Los grandes personajes de la Historia

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8: Atila » Juventud de un caudillo guerrero

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Juventud de un caudillo guerrero

En el año 433 falleció el rey de los hunos, Ruga, al que sucedieron simultáneamente sus dos sobrinos, Atila y Bleda. Ambos compartieron la jefatura hasta la muerte de este último en el 445, momento a partir del cual Atila quedó como rey único de los hunos. Pero ya antes, desde el momento mismo de su ascenso, fue Atila quien tuvo la voz dominante sobre cómo había que regir a los hunos y hacia dónde debían encaminarse en el futuro. Tenía un objetivo muy claro. Pronto desplegó una energía inagotable dirigida a reforzar la unidad del conglomerado tribal que componía su pueblo y a mejorar su capacidad militar. Puso de nuevo en marcha la maquinaria de guerra del pueblo de las estepas y el destino hacia el que dirigir la ofensiva era ahora el Imperio romano. Comenzó desde entonces a realizar campañas anuales de hostigamiento contra el Imperio de Oriente, donde su titular Teodosio II (hijo de Arcadio) se mostró impotente para repelerle. En opinión de la profesora Salzman, los hunos «bajo Atila fueron unificados y fue con su liderazgo y el de su hermano cuando comenzaron a saquear el Imperio de Oriente. Los emperadores de Oriente no podían vencerles en el campo de batalla, así que optaron por pagarles las cantidades que les reclamaban. Cuando los emperadores de Oriente se negaron a pagar más fueron contra Occidente. Básicamente querían que se les pagase, querían oro».

Después de la primera envestida, Teodosio II se avino a pactar la paz con los hunos en el año 435, aunque duró muy poco. Éstos pronto hallaron una excusa para adentrarse de nuevo en territorio romano y conseguir que el emperador pagase de nuevo a cambio de la calma en su territorio. Las campañas guerreras de los hunos estaban dirigidas al pillaje y a la obtención de rescates y regalos con los que el emperador de Oriente compraba la paz. Atila no lograba sólo enriquecerse, sino que reforzaba su liderazgo repartiendo entre su clientela tribal el botín y el dinero obtenidos. Como dice de nuevo la profesora Salzman, «Atila era un jefe tribal que gobernaba gracias a que era el más poderoso y a que era capaz de distribuir bienes entre sus seguidores. Si no conseguía más oro o botín quedarían insatisfechos y le abandonarían para ir a otro lugar». Esto significa que la riqueza obtenida de los romanos se convirtió en una formidable fuerza para conseguir que su autoridad aumentase entre los hunos, que se sentían cada vez más poderosos y unidos al ver cómo sólo con su amenaza hacían temblar al Imperio de Oriente.

Durante estos años el emperador se dedicó a enviar embajadas al campamento de los hunos para que ofreciesen auténticos tesoros a Atila —bajo la forma diplomática de «regalos»— a cambio de arrancarle promesas de una paz que solía durar poco. Gracias a una de estas embajadas conservamos el único testimonio de un contemporáneo sobre los hunos. Con una de estas embajadas acudió el historiador grecorromano Prisco, que estuvo durante unas semanas en el campamento base de los hunos y llegó a entrevistarse con el propio Atila. Ciertamente la imagen que proporciona dista mucho de la que ha llegado hasta nuestros días. Prisco habla de unas gentes de costumbres no tan rudas, cuyo campamento era una auténtica ciudad de madera, y de Atila, que vivía en una morada fastuosa y del que afirmó que tenía un gran sentido de la política. Esta impresión se ve corroborada por cómo fue capaz de manejar al emperador Teodosio II para que satisficiese sus constantes demandas de mayores riquezas. Atila se convirtió con el paso de los años y de las campañas contra el Imperio de Oriente en un auténtico maestro de la extorsión y la diplomacia.

Si bien es cierto que la visión de Prisco es muy atractiva, tampoco se puede tomar al pie de la letra por el hecho de ser la única fuente de época que ha sobrevivido y que no se vio contaminada por los prejuicios que en ese momento había hacia los bárbaros en el mundo romano. La opinión de los historiadores, como señala la profesora Salzman, es que «Prisco es la única fuente contemporánea que tenemos sobre Atila. Pero incluso Prisco, al que se ha tomado por un historiador muy astuto, era a fin de cuentas griego y aristócrata, y ésa fue la perspectiva desde la que analizó a Atila. ¿Así fue realmente Atila o era un intento de Prisco para presentarle desde una perspectiva determinada? El conflicto entre el mito y lo que hoy conocemos como Historia es algo que no podemos separar realmente en el mundo antiguo y sus fuentes. Su idea de la Historia era muy distinta. La Historia eran las historias, y los buenos relatos eran aceptados como Historia. No había nada de hechos objetivos y ciencia pura tal y como hoy concebimos la Historia. Así que Prisco presenta problemas de interpretación, aunque desde luego es mejor que nada».

Quizá una muestra de las contradicciones de Prisco es el hecho de que la imagen algo más civilizada que pinta de los hunos choque con su propio testimonio sobre su forma de proceder en la guerra. Para Salzman: «Prisco nos transmite un relato maravilloso sobre la ciudad de Nissus [o Naissus, que se corresponde con la actual Niš, en Serbia]. Unos embajadores romanos pasaron por ella camino de su destino. Directamente no pudieron aproximarse por el hedor que producían los cuerpos humanos descomponiéndose. Cuando intentaron acampar en el margen del río tampoco pudieron porque no había espacio disponible. La rivera estaba completamente ocupada por huesos humanos. Éste era el tipo de devastación que Atila utilizaba para lograr que las ciudades se rindiesen, y aquellos que no lo hacían eran aniquilados, como Nissus». De lo que no cabe duda es de que el texto ilustra a la perfección el ambiente que habían generado las incursiones de los hunos en el Imperio de Oriente. Pero ¿cuánto tiempo podría durar esa situación? ¿Podría el emperador Teodosio II desactivar el peligro huno? Pronto iba a quedar claro que más fácil que enfrentarse a los hunos era distraer su atención hacia algún otro objetivo.

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