Los grandes personajes de la Historia

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El triunfo del Islam: la vuelta a La Meca

Como caudillo político y hombre de Estado, Mahoma buscó el modo de consolidar la labor desarrollada hasta entonces y al tiempo de solventar los graves problemas materiales que acuciaban a los musulmanes en Medina. Tomó así la decisión de recurrir a la costumbre beduina de la razia y atacar una gran caravana mequí que se dirigía a La Meca procedente de Gaza. Los qurasíes más acaudalados tenían no pocas riquezas invertidas en la caravana de la que esperaban obtener grandes beneficios comerciales, de modo que cuando se enteraron de que Mahoma y sus seguidores planeaban atacarla, no dudaron en preparar un gran ejército con el que hacerles frente. El encuentro tuvo lugar en Badr y la tradición musulmana describe épicamente que los qurasíes superaban a los musulmanes en proporción de tres a uno. Lo cierto es que el enfrentamiento se saldó con una gran victoria de Mahoma y los suyos, contribuyendo a afianzar su postura. Además, como indica Anne-Marie Delcambre, «a partir de aquel momento ya no se habla de razias, sino de la guerra santa, el djihad, contra los enemigos de Allah». La guerra santa se definiría entonces como una guerra defensiva para garantizar la paz y el bienestar de la comunidad musulmana en la que el ataque se incluye como forma de defensa.

El conflicto con los mequíes estaba declarado y para asegurarse el triunfo era necesario acabar con cualquier posibilidad de disensión interna en Medina. En ese contexto se produjeron varios enfrentamientos con los judíos de Medina, que podían servir de apoyo a los intereses de los habitantes de La Meca, y que terminaron con la expulsión de la ciudad además de la confiscación de los bienes de muchos de ellos, y con el asesinato de otros muchos. Pero mientras Mahoma y sus seguidores se ocupaban de poner orden en casa, los mequíes preparaban su réplica a la derrota de Badr. En el año 625, un potente ejército se dirigió hacia Medina con intención de acabar con Mahoma y los suyos. Se produjo un nuevo enfrentamiento armado en un pequeño monte de las afueras de la ciudad llamado Uhud. Las fuentes musulmanas narran que antes de producirse el choque trescientos de los mil hombres con que creía contar el Profeta lo abandonaron —son los que la tradición musulmana denomina «hipócritas»—, pese a lo cual la batalla tuvo lugar. La derrota musulmana fue irremediable, e incluso Mahoma resultó herido. Aun así, los mequíes no aprovecharon para asestar el golpe de gracia en Medina, en parte porque también habían sufrido importantes pérdidas y en parte porque querían dejar claro que sus enemigos eran los musulmanes, no los habitantes de la ciudad. En la batalla no habían conseguido acabar con Mahoma, por lo que la estrategia de debilitar su situación interna parecía la más efectiva.

Pero en los dos años que siguieron a la derrota musulmana de Uhud la posición de Mahoma, lejos de debilitarse, se fue haciendo paulatinamente más fuerte. Los últimos grupos judíos que quedaban en Medina fueron expulsados y se castigó a quienes vulneraron el apoyo a los musulmanes al que estaban comprometidos. Por otra parte, Mahoma comenzó a recabar el apoyo de nuevos grupos tribales de la región del Hiyaz que hasta entonces habían permanecido neutrales y que se unieron a la nueva fe predicada por el Profeta. Los mequíes, temerosos de lo que todo ello podía suponer, decidieron intentar poner punto final al problema y prepararon un ejército de diez mil hombres para asediar Medina. Según las fuentes, Mahoma sólo contaba con el apoyo de unos tres mil hombres, pese a lo cual no se arredró y dispuso la defensa de la ciudad. Aconsejado por un esclavo persa, Mahoma ordenó cavar un foso alrededor de la ciudad y dispuso el almacenamiento de la cosecha y víveres suficientes para resistir el asedio. Cuando el ejército mequí comprobó la efectividad de las medidas dictadas por el Profeta terminó por retirarse tras dos semanas de sitio fallido. Como afirma el profesor Eduardo Manzano, «el frustrado asedio de Medina marcó el principio del fin de la supremacía mequense».

Mahoma era consciente del vuelco que había dado la situación y con gran habilidad política no dudó en aprovecharlo. En el 628 organizó una gran expedición pacífica de musulmanes a La Meca con la única intención aparente de peregrinar al santuario de la ciudad. Los mequíes debían elegir entre impedir la entrada de peregrinos, y, en consecuencia, hacer frente a una posterior respuesta armada, o bien llegar a un acuerdo pacífico con los musulmanes. El llamado Pacto de al-Hudaybiyya confirmó la solución pacífica. Con él se establecía una tregua de diez años entre ambos bandos y se autorizaba a Mahoma a realizar su peregrinación al año siguiente durante tres días en los que los mequíes abandonarían la ciudad. La peregrinación se llevó a cabo conforme lo establecido, pero en el año 630, con el pretexto del asesinato de un musulmán, Mahoma decidió dar un último golpe de mano. Al frente de un ejército que las fuentes estiman en diez mil hombres, se dirigió a La Meca para tomar definitivamente la ciudad. Los mequíes, rendidos a la evidencia, permitieron su entrada sin oponer resistencia alguna. Mahoma se dirigió entonces a la Kaaba y destruyó más de trescientos ídolos dejando sólo la Piedra Negra que recordaba su fundación por Abraham. Los qurasíes fueron perdonados y no se tomaron represalias contra los habitantes de la ciudad. El islam había triunfado y Mahoma había logrado su reconocimiento en La Meca sin derramar ni una gota de sangre.

Tras el triunfo de La Meca, Mahoma regresó a Medina para continuar con su labor de estructuración de la comunidad musulmana y al tiempo logró extender el poder musulmán por toda la península Arábiga cuyas tribus fueron sometiéndose a la nueva religión a cambio de pactos de no agresión. Sin embargo, en el año 632 Mahoma comenzó a sentirse enfermo y sintiendo que se acercaba el momento de su muerte decidió hacer una última peregrinación a La Meca. Se cortó el pelo y la barba, hizo oraciones y sacrificios y se dirigió a la ciudad. Esta peregrinación pasaría a ser conocida en la tradición musulmana como «Peregrinación del adiós» y se convirtió en el modelo a seguir por todos los musulmanes cuando, al menos una vez en su vida, peregrinan a La Meca. De vuelta a Medina la salud de Mahoma se agravó súbitamente y murió en junio de ese mismo año.

La extensión que alcanzó con posterioridad a su muerte el poder político y religioso musulmán cambiaría la historia de Oriente y Occidente. Con su mensaje religioso, Mahoma puso las bases para levantar un colosal aparato de poder que para extenderse sólo necesitaba la fe de quienes formaban parte de él. Desde el punto de vista político, su obra fue revolucionaria, pues cambió por completo los fundamentos de la sociedad árabe y alumbró una nueva forma de organización social; desde el punto de vista espiritual, su legado da sentido aún hoy a la vida de millones de personas en todo el planeta.

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