Los grandes personajes de la Historia

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El destino final: Cleopatra y Marco Antonio

En torno a julio del año 44 a. C., Cleopatra regresó a Egipto y poco después de un mes su hermano-esposo falleció. Las fuentes egipcias no dan explicaciones sobre la muerte de Ptolomeo XIV, pero las romanas —que describen a Cleopatra bajo la perspectiva del enemigo— afirman que su hermana lo envenenó o bien ordenó que lo asesinaran. Fueran cuales fuesen las causas de la muerte del jovencísimo faraón, se imponía la necesidad de buscar un nuevo corregente varón para el trono egipcio y, agotados los hermanos, la línea natural señalaba a Cesarión. ¿Asesinato? No es posible saberlo, pero sin duda que la muerte de su hermano no podía resultar más adecuada políticamente para los intereses de Cleopatra. Así, con tres años Cesarión pasó a ser Ptolomeo XV y a gobernar Egipto con su madre. El sobrenombre que ésta escogió para él era toda una declaración de las intenciones políticas de Cleopatra: Ptolomeo XV, Theos Filópator Filómetor («dios que ama a su padre y a su madre»). Quizá algún día el hijo de César podría gobernar Roma además de Egipto. Sólo había que esperar y dejar pasar el tiempo.

Entretanto en Roma se sucedían los acontecimientos a raíz del asesinato de César. La apasionada lectura que hizo Marco Antonio de su testamento desató una oleada de ira popular contra sus asesinos, los defensores de la Roma republicana, especialmente Casio y Bruto. El poder estaba nuevamente del lado de César. No sin problemas se formó un segundo Triunvirato integrado por los incondicionales del general asesinado —Octavio, Marco Antonio y Lépido— que abordó como tarea prioritaria la captura de los asesinos que habían huido hacia la zona oriental del Mediterráneo. Cleopatra trató de retrasar cuanto pudo su intervención como reina de Egipto en el conflicto, pues su cautela política la aconsejaba aguardar hasta que se hubiese decantado la situación hacia alguno de los dos bandos, más aún cuando las tropas de Casio estaban tan cerca de Egipto. Sólo cuando éstas se retiraron para acudir a la llamada de Bruto, Cleopatra decidió enviar una poderosa flota de guerra en apoyo de Marco Antonio y Octavio. Los barcos egipcios no tuvieron ocasión de intervenir pues fueron devastados por una violenta tempestad, y antes de que la reina pudiese armar una nueva flota las tropas de los triunviros vencieron a los asesinos de César en Filipos.

La actitud titubeante de Cleopatra no había pasado desapercibida y por esa razón el victorioso Marco Antonio reclamó su presencia en Asia Menor para que aclarase la postura de Egipto en relación con Roma. Como años antes cuando sorprendió a César envuelta en sábanas, Cleopatra preparó un encuentro impactante con uno de los nuevos hombres fuertes de Roma. Según Plutarco: «Se resolvió a navegar por el río Cidno en galera con popa de oro, que llevaba velas de púrpura tendidas al viento, y era impelida por remos con palas de plata, movidos al compás de la música de flauta, oboes y cítaras. Iba ella sentada bajo dosel de oro, adornada como se pinta a Venus». Cuando llegó al punto de encuentro, en lugar de visitar a Antonio le invitó a participar en un fabuloso banquete en su barco. Al día siguiente repitió su invitación y colmó a Marco Antonio y sus invitados de magníficos regalos. Nuevamente desplegaba sus habilidades políticas y su innegable poder de seducción. Como indica el profesor Schuller, «sin duda a Cleopatra le costó poco convencer a Antonio de que ella no solamente no había ayudado a los asesinos de César, sino también de que incluso había tratado de prestar apoyo a los partidarios de éste con barcos de guerra». Unas semanas después Cleopatra regresaba a Alejandría y tras ella, un mes más tarde, llegaría Marco Antonio.

