Los grandes personajes de la Historia

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11: Leonor de Aquitania » Reina de Francia

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Reina de Francia

Cuando en 1137 Leonor contrajo matrimonio con el rey de Francia, Luis VII, tanto la casa ducal de Aquitania como la dinastía real francesa, los Capeto, sellaban un acuerdo de importantes ventajas políticas para ambas partes. La corona francesa lograba incorporar a sus dominios los territorios feudalmente vinculados a los duques de Aquitania, fortaleciendo de ese modo su poder frente a los cada vez más poderosos duques de Normandía, mientras que Guillermo X se aseguraba evitar los problemas que podían surgir tras su muerte al ser su heredera una mujer. Leonor, como duquesa de Aquitania y por tanto señora feudal de su ducado, debía recibir homenaje y obediencia de los múltiples señores de sus dominios y que eran sus vasallos, pero como mujer, aunque la soberanía sobre sus posesiones le pertenecía, no podía ejercerla y era necesario que la delegase en un varón a través del matrimonio. De esta forma, Leonor continuaba siendo señora de Aquitania y Poitu y su marido, Luis VII, sólo sería reconocido como señor en tanto que esposo de ella. La fidelidad de sus vasallos pertenecía a Leonor, pero en pleno siglo XII habría sido impensable que una mujer en solitario pudiera detentar semejante poder político.

El matrimonio entre Luis VII y Leonor fue, como entonces eran todos los matrimonios de la aristocracia, un instrumento político al servicio de la consolidación del poder de dos dinastías en que la relación personal entre los contrayentes no jugaba papel alguno. Leonor contaba entonces unos quince años y Luis VII tenía la misma edad, sin embargo no podían ser más distintos, lo que a la larga terminaría minando su unión y, con ella, el equilibrio político establecido. Según las crónicas de la época, por lo general muy críticas con Leonor, cuando ésta llegó a París desconcertó a todos en la corte. Su desenfado, su gusto por la vida cortesana, por el lujo, sus extrañas costumbres a la mesa —empleaba cubiertos— o sus ropas escotadas y de vivos colores parecían frívolos e inapropiados para las austeras normas de la corte de los Capeto, de modo de Luis VII observaba sin comprender a una mujer que, según dichas fuentes, prácticamente nubló sus sentidos por causa de su belleza. Sea como fuere, lo cierto es que las costumbres de la corte aquitana y francesa eran por entonces muy distintas y la educación que ambos esposos habían recibido había hecho de ellos dos personas de carácter radicalmente opuesto. El profesor Gerardo Vidal Guzmán lo describe con toda precisión: «Luis VII se había educado entre los muros de Saint Denis, bajo la mirada atenta de su abad, invirtiendo años de formación en las disciplinas del trivium y del quadrivium. Por algún tiempo había incluso ambicionado convertirse en monje y sólo la desgraciada muerte de su hermano mayor lo había forzado a asumir las responsabilidades de Estado, la primera de las cuales era el matrimonio. Tenía, por lo tanto, un tono austero, medido y monacal que chocaba con el talante gozador de su mujer. La joven reina en cambio se había educado en la corte más refinada de Europa; amaba la poesía, la música, los torneos, los banquetes. Soñaba con aventuras heroicas de caballeros andantes y con hermosas doncellas que hacían suspirar el corazón de sus amados; era incapaz de concebir la vida sin el brillo de la cortesía. No se trataba de una diferencia fácil de sobrellevar. Aunque con el tiempo Luis llegaría a amarla, a Leonor siempre le aburriría ese marido chato y sin desplante. Envuelto en jaculatorias y rodeado de clérigos, el rey era a sus ojos un hombre beato y pusilánime; el exacto reverso del caballero ideal que había nutrido sus fantasías románticas desde que era una niña».

Durante los primeros años de matrimonio, Luis, deseando complacer la voluntad de su esposa, se embarcó en más de una ocasión en aventuras bélicas menos aconsejables para la corona francesa que para los intereses familiares de la duquesa de Aquitania. Aunque las fuentes acusan directamente a Leonor de emplear arteramente sus encantos para manejar al rey y lograr apartarle de la benéfica influencia de sus consejeros, ambos eran entonces demasiado jóvenes y por tanto su experiencia política era todavía muy limitada, lo que se tradujo en decisiones de gobierno no siempre afortunadas. Entre todas ellas una terminaría pesando especialmente a Luis, la campaña militar emprendida contra el conde de Champagne, Teobaldo II, en 1143. La hermana menor de Leonor, Petronila, se había enamorado perdidamente de un hombre mucho mayor que ella, el senescal Raúl de Vermandois, que estaba casado con una sobrina del conde de Champagne. Petronila y Vermandois hicieron uso de sus influencias sobre algunos prelados para lograr la nulidad del matrimonio del senescal y poder casarse, lo que irritó terriblemente al conde de Champagne, que no dudó en acudir al Papa para que mediase en el asunto. La excomunión del nuevo matrimonio así como de los prelados cómplices agravó aún más la situación de enfrentamiento entre Teobaldo II y Raúl de Vermandois, que terminó dirimiéndose por las armas. Fue entonces cuando Leonor, aprovechando la existencia de otros motivos políticos que también enfrentaban al rey francés con el conde de Champagne, influyó en su esposo para que emprendiese una campaña militar contra éste. Durante su curso, las tropas de Luis VII atacaron violentamente la ciudad de Vitry-le-François cuyos habitantes se refugiaron en la iglesia. El fuego que se había iniciado en algunas casas saqueadas alcanzó el templo y, ante el espanto del rey, el tejado del edificio se desplomó sobre sus ocupantes. El hecho conmocionó durante días a Luis VII, que se negó a comer, hablar y moverse de su lecho. Era un hombre profundamente religioso, y la idea de ser responsable de la muerte de un gran número de cristianos refugiados en la casa de Dios le atormentaría hasta el fin de sus días. Este tipo de episodios serían finalmente la causa de que el monarca, aconsejado por sus más fieles servidores —en especial el abad de Saint-Denis, Suger—, tratase de mantener a Leonor al margen de las tareas de gobierno, algo que, como demostraría el tiempo, su independiente mujer no estaba dispuesta a tolerar.

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