Los grandes personajes de la Historia

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7: Jesús de Nazaret » Los primeros pasos de un profeta

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Los primeros pasos de un profeta

Aproximadamente en el año 26 d. C., cuando contaba treinta años, Jesús abandonó su Nazaret natal y viajó hacia el sur, a las tierras desiertas de Judea. Posiblemente con anterioridad había conocido a los santones, sanadores carismáticos y profetas judíos que frecuentaban las colinas de Galilea, pero cuando abandonó ésta iba en busca del más famoso y controvertido de los hombres santos de aquel momento. Según S. Scott Bartchy, profesor de Historia de las religiones, «Juan el Bautista era una persona que creía en el fin del mundo social en que vivía o, al menos, en que éste estaba cerca. No podía imaginar cómo los seres humanos podrían salir por sí solos de la gran depresión de maldad en que estaban sumidos, y que aunque el fin se acercaba, aquellos que deseasen estar preparados, podían». Este tipo de predicaciones no eran nuevas en el mundo judío. La presencia primero helenística y después romana había llevado a muchos judíos a pensar en una degradación de sus costumbres y su ambiente debido al mestizaje cultural propio del mundo helenístico en el que Palestina estaba inmerso y, en este contexto, las profecías de un salvador que sacaría al pueblo de Israel de su estado de postración se habían hecho presentes de nuevo con mucha fuerza. Muchos llamaban a este salvador mesías, palabra hebrea que significa «ungido», ya que los antiguos reyes de Israel eran ungidos por los profetas como símbolo de legitimidad divina. La palabra griega christós, de donde deriva el nombre Cristo, significa precisamente lo mismo. En opinión de John P. Meier, profesor de Teología, «un cierto número de judíos no esperaba a ningún mesías, otros esperaban una figura divina que bajaría del cielo, otros pensaban en un nuevo rey como David, una figura mucho más terrenal, otros pensaban en una vida renovada en este mundo, otros en términos quizá más de un mundo celestial». La predicación de Juan se centraba en la pronta llegada de un salvador que acabaría con la postración de Israel, un mensaje que para las autoridades hebreas, especialmente para su rey títere en manos de Roma, Herodes Antipas (que había sucedido a su padre Herodes el Grande tras su muerte y que reinaría hasta el 39 d. C.), resultaba especialmente peligroso.

Los historiadores consideran que la peregrinación de Jesús hasta el río Jordán para recibir el bautismo de manos de Juan el Bautista es cierta. Según el profesor Bartchy, «si los cristianos hubiesen querido manipularla [la relación de Jesús con Juan], el transcurso de los hechos habría sido el contrario y habrían presentado a Juan yendo hasta Jesús». El profesor Siker añade que, «si Jesús acudió a bautizarse por la misma razón que acudían tantos otros, como muchos historiadores argumentan, fue debido a que tenía algún sentimiento de arrepentimiento. Jesús se sintió conmovido por el mensaje de Juan y fue bautizado por arrepentirse de sus pecados, y tuvo algún tipo de experiencia transformadora que le llevó a inaugurar su propio ministerio público, en parte modelado y realizado siguiendo el de Juan».

Antes de comenzar su predicación experimentó un proceso de recogimiento y reconciliación consigo mismo durante su estancia a solas en el desierto de Judea, en torno al año 27 d. C., según el Evangelio, no por propia voluntad:

A continuación el Espíritu le empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían.

Marcos 1, 12-13

Según el profesor David Barr, «el desierto es en la tradición judía un lugar muy adecuado para encontrarse con Dios, es algo que remite al encuentro de Moisés con Dios en el desierto del Sinaí antes de que condujese a su pueblo a la Tierra Prometida. Muchos profetas fueron al desierto para encontrarse con Dios; eran personas que podían ir a despoblados, ayunar y tener visiones, y después volver para contar a la gente lo que Dios les había comunicado. Probablemente la analogía más cercana hoy en día estaría en religiones de los indígenas americanos o africanos donde existe este tipo de figura santa que tiene un acceso especial a Dios para compartirlo con la gente». La experiencia de las tentaciones en el desierto se ha solido entender como que Jesús fue tentado por el pecado; quizá habría que entenderla más en el sentido de la palabra original griega, que más que «culpa» o «tentación» quiere decir «prueba»: Jesús estaba siendo probado como se prueba el metal para verificar si es sólido y auténtico.

A su salida del desierto se encontraría con una noticia inquietante, el arresto de Juan el Bautista por orden de Herodes Antipas. Sin lugar a dudas aquello supuso una advertencia sobre el destino que podían correr los profetas apocalípticos que revolvían al pueblo en un sentido que podía volverse contra las autoridades civiles. De hecho, un grupo de judíos de la primera década después de Cristo, los zelotas, se habían rebelado infructuosamente contra el poder civil al afirmar que sólo Dios era el rey de Israel, por lo que habían negado la obediencia y el pago de impuestos a Roma, auténtico corazón de la política imperial. Según el profesor Barr, «los romanos administraban su presencia [en Palestina] con mano firme. Si alguien no pagaba sus impuestos o si se rebelaba, podían aplastarle sin piedad, pero si se cumplían esas dos cuestiones básicas, pagar impuestos y no hablar de rebelión, todo lo demás les resultaba completamente aceptable». De todos modos Jesús abandonó Judea y regresó a Galilea, donde comenzaría su predicación.

No se sabe a ciencia cierta cuándo se produjo este regreso, probablemente en el verano del año 27 d. C. El joven artesano que había abandonado su patria volvía como un hombre inspirado por Dios y comenzó su tarea como profeta itinerante siguiendo el ejemplo de Juan y de los antiguos profetas. Su regreso a Nazaret no fue especialmente brillante. Según cuenta el Evangelio de Marcos:

Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de él.

Marcos 6, 2-3

El Evangelio de Lucas (4, 28-30) cuenta cómo Jesús tuvo que escapar de la multitud airada de su población natal, a la que no volvería ya nunca más; sería ahora entre extraños donde crearía su propia comunidad, una comunidad de discípulos unidos por su fe en él. En opinión del profesor Siker, «los discípulos son algo inusual porque lo que era típico en la Palestina del siglo I d. C. era que fuese el discípulo el que iba a buscar a su maestro, su rabí. Pero no tenemos mucha evidencia sobre rabíes marginales que vagaban y creaban grupos de discípulos así que, a este respecto, Jesús es un caso muy poco usual (…). Es muy presumible que Jesús tuviese una relación previa con estas personas, que le conociesen o hubiesen tenido algún tipo de contacto con él». Cuando rodeado de sus discípulos volviese a intervenir en la sinagoga, esta vez en Cafarnaún, ya no sería un fracaso, sino que ejercería una gran influencia sobre la audiencia y empezaría a obrar maravillas, al liberar a uno de los presentes de la posesión de un espíritu maligno (como relata Marcos 1, 23-27). Era el primer paso de su propia vida pública como maestro y profeta, en la que supo dar un contenido nuevo al judaísmo.

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