Los grandes personajes de la Historia

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10: Carlomagno » La renovación del Imperio Romano

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La renovación del Imperio Romano

Lo cierto es que las relaciones entre el rey carolingio y el papado se habían ido estrechando con anterioridad. En la última década del siglo, los intelectuales del círculo palatino habían desarrollado la idea de que Carlomagno, como único monarca que regía el Occidente cristiano (exclusión hecha de las islas Británicas y el reino de Asturias en la península Ibérica), merecía ejercer una supremacía sobre el resto de monarcas del momento, que tenía su adecuada plasmación en la renovación del Imperio romano en su persona. El papa León III, que se había visto forzado a pedir ayuda a Carlomagno debido a que veía peligrar su posición por una revuelta del patriciado romano, aceptó la idea pero trató de volverla en su favor. El emperador acudió a Roma con una fuerza armada para reinstalar al Papa y, en la misa del gallo en la basílica de San Pedro del Vaticano del año 800, fue coronado emperador. Las fuentes de la época nos han transmitido el relato inverosímil de un Carlomagno coronado por sorpresa por una iniciativa espontánea del pontífice. Hoy sabemos que lo que sucedió es que tras una negociación entre el círculo papal y el del rey franco se decidió emplear el ritual de coronación bizantino pero invirtiendo el orden de éste: primero se coronó emperador a Carlomagno y después se invitó a la asamblea del pueblo a aclamarle. Con ello el soberano franco mantenía la legitimidad religiosa de su nueva dignidad imperial pero el Papa conseguía que se diese la imagen de que él era la fuente del poder imperial y que sólo los obispos de Roma tenían la potestad de coronar emperadores. Muy posiblemente Carlomagno no percibió el gesto como un menoscabo de su posición puesto que él era más poderoso y el papado estaba debilitado y dependía de él política y militarmente. Pero los papas habían asentado un mecanismo del que sacarían mucho provecho en el futuro. De hecho los pensadores de la política de los siglos posteriores dedicarían buena parte de su esfuerzo a dilucidar quién estaba por encima dentro del pueblo cristiano. La lucha entre el supremo poder eclesiástico y el civil estaba servida.

Carlomagno no dudó desde su nueva posición imperial en tomar decisiones de política religiosa e incluso de carácter doctrinal. En opinión del catedrático de Historia medieval Emilio Mitre, «Carlomagno nunca se planteó dejar al Papa un importante papel ni político, ni tan siquiera teológico dentro del regnum christianum [reino cristiano]». El monarca que tenía a Europa bajo su mando ejercía ahora una función sagrada de mediación con Dios y sus disposiciones en cuestiones incluso de organización eclesiástica fueron aceptadas por el Papa. De hecho, Carlomagno ya había convocado sínodos de obispos para solventar problemas doctrinales y de carácter administrativo con anterioridad. Un ejemplo evidente fueron los que convocó para luchar contra la herejía. Cuando los obispos de la península Ibérica se reunieron en un concilio en Sevilla en el año 784 por el que adoptaron oficialmente la teoría del adopcionismo (que afirmaba que en cuanto a su naturaleza humana Cristo era hijo adoptivo de Dios), Carlomagno convocó una serie de concilios —el primero de ellos en Ratisbona en el 792— en los que declaró herética esta doctrina y obligó a retractarse a uno de sus promotores, el obispo Félix de Urgel, que era una de las diócesis reinstauradas por Carlomagno en Cataluña.

Por tanto la imagen del monarca piadoso al servicio de la Iglesia que en ocasiones se ha querido presentar de Carlomagno no encaja bien con la evidencia histórica. De nuevo en opinión del catedrático de Historia medieval Emilio Mitre, «Carlomagno fue presentado por su biógrafo Eginardo (…) como un cristiano ejemplar. Sin embargo, sus comportamientos religiosos estaban plagados de sombras: la actitud despótica con la que trató frecuentemente al papado; sus reiteradas interferencias en nombramientos y asuntos eclesiásticos; su brutalidad en el sometimiento y evangelización de los sajones; su vida familiar un tanto irregular…». No fue la santidad la que le permitió reconstruir un imperio en Occidente, y en los años siguientes tampoco sería la que mantendría y acrecentaría su poder.

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