Los grandes personajes de la Historia

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12: Ricardo Corazón de León » Un rey contra los infieles

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Un rey contra los infieles

Para llevar a cabo la marcha hasta el Levante, Ricardo optó por una vía distinta que la de sus compañeros. Si éstos se pusieron en marcha por tierra (Federico Barbarroja hacia la península Balcánica y Felipe de Francia hacia el sur de Italia), Ricardo optó por reunir una gran flota con la que desplazarse directamente con su tropa, caballos, armas y provisiones hacia el Mediterráneo, bordeando la costa de la fachada atlántica francesa y a continuación la península Ibérica. En la organización de la expedición demostró una capacidad excepcional para la planificación y la organización. Como afirma el profesor Gillingham, «el ajedrez es una cuestión de administrar los recursos militares y económicos, mover los alfiles y las torres para conseguir los objetivos. Ricardo fue famoso, particularmente en las leyendas, por ser un valiente jinete a caballo penetrando entre las filas moras, pero yo considero que su mayor capacidad fue una suprema capacidad de organización».

Sin embargo, antes de emprender el viaje tenía que asegurar la integridad de sus territorios durante su ausencia. El gran punto débil era una vez más las posesiones francesas del imperio angevino. Ricardo logró llegar a un acuerdo con Felipe de Francia: mientras que los dos estuviesen en Tierra Santa se respetarían mutuamente en sus posesiones y el botín que obtuviesen de la guerra lo repartirían entre ambos. Pero Ricardo todavía tenía que asegurarse de que el conde Raimundo V de Tolosa no intentase aprovechar su ausencia, ya que había decidido no ir a Palestina. Para solventar este problema optó por una vía diplomática, concertando una alianza con el reino vecino de sus posesiones continentales por su frontera meridional, Navarra. Acordó con el rey Sancho VI el matrimonio con su hija Berenguela y partió hacia Sicilia, donde debía reunirse con Felipe II. El profesor Gillingham valora así la operación: «Era algo predecible que mientras Ricardo iba de Cruzada, el conde de Tolosa atacase el ducado de Aquitania, por eso quería estar seguro de que mientras estaba fuera hubiese un aliado que le guardara las fronteras de Aquitania. ¿Con quién podría casarse? Con Berenguela de Navarra. Era un matrimonio diplomático inteligentemente calculado para suprimir la amenaza del conde que se quedaba en casa». No obstante, a quien no gustó nada la concertación de la boda real fue a su entonces aliado Felipe de Francia, que esperaba que el joven rey inglés se casase con su hermana. En opinión del profesor Bates, «el matrimonio de Ricardo con Berenguela echó por tierra un acuerdo de hacía más de veinte años. Eso significaba que Ricardo ponía fin a cualquier esperanza de amistad futura con los Capeto».

Sin esperar a celebrar el enlace Ricardo partió, acordando que su futura esposa se le uniese en el camino. Corría el mes de julio de 1190. El rey inglés efectuó una primera escala del viaje en Sicilia, donde se reunió con Felipe de Francia, que sin embargo partió antes hacia Tierra Santa, mientras que Ricardo permanecía en la isla italiana aguardando la llegada de su futura esposa. Una segunda escala se efectuó en Chipre, isla que conquistó en quince días con el objeto de utilizarla como base en la retaguardia para las campañas de los cruzados. Allí se casaría con Berenguela el 12 mayo de 1191 en la capilla del castillo de Limasol, y poco después sería coronada reina de Inglaterra por el obispo de Evreux.

