Los grandes personajes de la Historia

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La hégira y la vida en Medina

En el verano del año 620, varios peregrinos del oasis de Yatrib se dirigieron a La Meca para acudir conforme a la costumbre a la Kaaba. Según la tradición, allí encontraron predicando a Mahoma y quedaron impresionados por sus palabras y el profundo convencimiento con que las decía. En Yatrib existía una tensa situación motivada por los inacabables enfrentamientos entre las dos tribus que se disputaban el predominio sobre la ciudad, los Aws y los Jazray. A través de los peregrinos había llegado la noticia de la existencia de un hombre en La Meca que se proclamaba enviado de Dios y los miembros de ambas tribus pensaron que si le pedían que se asentase en la ciudad podría ejercer de mediador en sus querellas. Al año siguiente cinco de los peregrinos que habían visto a Mahoma regresaron a buscarle acompañados de otros siete para trasladarle la oferta, y, tras largas negociaciones, en julio del año 622 Mahoma emprendió con buena parte de sus seguidores el viaje a Yatrib. Desde entonces la ciudad pasaría a llamarse Medina (Madinat al-Nabi o «la ciudad del Profeta») y la emigración del Profeta y los primeros musulmanes desde La Meca a Medina se convertiría en el punto de arranque del cómputo temporal del mundo islámico. Es la llamada Hégira.

La importancia crucial atribuida a la Hégira radica en que precisamente a partir del momento en que Mahoma se asentó en Medina nació la comunidad musulmana como tal y se definieron los principios básicos que rigen a toda sociedad islámica. Los cristianos calculan los años tomando como punto de partida el nacimiento de Cristo, pues se considera que ése es el momento en que Dios se encarna en un hombre con la misión de salvar a la humanidad de sus pecados. Sin embargo, en la religión musulmana el nacimiento del Profeta no es el momento crucial para la humanidad, pues no se le considera un ser divino, sino que lo es aquel en el que la revelación de Mahoma se hace realidad palpable con la creación de la comunidad de los musulmanes, de ahí que los musulmanes de todo el mundo calculen los años desde el 16 de julio del año 622. Los distintos pactos acordados entre Mahoma y los habitantes de Medina se designan con el erróneo nombre de «Constitución de Medina», ya que no se trata de lo que entendemos actualmente por una constitución sino que son una serie de acuerdos para organizar la convivencia. Mediante ellos Mahoma garantizó no sólo que los musulmanes serían bien acogidos en Medina, sino que cualquier musulmán que fuese atacado o perseguido sería defendido por todos los habitantes de la ciudad, prestándoles protección como si de su propio clan se tratara. Tal protección se extendería además a cualquier individuo que se convirtiese en musulmán. De este modo Mahoma establecía como base de la convivencia y la organización social una nueva umma («comunidad») no definida por los lazos de sangre (clanes) ni por la genealogía común (tribus), sino por la participación en una fe común. Como señala la profesora Delcambre, «Mahoma se había convertido en un jefe, no en un jefe de tribu, sino, como Moisés, en el jefe de un pueblo».

Según la tradición musulmana, Mahoma fue, junto con su amigo el comerciante Abu Bakr, el último en salir de La Meca. Varios grupos de musulmanes se habían adelantado, pero el Profeta quiso permanecer en la ciudad hasta asegurarse de que la partida se desarrollaba sin contratiempos. A pesar de la salida de sus seguidores, los mequíes seguían viendo tanto en Mahoma como en su mensaje una futura fuente de problemas, por lo que organizaron un complot para asesinarle antes de que partiese hacia Medina. Armados con sus espadas sorprenderían al Profeta mientras dormía y acabarían fácilmente con su vida. Sin embargo Mahoma fue advertido por su primo Alí, que se prestó a ocupar su lugar en la cama para engañar a los asesinos. Cuando éstos fueron a buscarle encontraron a Alí. Mientras, Mahoma había escapado con Abu Bakr aprovechando el engaño. En su huida ambos se refugiaron en una cueva a cuya entrada, providencialmente, una araña tejió una tupida tela y una paloma se puso a empollar sus huevos. Los perseguidores al ver ambas cosas pensaron que hacía mucho tiempo que nadie entraba allí, de modo que pasaron por delante salvando, sin saberlo, la vida de aquel a quien querían matar. Mahoma y Abu Bakr tardaron varias semanas en llegar a Yatrib. Montaban en unos camellos que había comprado el comerciante, por lo que poco antes de llegar a su destino Mahoma le compró la camella en que iba montado, pues como forma de reforzar su dignidad de hombre del desierto quería entrar en la ciudad a lomos de su propia montura. La camella del Profeta, Qaswa, jugaría un importante papel cuando éste llagase allí ya que al principio todos los habitantes de Yatrib querían ofrecer alojamiento a Mahoma. Consciente de que elegir a unos y no a otros podía convertirse en motivo de celos y disputas, Mahoma decidió soltar la brida de Qaswa y levantar su nueva casa allí donde la camella se parase a reposar. Así lo hizo y cuando el animal se detuvo en un solar que pertenecía a dos hermanos huérfanos, el Profeta les compró el terreno y ordenó edificar allí su casa.

