Los grandes personajes de la Historia

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10: Carlomagno » Un guerrero que favoreció los saberes y las artes

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Un guerrero que favoreció los saberes y las artes

Las conquistas de sus primeras décadas de reinado y la alianza con el papado le llevaron a una situación inédita desde la caída de Roma. Por primera vez uno de los reinos germánicos reunía bajo su poder todas las tierras cristianas del Occidente europeo y llevaba a cabo un esfuerzo continuo por extender la fe de los apóstoles más allá de sus fronteras. Carlomagno era muy consciente de esta situación y pretendió reforzar las facetas cultural y religiosa de su mandato como un medio de reforzar su autoridad.

En cuanto a la primera de estas facetas, Carlomagno fue un monarca especialmente atento con la promoción de las letras, la educación y las artes, que en su concepción tenían que estar subordinadas al poder. Según el historiador Eginardo, del que nos ha llegado una biografía contemporánea del rey, Carlomagno no era un hombre especialmente cultivado. Hablaba con fluidez latín, entendía griego y pese a sus reiterados intentos, nunca aprendió a escribir, más allá de su célebre firma monogramática. Sin embargo, después de que en el 794 comenzase a asentar la residencia de la corte en Aquisgrán (la antigua Aquis Granum romana, así llamada por las fuentes de agua termal que en ella brotaban, empezó a reunir un nutrido grupo de intelectuales formados en la tradición romana de muy diversa procedencia. El anglo Alcuino de York, el lombardo Paulo Diácono o el visigodo Teodulfo fueron tan sólo algunos de los más importantes. La voluntad de Carlomagno a este respecto fue clara desde el principio: deseó que en su corte se realizase un esfuerzo para elaborar un cuerpo de textos en los que se recogiese la cultura clásica y cristiana y que sirviese para la formación no sólo de clérigos sino del mayor número de personas. A ello se debe una de sus medidas más conocidas, la de que en todas las diócesis y monasterios de sus territorios se abriese una escuela en la que pudiesen aprender los conocimientos elementales todos los niños, cuya asistencia era obligatoria. Pese a que el cumplimiento de la medida fue muy limitado, se trataba del intento más importante de mejorar la formación del conjunto de la población en varios siglos.

En todo este esfuerzo de promoción de la cultura había un claro propósito de conectar con el mundo romano. A ello se debía que todos los sabios que reunió en Aquisgrán fuesen clérigos, puesto que la Iglesia había sido el principal depositario de la cultura grecolatina desde la caída del Imperio de Occidente. Otra muestra de ello fue la acuñación de monedas en cuyo anverso figuraba el perfil de Carlomagno ataviado con vestimenta romana, corona de laureles al estilo de los Césares y con la leyenda Karolus Imp[erator] Aug[ustus] («Carlos Emperador, Augusto»). Se trataba de salvar y rehabilitar la cultura de la antigua Roma poniéndola a disposición de la población de finales del siglo VIII. Debido a la magnitud de este proceso cultural y artístico se ha hablado de un Renacimiento carolingio que, más allá de sus logros, supuso el desplazamiento de los núcleos culturales desde el Mediterráneo hasta Europa central y septentrional.

Desde los primeros momentos de su reinado la política religiosa jugó un papel trascendental en el quehacer de Carlomagno. Así, toda su actividad conquistadora en las fronteras orientales se vio acompañada de una evangelización sistemática —y forzada— de los vencidos; era una forma más de reforzar su sujeción a la autoridad conquistadora. Pero además desarrolló una política de elevación de la monarquía atribuyéndole una función sacerdotal, de intermediario entre Dios y los hombres. Una plasmación sublime de esta concepción nos la legaría en el ámbito de la arquitectura, ya que la capilla palatina de Aquisgrán (prácticamente el único ejemplo de arquitectura carolingia que nos ha llegado en buen estado de conservación) se concibió para plasmar esta concepción de la religión al servicio del poder. La capilla se construyó entre los años 792 y 798 y se debe al arquitecto Eudes de Metz, aunque se ha discutido mucho sobre la intervención del propio Carlomagno en su diseño. Se trata de la capilla del antiguo palacio imperial —hoy desaparecido— construida con una planta octogonal y cubierta con una cúpula al modo de las iglesias de los últimos años del Imperio romano (sobre todo las edificadas en Rávena, última capital del imperio) y las construidas por los emperadores bizantinos en Constantinopla. En ella el espacio reservado al trono del monarca se ubicaba en el piso superior, con visión directa sobre el altar situado en la planta inferior, que estaba reservada al sacerdote y el público, y la cúpula superior, en la que un mosaico representaba una imagen apocalíptica de Cristo. El mensaje que transmitía no admite dudas. Según la profesora de Arqueología Gisela Ripoll, «reflejaba la prepotente posición del soberano como vicarius Dei [vicario de Dios], es decir, ocupaba un lugar más cercano a Cristo, puesto que los fieles tenían su lugar en la planta baja». La capilla, dedicada al Salvador y a la Virgen, fue consagrada por el papa León III en el año 805, muestra de que el pontífice no pudo o no tuvo mucho inconveniente en transigir con esta concepción de la figura de un monarca sacerdote. Era lógico que no lo tuviese, pues él mismo se había encargado de otorgársela cinco años antes en la forma de una corona imperial.

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