Una vez más las pasiones políticas y humanas de Cleopatra coincidían y, una vez más, dieron un fruto que unía los destinos de Roma y Egipto: en el otoño del año 40 a. C., Cleopatra dio a luz mellizos. Marco Antonio era padre de un varón llamado Alejandro y de una niña llamada Cleopatra. Pero en Roma las intrigas políticas continuaban y, tras la desaparición de Lépido de la escena pública, Octavio, hijo adoptivo de César, acumulaba poder y con él se alimentaba el conflicto con Antonio, que ante la situación —y antes del nacimiento de sus hijos— había optado por regresar a Roma. Mientras Cleopatra traía al mundo a los hijos de Marco Antonio, éste acordaba en Brundisium una reorganización del Triunvirato con Octavio que se selló con su matrimonio con la hermana de éste, Octavia. Durante los tres años siguientes el pacto de poder que entregaba a Marco Antonio los dominios orientales de Roma y a Octavio los occidentales funcionó, pero en el año 37 a. C. Antonio, que aparentemente se dirigía hacia el este para combatir a los partos, en lugar de seguir su rumbo decidió desviar su camino para volver a encontrarse con Cleopatra en Egipto.

Una vez allí sucedió algo inesperado que las fuentes romanas atribuyen a la desaparición de la voluntad de Marco Antonio en manos de la pasión de Cleopatra: el romano solicitó ayuda militar de Egipto para abordar su campaña militar contra los partos y Cleopatra accedió a dársela a cambio de la devolución administrativa de buena parte de los territorios orientales que Egipto había perdido en tiempos de los primeros Ptolomeos. Marco Antonio aceptó y Cleopatra recibió el control de Chipre, Creta, Libia, Siria, Fenicia, Cilicia y Nabatea. Además, reconoció a los hijos de Cleopatra como propios. Ambos volvían a ser amantes y desde Roma la situación se veía con preocupación. El poder de Cleopatra había aumentado hasta ser el mayor de los faraones de su dinastía aunque la soberanía finalmente pertenecía a Marco Antonio y a Roma. Pero como Octavio y sus partidarios advertían, Marco Antonio le pertenecía a ella.

En el año 36 a. C., Cleopatra daba a luz a otro hijo, Ptolomeo Filadelfos. Poco después Antonio decidía reanudar su campaña contra los partos, pero tras sufrir varias derrotas que mermaron sus tropas volvió a retirarse a Alejandría. Entretanto, su esposa Octavia se puso al frente de una expedición organizada por su hermano Octavio para enviarle refuerzos. Cuando Antonio se enteró de ello escribió a Octavia pidiéndole que regresase a Roma. La ofensa sería hábilmente empleada por Octavio, que emprendió una intensa campaña de desprestigio de su rival político en la que le hacía aparecer como una marioneta en manos de la calculadora y ambiciosa Cleopatra.

Finalmente, un nuevo hecho llevaría la tensión con Roma a un punto insostenible: las llamadas Donaciones de Alejandría. Para conmemorar un acuerdo con los medos que le permitía frenar a los partos, Marco Antonio organizó un desfile al modo de los triunfos romanos. A renglón seguido se convocó una asamblea pública en la que los hijos de Cleopatra y Antonio, y también Cesarión, fueron proclamados soberanos de los territorios orientales devueltos a Egipto, e incluso de otros más hacia el este, hasta la India, que aún se esperaba conquistar. Marco Antonio y Cleopatra mostraban al mundo su sueño político conjunto. Como indica el historiador Robert Gurval, «lo que llamamos las Donaciones de Alejandría refleja la tradición romana de administración en el este. Marco Antonio distribuyó territorios a Cleopatra y sus hijos. En ese momento probablemente provocaron poca preocupación o problemas para Antonio en Roma. Al año siguiente cuando comenzó la propaganda de guerra entre Octavio y él, el primero usó los regalos para acusar a Marco Antonio de traidor a su patria». La campaña de desprestigio dirigida por Octavio arreció y, como señala asimismo Gurval, «la propaganda de Octavio contra Marco Antonio y Cleopatra tuvo un gran éxito, y no porque fuera verdad o porque la mayoría de los romanos la considerasen cierta, sino porque éstos temían las consecuencias de que pudiera ser cierta. El miedo es una herramienta poderosa e importante en cualquier forma de propaganda y los romanos temían a Cleopatra como extranjera y como mujer».

En el año 32 a. C., en un rito solemne, Octavio declaraba la guerra a Cleopatra, la mujer que hacía peligrar el poderío de Roma y que había acabado con la voluntad de Marco Antonio.