En Medina el papel desempeñado hasta entonces por Mahoma como líder espiritual se modificó sustancialmente. Se había convertido en el responsable de una comunidad humana en todos sus aspectos, por lo que, como apunta el profesor Khoury, «en Medina Mahoma ya no siguió siendo exclusivamente el profeta inspirado y el asceta apartado del mundo, sino que se fue convirtiendo cada vez más en el estadista perspicaz y ponderado, en el legislador sabio, en el caudillo político, en el estratega y, para decirlo brevemente, en la figura central de la comunidad islámica primitiva». Así, Mahoma tomó todas las medidas necesarias para la organización política, social y religiosa de la nueva comunidad, medidas que aún hoy se encuentran en la base organizativa de todas las sociedades musulmanas. Incluso las costumbres y pautas de vida cotidiana del Profeta se convirtieron en el ejemplo que todo buen musulmán debía seguir en su propia vida. La casa de Mahoma y la primera mezquita levantada en Medina, con sus agradables patios y jardines interiores, pasaron a ser el referente para todas las posteriores. En el caso de las mezquitas además se fijó el modo en que los creyentes debían ser llamados a la oración, la voz del muecín repitiendo: «Allah es el más grande, no hay más Dios que Allah. Mahoma es su Profeta. Venid a la oración. Venid a la felicidad». Asimismo se establecieron algunas de las obligaciones de todo musulmán, como la profesión de fe o shahada (es decir, la obligación de afirmar que no hay más Dios que Allah y que Mahoma es su Profeta), la limosna fija o zaka y la oración cinco veces al día o salat realizada en dirección a La Meca. Las otras dos grandes obligaciones de los musulmanes, el ayuno o sawm y la peregrinación a La Meca o hadjdj, se matizarían a partir de hechos posteriores.

El establecimiento de la obligación de rezar en dirección a La Meca responde a la labor de creación de una identidad diferenciada para la comunidad islámica respecto de las otras dos grandes religiones monoteístas —cristianismo y judaísmo— que también Mahoma abordó durante su estancia en Medina. Mahoma compartía buena parte de la tradición cristina y judía, pero consideraba que la revelación de los profetas bíblicos había sido distorsionada por las comunidades humanas. En un hábil desarrollo teológico, Mahoma apeló al tronco común de las grandes religiones monoteístas de modo que reivindicó la religión de Abraham (el primer hanif) como la única y verdadera religión que ya existía antes de los profetas del cristianismo (Jesús) y del judaísmo (Moisés). El islam suponía la recuperación de esa verdadera religión, de ahí que desde entonces la costumbre de orar en dirección a Jerusalén fuese sustituida por la obligación de hacerlo en dirección a La Meca, es decir, al lugar en el que se hallaba el santuario erigido por Abraham, la Kaaba.

También otras costumbres de carácter cotidiano y cuestiones legales se definieron entonces. Entre las primeras se estableció qué alimentos podían tomarse y cuáles no (caso del cerdo, el alcohol o los animales que no hayan sido desangrados tras su sacrificio), el modo en que debían ingerirse (empleando siempre la mano derecha y sin soplar), cuándo no era recomendable tomarlos (como la cebolla o el ajo crudos antes de acudir a orar), qué vestimenta debían emplear tanto hombres (turbante, vestidos que no fuesen de seda o brocado y perfumes en lugar de joyas) como mujeres (uso voluntario del velo y prohibición de usar pelucas para evitar su confusión con las judías) o las normas de cortesía que deben guardarse en las reuniones sociales. Entre las segundas Mahoma estableció la posibilidad de que los musulmanes desposaran hasta cuatro mujeres siempre y cuando el esposo pudiese garantizar el mismo trato y condiciones para todas ellas (el propio Mahoma llegó a tener tras la muerte de Jadiya hasta nueve esposas) y, contrariamente a lo que suele creerse, otorgó derechos a las mujeres de los que carecían en la sociedad tradicional árabe, como el derecho a la vida (al prohibir el infanticidio femenino), a la educación al igual que los varones o a la percepción de herencias, lo que suponía el reconocimiento de su independencia económica y de su derecho a comprar y vender propiedades.

Aunque la ingente tarea desarrollada por Mahoma en Medina supuso la articulación de la primitiva comunidad islámica, la situación de los musulmanes en la ciudad no era sencilla. La fortuna de los más acaudalados no era suficiente para garantizar la supervivencia de la comunidad, tampoco podían trabajar unas tierras de las que no eran propietarios, ni beneficiarse de unos negocios que pertenecían a los habitantes de la ciudad. La hospitalidad ofrecida por los medinenses que se habían convertido ayudaba a paliar la situación, pero no resultaba suficiente para atender a una comunidad de creyentes cada vez más numerosa. Por otra parte, las cosas con relación a La Meca estaban aún pendientes de una solución, por lo que en el año 624 Mahoma decidió que había llegado el momento de pasar a la acción y completar su obra.

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