Para cuando por fin llegó a Palestina se encontró con que el ejército de Felipe estaba ocupado en mantener el sitio de la ciudad de Acre, sufriendo al tiempo la ofensiva del ejército de Saladino por la retaguardia. La situación que se planteó no fue fácil puesto que la tensión entre los dos reyes no había hecho sino aumentar durante el viaje, y ya en tierra un nuevo motivo vendría a añadir más leña al fuego. En este caso era la existencia de varios pretendientes al trono de Jerusalén, lo que enfrentaba a ambos monarcas: Guido de Lusignan contaba con el apoyo de Ricardo y Conrado de Montferrat era el candidato de Felipe de Francia. Pese a la dureza de la adaptación al nuevo medio, al hostigamiento del enemigo y a que el rey Ricardo padeció escorbuto durante el asedio, éste culminó felizmente en julio de 1191, cuando la guarnición musulmana de Acre terminó por rendirse. Fue una gran victoria de los reyes inglés y francés, aunque hubo quien quiso aprovecharse de los éxitos ajenos. Como recuerda el profesor Riley-Smith, «Ricardo y Felipe estaban de acuerdo en repartir sus conquistas entre ellos. Como vencedores del sitio de Acre deberían compartirlas, pero ¿qué es lo que ocurrió? Que el duque de Austria desplegó de repente su estandarte sobre las almenas reclamando una parte de Acre por derecho de conquista. Algunos soldados ingleses arriaron, con razón, el estandarte del duque de Austria Leopoldo». El altercado con el duque de Austria no tendría consecuencias para Ricardo, por el momento.

Tras el esfuerzo de Acre, Felipe Augusto decidió dar por concluida la aventura cruzada, por la que no sentía mucho entusiasmo, y se preparó para regresar a Francia bajo promesa a Ricardo de no intentar arrebatarle sus territorios mientras permaneciese en Palestina. Ricardo optó por no volver e intentar conquistar Jerusalén, pero antes tenía que solventar el problema que le planteaban los prisioneros de la guarnición de Acre. Entre las condiciones de la rendición figuraba que Saladino debería pagar un fuerte rescate por los cautivos, pero la fecha de plazo para el pago había expirado y no había noticia del sultán. La tesitura en que le dejaba no era nada cómoda para el rey, tal y como apunta el profesor Gillingham: «La gente comenzó a sospechar que lo que Saladino quería era que Ricardo se quedase en Acre, pero éste quería continuar la campaña y dirigirse a Jerusalén. ¿Cómo podía hacerlo dejando a dos o tres mil prisioneros en Acre a los que había que alimentar y custodiar?». Con una crueldad inusitada, Ricardo ordenó la ejecución de los prisioneros. Dos mil setecientos fueron ajusticiados para que las mesnadas de Dios pudiesen avanzar en su piadosa campaña de recuperación de los lugares sagrados de la cristiandad.

Cuando se aprestó con su ejército a salir para Jerusalén, Ricardo ya era el jefe indiscutible de los cruzados y se había ganado fama de guerrero de valor indiscutible, que le valió su sobrenombre de Corazón de León, y talento militar frente a los infieles. Se decidió a seguir la marcha hacia el sur antes de intentar adentrarse en Palestina con el objeto de contar con el aprovisionamiento por mar de la flota inglesa. La marcha, en unas condiciones climáticas adversas y con el hostigamiento continuo del enemigo, fue durísima. Como señala el profesor Gillingham, «sólo pudieron continuar porque la flota los seguía y los apoyaba desde la costa, eso significaba que los heridos y los afectados por insolación podían ser llevados a bordo de los barcos y otros hombres de refresco tomaban el relevo en esta marcha increíble». En medio de esta odisea, Saladino optó por cortarle el paso e intentar destruir sus fuerzas para acabar de una vez por todas con los cruzados en Palestina. El choque de los dos ejércitos se produjo en Arsuf, en el mes de septiembre. La victoria fue para Ricardo, que supo utilizar con habilidad en el campo de batalla el arma de choque de los cruzados, la caballería, que fue lanzada en el momento justo para desbaratar las tropas enemigas. Vencidos los infieles, siguió avanzando hacia el sur hasta conquistar el puerto de Jaffa, que fue la base de operaciones desde la que intentó alcanzar en varias ocasiones la Ciudad Santa. No pudo conquistarla debido a la debilidad de sus líneas de suministros en un medio claramente hostil.

Sin embargo, en mayo de 1192 comenzaron a llegar noticias inquietantes desde Inglaterra. Pese a que había dejado a consejeros leales al cargo del gobierno, los rumores y noticias que llegaban sobre un intento de usurpación del poder por su hermano menor Juan, que conspiraba en este sentido con Felipe Augusto, resultaron sumamente alarmantes. En opinión del profesor Gillingham, «si la conspiración tenía éxito Ricardo era consciente de que toda Inglaterra, toda Normandía y quizá Anjou se perderían en su ausencia. Tenía que volver».

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