Los grandes personajes de la Historia

Los grandes personajes de la Historia


9: Mahoma » La revelación

Página 57 de 268

La revelación

Mahoma había tomado por costumbre retirarse periódicamente a orar a una gruta situada en el monte Hira (también llamado Jabal al-nur o «monte de la luz») a pocos kilómetros de La Meca. Según la tradición islámica, estaba rezando cuando se le apareció el arcángel Gabriel que le exhortó a leer en un libro y le anunció su condición de Profeta. Ibn Ishaq, empleando los versículos del Corán, recoge lo sucedido del siguiente modo: «Cuenta el Profeta a ese respecto. Dormía cuando [el arcángel Gabriel] me trajo un paño de seda con un libro. Me dijo, ¡lee! Yo le dije, ¡no leo! Entonces me sofocaba con el libro de tal modo que pensé que iba a morir. Enseguida me soltó y repitió, ¡lee! Yo repliqué otra vez, ¡no leo!». Así sucedió hasta tres veces más hasta que finalmente Mahoma preguntó: «¿Qué debo leer?». Y el ángel respondió: «¡Predica en el nombre de tu Señor, el que te ha creado! (…). Y así leí esas palabras y Gabriel me dejó. Al despertar me pareció que aquellas palabras habían quedado grabadas en mi corazón. Salí de la gruta y, mientras estaba de pie en el monte, oí una voz del cielo que me llamaba y decía, ¡Mahoma! Tú eres el enviado de Dios y yo soy Gabriel».

Aterrado y lleno de agitación al no entender lo que le sucedía, Mahoma regresó a su casa. Temía haber oído la voz de algún demonio y así se lo contó a Jadiya: «Por Dios te juro Jadiya que jamás he odiado nada como los ídolos y los adivinos paganos, pero ahora tengo miedo de ser yo mismo un adivino de esa índole, pues he visto luces y oído voces». Jadiya, convencida de que su esposo había visto y oído al arcángel Gabriel, le consoló y tranquilizó. Quiso además pedir el consejo de un amigo de la familia, el hanif Waraqah ibn Naufal, quien tras escuchar el relato sentenció: «Si eso es verdad, Mahoma es el Profeta de nuestro pueblo». Ibn Naufal conocía la tradición profética cristiana y judía, por lo que rápidamente relacionó la experiencia de Mahoma con las descritas por los profetas de aquellas religiones, y también por ello anunció a Mahoma que como Profeta le esperaba la persecución y expulsión de su pueblo.

A pesar de las palabras tranquilizadoras de Jadiya, Mahoma continuó atribulado pues las revelaciones continuaron durante un tiempo sin que supiese bien qué mensaje quería Dios transmitirle con ellas. Aunque las revelaciones le llegaban en momentos de trance en los que con frecuencia tenía fiebre y temblores, Mahoma fue paulatinamente aceptando el papel que parecía que Dios había escogido para él. Sin embargo, cuando comenzó a resignarse, las revelaciones desaparecieron súbitamente. Éste es el período que la tradición islámica denomina fatra y que según las distintas fuentes pudo prolongarse entre seis meses y tres años. Mahoma pasó entonces una etapa de gran sufrimiento espiritual pues era el hombre que, sin esperarlo, Dios había escogido para hacerle saber su voluntad y ahora parecía que Éste lo había abandonado de forma asimismo inesperada. Cabe imaginar las dudas y angustias que debió de sentir al pensar que quizá sus actos podían haber ofendido a Dios. Pero finalmente la etapa de silencio terminó y las revelaciones volvieron y así un día escuchó: «Tu Señor no te ha abandonado ni te aborrece. La última vida será para ti mejor que la primera. Tu Señor te dará y quedarás satisfecho».

