pudo salvarse gracias a la intervención romana que hizo frente al ataque del rey de Siria Antíoco IV. Roma se limitó en aquella ocasión a enviar una embajada al monarca sirio advirtiéndole de que si no se retiraba tomaría cartas en el asunto; esta amenaza fue suficiente para que las tropas sirias se replegasen ante el temor a una intervención militar romana. Como recuerda el historiador Wolfgang Schuller, «cien años antes del nacimiento de Cleopatra quedó demostrado de este modo que Roma, de manera ofensiva, sin utilizar un solo soldado, podía obligar a un rey poderoso a retirarse, y que Egipto debía por tanto su existencia a Roma: esto también era ofensivo. En consecuencia, la política egipcia se entretejió cada vez más estrechamente con la romana».

Ptolomeo XII, también conocido por el sobrenombre de Auletes («el flautista»), accedió al trono de Egipto en torno al año 80 a. C. El faraón precedente había sido asesinado y él era en realidad uno de sus hijos ilegítimos, de modo que ya desde el comienzo de su reinado se vio obligado a recurrir a todo tipo de argucias para afianzar su poder. Tras un primer y fugaz matrimonio del que tuvo a una hija, Berenice IV, repudió a su esposa y volvió a casarse con una mujer cuya identidad se desconoce. De ella tuvo primero a Cleopatra y después a dos varones, ambos llamados Ptolomeo, y otra hija más, Arsinoe. Auletes sabía que, por encima de todo, su poder y el mantenimiento de la independencia de Egipto dependían de las buenas relaciones con Roma, que en cualquier momento podía hacer del antiguo reino una más de sus provincias. Por esta razón su política exterior se centró en tratar de impedir por todos los medios una intervención directa de Roma en Egipto, y entre dichos medios el que resultó ser más eficaz fue el abono de grandes cantidades de dinero y riquezas a los políticos más influyentes de la ciudad eterna. Mientras que Gayo Julio César y Gneo Pompeyo (que gobernaban Roma junto con Craso en el llamado Primer Triunvirato) disfrutaban de los generosos donativos de Ptolomeo XII, la población egipcia veía crecer la presión fiscal para financiar las cada vez mayores deudas adquiridas por su faraón. La situación llegaría a ser insostenible cuando, ante la anexión de Chipre al estado romano acaecida en el año 58 a. C., Ptolomeo redoblase sus exigencias fiscales para, con el aumento de sus regalos, evitar correr la misma suerte. El rey de Chipre, hermano del faraón, se había suicidado y éste no mostraba intención alguna de vengar la afrenta. La suma de todo era excesiva y tanto la corte como la población de Alejandría se levantaron contra Ptolomeo que fue finalmente expulsado de Egipto y sustituido en el trono por su hija Berenice.

Aunque las fuentes no dan información concreta al respecto, es probable que Cleopatra acompañase a su padre en el exilio que le llevó primero hasta Chipre (a casa de Catón) y luego a Roma (a una de las fincas de Pompeyo), con el fin de conseguir los apoyos necesarios para recuperar su trono. A los acreedores romanos de Ptolomeo les convenía su retorno a Egipto para asegurar el cobro de su deuda, pero la intervención militar era algo que había que pensar con detenimiento. Por otra parte, como recuerda la egiptóloga Joyce Tyldesley, «entretanto, consciente de que necesitaba la aprobación romana si quería conservar la corona, Berenice envió una sólida delegación de cien personas, encabezada por el extraordinario filósofo y académico Dión de Alejandría, para defender su causa. Auletes reaccionó con brutal indiferencia, y una vergonzosa combinación de asesinato, coacción y soborno impidió que la delegación hablase. El escándalo resultante que amenazaba con implicar a los prominentes banqueros que apoyaban a Auletes, se ocultó rápidamente tras el tapiz oficial».

Para evitar problemas, Ptolomeo marchó a Éfeso y desde allí continuó tejiendo la red necesaria para repescar su trono. En el año 55 a. C., su ya habitual método del soborno le granjeó el apoyo militar necesario del gobernador de Siria, Aulo Gabinio, para atacar Egipto. No en vano el historiador romano Plutarco escribió: «Gabinio tenía un cierto temor a la guerra, aunque estaba totalmente fascinado por los diez mil talentos». Con la ayuda de las tropas sirias, Auletes recobró el poder en Egipto, ejecutó a Berenice y sus partidarios y continuó con su política de presión fiscal para pagar sus deudas. Cuatro años más tarde murió y, conforme a lo establecido en su testamento, le sucedieron sus hijos mayores, Cleopatra y Ptolomeo. La primera tenía dieciocho años. El segundo era sólo un niño de diez. Pero Cleopatra, que había sido educada para ocupar el trono, había extraído la lección esencial del reinado de su padre: la suerte de Egipto dependía de Roma, y para mantener el poder los recursos de un faraón podían ser de todo tipo. Los años siguientes demostrarían lo bien que la había aprendido.

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