Los grandes personajes de la Historia

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10: Carlomagno » Juego de dinastías

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Juego de dinastías

Carlomagno llegó al trono en el año 768, año en que murió su padre, el rey Pipino el Breve. Éste no pertenecía a una estirpe real y el reino franco tampoco era una unidad fuerte en la que la sucesión dinástica estuviese asegurada. Tras el poderoso Clodoveo, que unificó el territorio y se convirtió al catolicismo a comienzos del siglo VI, el reino se había hecho y deshecho constantemente cuando los reyes lo dividían por herencia y sus sucesores luchaban para reunificarlo. Este hecho que hoy podría parecer insólito venía determinado por la tradición germánica, que consideraba el reino como patrimonio particular del monarca. De hecho la dinastía de Carlomagno, los Carolingios, no eran los reyes tradicionales de los francos, sino unos advenedizos que llevaban poco tiempo ciñendo la corona. Con anterioridad habían sido «mayordomos de palacio» —el más importante cargo de la corte y de la administración— de uno de los tres reinos en que se había dividido el reino franco a mediados del siglo VII, Austrasia. Habían demostrado un gran poder militar al imponerse a los otros dos reinos —Neustria y Borgoña— y al haber comenzado a luchar por asentar la frontera oriental frente a frisones y bávaros, dos de las tribus bárbaras que amenazaban la estabilidad de Europa.

En el 714 accedió al cargo de mayordomo de Austrasia el abuelo de Carlomagno, Carlos Martel, que si no fue el fundador de la dinastía, sí que cimentó definitivamente su poder y su prestigio. Logró reunir en su persona los cargos de mayordomo de los tres reinos, lo que suponía aunar prácticamente todo el poder en su persona, pese a que teóricamente éste seguía residiendo en el rey, que pertenecía a la dinastía tradicional, los Merovingios. Pronto le haría falta poner en marcha toda la autoridad acumulada, puesto que en la tercera década del siglo VIII los musulmanes de al-Ándalus cruzaron los Pirineos y comenzaron una campaña de conquista de la Galia. El territorio sur del reino franco, el levantisco ducado de Aquitania, cayó ante el empuje musulmán, pero un ejército reunido por Carlos Martel logró derrotar a los andalusíes en los alrededores de Poitiers en el año 732. Éstos se replegaron hasta un rincón en el sudeste de la Galia, llamado Septimania, donde se hicieron fuertes. La derrota de los Merovingios fue la legitimación moral que permitiría el asalto de los Carolingios al trono.

Fue el padre de Carlomagno quien emprendió la tarea. Pipino accedió al trono en el año 741 y diez años más tarde tomó la iniciativa de encerrar en un monasterio al último de los Merovingios, Childerico III, y proclamarse rey. Pese al prestigio de su padre y el suyo propio, Pipino sabía que necesitaba un apoyo que afianzase la legitimidad de lo que no era sino una toma del poder por la fuerza. Para ello buscó a quien mejor le podía proporcionar legitimidad moral y espiritual, la Iglesia. Solicitó confirmación de la usurpación al papa Zacarías, que se la concedió a cambio de apoyo militar contra el asedio con que los lombardos llevaban atenazando al papado desde hacía varios años. Pipino penetró con un ejército en Italia, derrotó al rey Astolfo de los lombardos y conquistó un conjunto de tierras que entregó al papado, y que serían la base de los Estados Pontificios gobernados por los papas hasta el siglo XIX. Cerró brillantemente su reinado expulsando a los musulmanes de Septimania e imponiendo su autoridad al ducado de Aquitania, que se había mostrado reticente ante el cambio dinástico. A su muerte Pipino siguió la tradición germánica de repartir el reino entre sus dos hijos: Carlos (que con el tiempo sería conocido como Karolus Magnus, «Carlos el Grande», de donde deriva el nombre de Carlomagno) y Carlomán. Un reino dividido y un hermano con el que compartir el poder constituía un modesto comienzo para quien llegaría a ser conocido como «grande» al final de su vida, pero pronto empezaría a dar signos de que no estaba dispuesto a conformarse con lo que había recibido por herencia.

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