Los grandes personajes de la Historia

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7: Jesús de Nazaret » Predicación y enseñanzas de un joven rabí

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Predicación y enseñanzas de un joven rabí

Se ignora con qué edad comenzó Jesús su ministerio. El Evangelio de Lucas afirma que tenía treinta años, pero el de Juan supone que tendría que ser mayor. Tampoco se sabe a ciencia cierta cuánto tiempo duró esta misión, pudo variar entre unos pocos meses y cuatro años. Lo que está claro es que comenzó una larga peregrinación por tierras al norte (las ciudades de Sidón y Tiro, la ciudad siria de Cesárea, penetrando en el territorio conocido como Decápolis) para virar después hacia el sur, hacia Jericó y finalmente a Jerusalén. A lo largo de todo este recorrido su fama creció y los Evangelios mencionan que realizó multitud de milagros y curaciones inexplicables. En opinión del profesor Barr, «no hay duda de que Jesús hizo actos de poder que impresionaron a sus contemporáneos. Actualmente pensamos que el mundo está regido por leyes naturales de manera que un milagro tendría que ser algo realizado por Dios o un poder divino de forma que alterase dichas leyes para que las cosas no sucediesen como tenían que pasar. Los antiguos no tenían ese concepto de ley natural. Dios lo hacía todo, hacía que el sol saliese por la mañana, que lloviese o que no lloviese, y esas cosas se podían controlar mediante la oración o las fuerzas divinas, de modo que un milagro no era una violación de la ley natural, era sencillamente una acción de Dios en un momento concreto. Cuando las personas eran curadas, pensaban en Jesús como una persona con poder». Pero si los milagros atraían a la gente, ésta no permanecía al lado de Jesús por esos fenómenos inexplicables, sino por sus enseñanzas, enraizadas profundamente en la tradición moral judía, que, como otros profetas y el mismo Juan, predicaba la compasión por los demás, la preocupación por los pobres y el amor por el prójimo. Pero Jesús fue más allá al predicar una nueva forma de vida en la que se debía ofrecer amor incluso a los que odiaban:

Habéis oído que se dijo: «Ojo por ojo y diente por diente». Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.

Mateo 5, 38-42

En la aplicación de su doctrina rompió con las leyes judías al frecuentar a gentiles, recaudadores de impuestos y personas de reputación dudosa. Especialmente polémica fue su cercanía y relación con las mujeres, algunas de las cuales entraron a formar parte del grupo que le seguía en sus predicaciones, razón por la que fueron criticadas y mal vistas por la sociedad judía. En opinión del profesor Barr, «el hecho de que incluso algunas mujeres viajasen con Jesús es algo chocante. Se suponía que las mujeres tenían que proteger el honor de la familia, no estar con otros hombres, ni mucho menos abandonar su hogar sin su marido o algún guardián masculino que las acompañase. Así que éstas son algunas de las acciones contraculturales y antifamiliares que hizo Jesús con las mujeres». En el juicio que hace de prostitutas y adúlteras (como en Juan 8, 3-11) pone de manifiesto algunas de sus ideas más radicales. Como apunta el catedrático emérito de Estudios religiosos John Dominic Crossan: «La visión de Dios que tiene Jesús se puede describir como de igualitarismo radical, de rechazo a trazar discriminaciones, líneas de demarcación y jerarquías que separasen a unos de otros, inferiores de superiores, puros de impuros, hombres de mujeres, esclavos de hombres libres, paganos de judíos. Era un rechazo a incorporar las distinciones básicas que la mayoría de la sociedad aceptaba». Incluso parece que Jesús quería renunciar a su familia:

Llegan su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Marcos 3, 31-35

En opinión del profesor Barr, «parece que Jesús quiso abandonar a su familia. En aquel tiempo esto era algo muy radical e inmoral porque los hijos tenían responsabilidades para con sus padres, especialmente en el caso del primogénito. Pero él quiso dejarlo todo a cambio de lo que creía que Dios le estaba demandando hacer».

Con sus atípicas enseñanzas Jesús comenzó a ganarse enemigos entre el judaísmo ortodoxo, especialmente entre los fariseos, que defendían una lectura estricta de las leyes y a los que las interpretaciones que hacía Jesús en nombre de la compasión resultaban completamente rechazables. A lo largo de sus predicaciones y viajes se van acercando más a Jesús, pero no para aprender de él y seguir sus enseñanzas, sino para acosarle con preguntas y pruebas con objeto de deslegitimarle de cara a su auditorio.

Y envían hacia él algunos fariseos y herodianos, para cazarle en alguna palabra. Vienen y le dicen: «Maestro, sabemos que eres veraz y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios: ¿es lícito pagar tributo al César o no? ¿Pagamos o dejamos de pagar?». Más él, dándose cuenta de su hipocresía, les dice: «¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea». Se lo trajeron y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?». Ellos le dicen: «Del César». Jesús les responde: «Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios». Y se maravillaban de él.

Marcos 12, 13-17

Aunque tuvo un éxito indudable saliendo airoso de las trampas de sus enemigos, al parecer un hecho singular hizo que se replanteara seriamente su misión, la muerte de Juan el Bautista, mandado asesinar por Herodes Antipas después de varios meses de arresto. Aunque los Evangelios nos transmiten el relato de que fue asesinado para satisfacer la vanidad de Herodías, mujer de Herodes, el historiador Flavio Josefo afirma que éste temía que el ministerio de Juan degenerase en una revuelta abierta contra su autoridad. En opinión del profesor Crossan, «el primer gran momento traumático de la vida adulta de Jesús debió de ser la muerte de Juan el Bautista. Para quienes habían aceptado el mensaje de Juan, y Jesús era uno de ellos, parecía que Dios había permitido su muerte y a medida que los días pasaban y ésta no tenía consecuencias para sus asesinos, parecía que Dios no hacía nada. En cierto sentido se pudo pensar que Juan podía haberse equivocado». El final trágico del Bautista era una advertencia clara y contundente para el resto de profetas del momento. Sin embargo, la vivencia de una experiencia reveladora debió de decidir a Jesús a seguir adelante, su transfiguración, relatada en Mateo 17, 1-9. Como afirma el profesor Riley sobre este episodio, «parece tratarse claramente de una epifanía, una revelación de que Jesús era realmente un tipo de ser divino que, momentáneamente, revela ser quien es. Esto para la gente de la Antigüedad era algo perfectamente normal. Los dioses podían caminar por la tierra y, por ejemplo, Zeus podía revelar quién era realmente abandonando cualquier aspecto que pudiese haber adoptado». Es tras este episodio cuando Jesús parece estar del todo convencido de su misión y decide dar un paso sustancial. Ya no predicará en las colinas y los campos de Galilea, ni en los pueblos y ciudades pequeñas donde los fariseos y las autoridades recelaban de él. Su siguiente paso sería llevar su predicación al corazón de su fe y la fortaleza de sus enemigos, Jerusalén, la capital de los antiguos reyes de Israel y del Templo de Salomón.

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