Los grandes personajes de la Historia

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Cleopatra y Julio César

Establecido en el palacio de Alejandría, César hizo llamar a su presencia a Ptolomeo y Cleopatra. La guerra civil que el enfrentamiento entre ambos parecía traer sin remedio no convenía a los intereses estratégicos de una Roma en situación interna asimismo inestable, de modo que decidió dar una solución al problema sucesorio egipcio. Ptolomeo contaba con una situación de partida teóricamente más favorable para que el conflicto se resolviese a su favor pues había mostrado su fidelidad a César con la muerte de Pompeyo y, a diferencia de su hermana, tenía el apoyo de los alejandrinos. Además, ésta se encontraba fuera de la ciudad, junto con su ejército, por lo que Ptolomeo fácilmente podría entrevistarse primero con César y convencerle de las bondades de su reconocimiento como faraón por parte de Roma. No contaba con la astucia de Cleopatra.

Al recibir la convocatoria de César, Cleopatra abandonó sus tropas y partió con toda rapidez y en secreto hacia Alejandría. Había planeado un golpe de efecto que pasaría a la historia gracias a la pluma de Plutarco: burlando la vigilancia de los partidarios de su hermano, logró introducirse en palacio envuelta en un fardo de tela de un mercader siciliano, Apolodoro, que la condujo hasta la presencia de César y, desenrollando el paquete, dejó caer a los pies de éste a una seductora, agitada y feliz Cleopatra. La historia se ha popularizado y adornado tanto que frecuentemente se dice que Cleopatra iba envuelta en una exótica (y anacrónica) alfombra persa, pero no es eso lo que cuenta Plutarco. En cualquier caso, cabe imaginar la sorpresa de César por la osadía de una mujer a la que sacaba más de veinte años y a la que, sin duda, encontró interesante.

Mucho se ha escrito acerca de la belleza de Cleopatra y su poder de seducción, a pesar de que no se conserva ningún retrato; no obstante, las fuentes de la época, al contrario que el mito, no afirman que fuese una mujer especialmente bella aunque sí seductora. Como recuerda Janet Louise Mente, «Plutarco describe a Cleopatra al menos en dos pasajes, uno en el que dice: “Cleopatra tiene una voz como un instrumento de muchas cuerdas”. Así que debía de haber algo en ella, tal vez su voz o el modo en que hablaba, que hacía que los hombres, que la gente en general se interesara por ella. Y también dijo que Platón hablaba de cuatro modos distintos de alagar, pero Cleopatra conocía miles. Así que quizá no era una mujer hermosa, pero debía de tener muchos encantos». Para el historiador Wolfgang Schuller no cabe duda de que fueron dos cosas las que cautivaron a César, «la astucia, en la que él pudo reconocer a alguien que le igualaba en calculada osadía, y por supuesto el atractivo de la joven como mujer». Cleopatra era una mujer refinada, de modales cortesanos y amplia cultura conforme al reputado modelo helenístico. Según las fuentes, dominaba multitud de lenguas diferentes, incluida la egipcia, que sus sucesores habían abandonado en aras del griego, y no necesitaba de intérpretes para tratar con extranjeros. Nada de lo que vio César aquella noche en Alejandría debió de desagradarle. Cuando al día siguiente Ptolomeo llegó para entrevistarse con César, descubrió estupefacto que su hermana había evitado su vigilancia, se le había adelantado, había intimado con César y había logrado convencerle para que la apoyase. No es de extrañar que, como relata Plutarco, sin poder contener su ira comenzase a gritar mientras arrojaba al suelo la diadema que llevaba en la cabeza.

La solución al conflicto se produjo rápidamente. César procedió a leer ante una asamblea pública el testamento de Auletes dejando de este modo claro que esperaba que se diese cumplimiento a lo que en él se establecía, es decir, el reinado conjunto de ambos hermanos. Cleopatra VII y Ptolomeo XIII pasaron a ocupar el trono de Egipto, pero era la primera quien, recordando las lecciones aprendidas, había asegurado el vínculo con Roma: nueve meses más tarde daba a luz al único hijo varón de César, Ptolomeo César, también conocido como Cesarión. César y Cleopatra se convirtieron en amantes pero los meses siguientes no resultaron precisamente tranquilos. El reparto equitativo de poder no había contentado a nadie, ni siquiera a Cleopatra, pero ella sabía que gozaba del favor de César y que lo mejor que podía hacer era aguardar a que los acontecimientos se decantasen por sí solos. Y así sucedió, pues los partidarios de Ptolomeo XIII y su hermana Arsinoe trataron de oponerse por las armas a la decisión del general romano. El resultado fue la muerte de Ptolomeo y sus colaboradores, la captura de Arsinoe y el nuevo matrimonio nominal de Cleopatra con su hermano menor Ptolomeo XIV para reinar conjuntamente. Ptolomeo XIV tenía trece años, Cleopatra era la protegida de César y Egipto dependía por completo de Roma. La reina tenía vía libre.

Una vez apaciguada la situación interna de Egipto, César se entregó a un placentero y suntuoso viaje por el Nilo junto con su amante. Obviamente no fue sólo un viaje de placer pues, como apunta Wolfgang Schuller, «al hacer este viaje y llevar consigo soldados romanos manifestaba ante Egipto que la cuestión del poder había sido resuelta a favor de Cleopatra, que gozaba del apoyo de Roma». Por otra parte, Cleopatra exhibía su triunfo segura de que su hijo sería la garantía de la independencia de Egipto y de su perpetuación en el poder. Aunque la vida en Alejandría era más que apetecible, César no podía abandonar sus obligaciones políticas, de forma que en el verano del año 47 a. C. salió hacia Asia Menor para defender los intereses militares romanos y un año más tarde hacía su entrada triunfal en Roma conmemorando las victorias habidas desde el año 58 a. C. en Galia, Egipto, el Ponto y África. Arsinoe, la hermana de Cleopatra que había tratado de arrebatarle el trono, encadenada como prisionera, formaba parte del séquito.

Pero el nacimiento de Cesarión y su relación con César habían hecho acariciar a Cleopatra el sueño de compartir el poder conjunto de Egipto y Roma. En palabras del historiador Antonio Loprieno, «es posible que la aventura amorosa de Cleopatra con César la ayudara a tomar conciencia no tanto de su papel personal como del papel de Egipto en el Imperio romano. A través de su relación con César percibió que Roma prestaba una atención especial a Egipto y quería que él jugase esa carta a favor de los intereses de Egipto tanto como fuese posible». Guiada por esa idea, se presentó en Roma con su hijo y su hermano-esposo en el otoño del 46 a. C. César acogió la visita con auténtica alegría e instaló a la reina egipcia en una villa situada al otro lado del Tíber. Aunque la relativa lejanía del alojamiento de Cleopatra no facilitó su presencia en el centro de la vida social romana, lo cierto es que su estancia en Roma, y particularmente el comportamiento de César al respecto (como la erección de una estatua de oro de Cleopatra como Venus), causó no poca irritación y se convirtió en un motivo más de crítica y afrenta para los enemigos del hombre más poderoso de Roma. Finalmente, las tensiones internas de la política romana cristalizaron en el famoso asesinato de César en los idus de marzo del año 44 a. C. Los sueños y la seguridad de Cleopatra saltaban en pedazos y un mes más tarde abandonaba Roma para regresar a Egipto. Nada hacía presagiar que poco después, para desesperación de los romanos, volvería a estar íntimamente situada en el centro del poder político junto a Marco Antonio.

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