A partir de ese momento Mahoma percibió con entera claridad la misión que como Profeta Dios le encomendaba. Debía predicar entre los hombres la existencia de un único Dios, Allah, que habría de recompensar a los buenos y castigar a los malvados a la llegada del Juicio Final. Por ello debían someterse a su voluntad, abandonar sus riquezas y la corrupción de sus costumbres, renunciar a la avaricia y el engaño, tratar con caridad a los pobres, oprimidos y despojados… El mensaje profético de Mahoma no podía ser menos éticamente o moralmente censurable, ni más contrario a los intereses comerciales y económicos de los grupos dominantes de La Meca. El mensaje del nuevo Profeta no sólo ponía en entredicho la acumulación de riqueza en manos de unos pocos y el modelo social mequí, sino que además hacía peligrar algo que era esencial en el mismo, el papel de la Kaaba como santuario politeísta y por tanto como punto de atracción de peregrinos y de los beneficios que su presencia reportaban. Por otra parte, no pocos mequíes sentían que las palabras de Mahoma eran un ataque declarado a sus dioses y creencias, de modo que cuando éste comenzó su predicación pública en torno al año 610, sus palabras no fueron precisamente bien acogidas. Conforme las revelaciones continuaron, Mahoma, siguiendo con la importantísima tradición de los poetas en el mundo árabe, las iba memorizando y recitando públicamente (la palabra «Corán» procede del término árabe con el que se designa la recitación oral solemne, quran). Los primeros creyentes de la primitiva comunidad islámica fueron algunos miembros de la familia del Profeta —su mujer Jadiya, el hanif Ibn Naufal, el antiguo esclavo adoptado por Mahoma Zayd y su primo Alí— y un influyente comerciante de paños, Abu Bakr, que llegaría a convertirse en uno de los cuatro primeros califas. Más tarde comenzaron a unírseles algunos de los mequíes menos influyentes o más jóvenes, es decir, aquellos que más podían desear el cambio que predicaba el Profeta. En la medida en que iba ganando seguidores su presencia comenzó a resultar más incómoda en la ciudad, por lo que la oposición inicial fue transformándose en abierto rechazo. Como indica el profesor de Teología Adel-Theodor Khoury, «la resistencia adquirió forma de persecución cuando los habitantes de La Meca comprobaron que con la nueva predicación no sólo se ponía en tela de juicio su estilo de vida, sino que también se veían amenazados sus pingües negocios en torno a la Kaaba».

En un primer momento los miembros más poderosos de los qurasíes, que conviene no olvidar que controlaban el santuario, trataron de convencer a Mahoma para que abandonase su predicación. Para ello recurrieron a la intermediación de su tío Abu Talib, que era además el jefe del clan al que pertenecía Mahoma. Aunque el Profeta sentía gran cariño por el hombre que le había criado no renunció a continuar con su misión, pues estaba convencido de que ésa era la voluntad de Dios. Según la tradición islámica, los qurasíes trataron de convencerle de todas las formas posibles e incluso llegaron a ofrecerle dinero o le pidieron que realizase algún tipo de milagro. Pero Mahoma continuó firme en su postura y reprochó a los qurasíes su negación a creer en el mensaje del único y verdadero Dios, Allah. La situación estaba servida para que terminase estallando el enfrentamiento entre musulmanes (término que quiere decir «los que se someten» a la voluntad de Dios) y mequíes.

A los primeros comenzaron a tratarlos como proscritos: se les negaba el trabajo y se prohibía su contacto así como el comercio o el matrimonio con ellos. En aquellas duras circunstancias Mahoma perdió primero a su esposa, pues Jadiya murió el año 619, y poco después a su tío Abu Talib. Con ello el Profeta quedaba completamente desprotegido ya que su tío, como cabeza del clan, había garantizado la protección de éste para Mahoma según las costumbres árabes. La muerte de Abu Talib supuso que su lugar en el clan fuese ocupado por su hermano Abu Lahab, uno de los principales defensores de los intereses comerciales vinculados a la Kaaba y al que Mahoma había acusado abiertamente de idólatra por ello. Tal acusación representaba para los árabes un ataque a todo el clan por lo que, como afirma Anne-Marie Delcambre, «Mahoma se convirtió en un objeto de horror, en un hombre fuera de la ley, que había vulnerado la ley del clan. Un hombre excluido de su clan era un hombre socialmente muerto: cualquiera podría matarle, venderle o maltratarle, sin temor a venganza alguna porque su clan ya no le defendería». La situación para Mahoma y sus seguidores se había vuelto insostenible en La Meca. Se imponía salir de la ciudad, pero el camino a seguir habrían de indicarlo unos peregrinos recién llegados desde el oasis de Yatrib.

Ir a la siguiente página

Report Page