El enfrentamiento entre Octavio y Marco Antonio tuvo lugar el 2 de septiembre del año 31 a. C. en Accio. Se trató de una batalla naval en la que la flota egipcia que apoyaba a las fuerzas de Marco Antonio y que estaba comandada por Cleopatra abandonó el escenario de la batalla antes de que ésta concluyese. Los historiadores romanos hablan de deserción cobarde de Cleopatra pero actualmente se cree que ésta obedeció las directrices de Antonio para evitar que el tesoro egipcio que trasladaban sus barcos, así como la propia reina, cayesen en manos enemigas. Al parecer de Robert Gurval, «el hecho más importante que nos enseñan las fuentes históricas sobre la batalla de Accio es que la flota egipcia, unos sesenta barcos completos, Cleopatra y, lo que es aún más importante, el tesoro egipcio, escaparon de la batalla. Eso probablemente no se debió a la cobardía de Cleopatra sino a la estrategia de Marco Antonio». Su derrota fue abrumadora y, tras pensar en quitarse la vida, sus fieles le convencieron de que se reuniese con Cleopatra en Alejandría.

El fin de la pareja se acercaba. En un último intento de salvar el sueño político para sus hijos, ambos enviaron misivas a Octavio para llegar a un acuerdo, pero la situación no admitía vuelta atrás. Éste se dirigió a Egipto en persecución de Antonio, que preparó sus fuerzas para salirle al encuentro. Corría el verano del año 30 a. C. y Octavio ponía seguro sus pies en Egipto en el puerto de Pelusio. Las tropas de Marco Antonio lo traicionaron cuando lo saludaron y se unieron al enemigo. Desesperado, se dirigió a Alejandría en busca de Cleopatra, y por el camino le llegaron rumores de que la reina se había suicidado. Abandonado por todos desenvainó su espada y decidió poner fin a su vida. Sin embargo Cleopatra estaba viva y refugiada en el magnífico mausoleo que había hecho construir para su muerte. Le hicieron llegar el cuerpo aún con vida de Marco Antonio y ella misma, ayudada de una sirvienta, logró hacerlo entrar en el mausoleo a través de una ventana antes de que muriese desangrado en sus brazos.

Poco después, Octavio hizo su entrada en Alejandría y capturó a Cleopatra. Pretendía llevarla en su cortejo cuando hiciese su entrada triunfal en Roma, pero como no podía ser de otro modo, Cleopatra no estaba dispuesta a consentirlo. En los días siguientes trató de quitarse la vida privándose del alimento, pero Octavio la amenazó con matar a sus hijos. La última gran demostración de sus encantos iba a tener lugar: solicitó hablar con Octavio y le hizo creer que aspiraba a lograr la intercesión de su esposa Livia para proteger a sus hijos. Debió de hacerlo con toda la habilidad de la que era capaz pues Octavio se convenció de que había renunciado a sus intenciones suicidas y de que deseaba una solución diplomática. Como afirmó Plutarco, «se retiró contento, pensando ser engañador, cuando realmente era engañado». Tras la entrevista Cleopatra visitó la tumba de Antonio, se bañó y arregló con sus mejores galas y organizó una cena en sus aposentos. Cuando apareció un criado portando una cesta de hermosos higos nadie sospechó que bajo los frutos se escondía un áspid. Finalizada la cena, Cleopatra se quedó a solas con dos de sus sirvientas, Eiras y Carmion, y envió un mensaje a Octavio pidiendo ser enterrada junto a Marco Antonio. Cuando éste recibió la misiva salió corriendo con algunos de sus hombres para intentar impedir lo inevitable. Al llegar a la habitación de Cleopatra ésta yacía muerta sobre el lecho. Eiras estaba muerta a sus pies y Carmion con su último aliento colocaba bien la diadema de la última reina de Egipto.

La muerte de Cleopatra marcó el final de una época. El Egipto de los faraones pasaba a la historia y la Roma imperial iniciaba su andadura bajo Octavio Augusto. El sueño de dominar el Mediterráneo oriental e incluso de emular los logros de Alejandro Magno desaparecía con Cleopatra y Marco Antonio, y con ellos expiraba un tiempo. Roma se abría paso borrando del mapa su huella, pues como recuerda Robert Gurval, «cuando Octavio dejó Alejandría para celebrar su triunfo en Roma, Cesarión había muerto y el hijo mayor de Marco Antonio había sido ejecutado. De los tres hijos de Cleopatra y Marco Antonio, los dos chicos habían desaparecido y la hija había sido entregada en matrimonio a un rey africano. La estirpe de los Ptolomeos había llegado a su fin». Octavio había sido aconsejado por el filósofo Ario Dídimo, que tomó prestada una frase de la Ilíada de Homero: «No es bueno que haya demasiados Césares». Sin embargo, la memoria de Cleopatra permaneció viva y terminarían siendo los historiadores romanos quienes la elevasen a mito.

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