Los grandes personajes de la Historia

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La educación de un demonio

Para entonces el imperio había recibido de lleno el impacto de la huida de los germanos ante el avance de los hunos. Los ostrogodos, después de haber sucumbido ante el pueblo asiático, habían avanzado hacia Tracia (en la península Balcánica), zona tradicionalmente ocupada por los visigodos. Éstos fueron los primeros en romper las fronteras imperiales para asentarse en territorio romano, hecho que el emperador Valente no tuvo más remedio que tolerar. Pero pronto los visigodos se sintieron coaccionados y humillados por las autoridades romanas y se rebelaron. En el año 378 se enfrentaron los visigodos y los romanos en Adrianópolis y aquéllos acabaron con la otrora invencible infantería romana. Era su primera derrota en muchas décadas, ya que no pudieron hacer frente a la caballería de los pueblos bárbaros, que desarrollaban una táctica militar completamente nueva para ellos. Atila se encargaría setenta años más tarde de explotar esta ventaja al máximo.

El final del siglo IV estuvo dominado por la figura del último gran emperador romano, Teodosio I, de origen hispano, pues era oriundo de la ciudad romana de Cauca (actual Coca, en la provincia de Segovia). Fue capaz de combinar sabiamente la negociación y las hostilidades con los bárbaros para mantenerlos a raya, aunque debió aceptar el asentamiento de los visigodos en territorio romano, con los que firmó un pacto en el año 382 por el que quedaban instalados como aliados y soldados al servicio de Roma. Sin embargo la amenaza no había desaparecido. La creciente preocupación por el problema bárbaro en las fronteras, junto al surgimiento de usurpadores del título imperial en la Galia, hizo que Teodosio trasladase la capital del imperio de Roma a Milán en el año 389.

Teodosio I fue el último emperador que logró tener bajo su autoridad todo el territorio del Imperio romano, que se había vuelto demasiado vasto y problemático como para que fuese gobernado por un solo hombre. Esto le llevó a decidir la institucionalización de lo que de hecho era una tradición desde hacía varias décadas: el gobierno por separado de las dos partes esenciales del imperio. A su muerte en el año 395 dividió el imperio, dejando el Imperio romano de Oriente a su primogénito Arcadio, de dieciocho años, y el Imperio romano de Occidente a su hijo menor, Honorio, apenas un niño de diez años. El primero tendría su capital en Constantinopla y el segundo la tendría teóricamente en Roma (pero permanecería en Milán hasta que en el año 402 Honorio decidió trasladarla a Rávena).

Este momento de extrema delicadeza coincidió con el del asentamiento de los hunos en Panonia, que se iban a aprovechar en las décadas siguientes de la debilidad de los sucesores de Teodosio I. Muy posiblemente coincidió también con el del nacimiento de Atila, cuya fecha se desconoce, pero que la mayoría de historiadores suelen situarla en torno al cambio de siglo por considerarla la más probable. Era hijo del rey Mundzuk, que había liderado el viaje de su pueblo hasta Europa central. Se sabe que su padre murió poco después de su nacimiento, y que fue sustituido como jefe tribal por su hermano Ruga (también conocido por los nombres de Rua o Rugila). Él sería el encargado de la primera educación de Atila y de su hermano Bleda. Aunque no se tiene constancia de cómo era la educación de un caudillo tribal, ésta debería ser la básica y necesaria para su integración en todas las actividades que permitían la subsistencia de la comunidad nómada y en la que las costumbres guerreras ocuparían un puesto privilegiado.

Sin embargo, la vecindad con los romanos también pudo influir en la educación del joven hijo de Mundzuk. Es muy probable que en estos primeros años de vida cerca de las fronteras del Imperio romano los hunos se amoldasen bien, después de un primer choque bélico, a la convivencia con los germanos e incluso con los romanos. Como el resto de los pueblos esteparios asiáticos, los hunos no tenían un sentimiento de comunidad basado en la etnia, sino que se basaba en la colaboración de cada uno de sus miembros para la supervivencia del grupo. Así, como afirma el profesor Geary, «aunque el liderazgo huno provino inicialmente de Asia central, la confederación de los hunos, al igual que la mayoría de estos pueblos bárbaros, no se componía de un único grupo étnico. Estaba formado por una gran variedad tanto de bárbaros como de romanos. El imperio de los hunos era un “empleador en igualdad de oportunidades”. Cualquiera que luchase con los hunos y apoyase su liderazgo podía ser uno de ellos». Esto no era algo nuevo, ya que las fronteras del imperio habían sido permeables durante siglos y no era extraño que romanos de las provincias limítrofes se integrasen en comunidades bárbaras en tiempos de paz, mecanismo que también había funcionado a la inversa, viviendo pequeños grupos familiares de germanos en territorio imperial.

Es más, hay constancia de la integración de los hunos en las costumbres de los pueblos vecinos del imperio. Consta que a comienzos del siglo V los romanos y los hunos practicaban la antigua costumbre del intercambio de rehenes como garantía del mantenimiento de la paz entre ambos pueblos. Esta costumbre antiquísima consistía en que un príncipe o destacado miembro de una tribu fronteriza con el imperio era enviado a Roma como rehén, mientras que un hijo de una importante familia romana era enviado a la comunidad bárbara en contraprestación. A los rehenes se les educaba y criaba como si fueran un miembro más de las familias que habían entregado al rehén contrario. Hay constancia de que Aecio, el que después sería el más poderoso de los generales del Imperio romano de Occidente, fue enviado como rehén a los hunos para que lo educasen en sus costumbres. Varios historiadores sostienen que los hunos enviaron en contrapartida a Atila, que habría permanecido durante varios años de su infancia cerca de la corte imperial romana. La profesora Salzman destaca que «el intercambio de rehenes había sido durante siglos el medio por el que una cultura aprendía sobre otra. Los romanos y los hunos intercambiaron rehenes, ése fue el modo en que Aecio aprendió la lengua de los hunos y sus técnicas de campaña. De un modo similar, ése fue el modo en que Atila aprendió las técnicas militares romanas. Era algo así como una escuela de especialización para líderes militares y diplomáticos». No han llegado hasta nosotros noticias sobre cómo fue la estancia de Atila entre los romanos, pero viviera lo que viviese con ellos, no le produjo una impresión lo suficientemente favorable como para que en el futuro le pesase a la hora de mostrarse indulgente con sus antiguos anfitriones.

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