Los grandes personajes de la Historia

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14: Juana de Arco » La Francia de la Guerra de los Cien Años

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La Francia de la Guerra de los Cien Años

El tiempo ha dejado interpretaciones de la figura de Juana de Arco para todos los gustos, desde aquellos que la han presentado como una iluminada o una visionaria, hasta quienes han visto en ella una loca, una rebelde o una elegida por Dios. Lo cierto es que, ya fuese un poco de cada cosa o nada de ninguna de ellas, de lo que no cabe duda para cualquier historiador es de que la joven Doncella de Orleans fue producto de la Francia de su tiempo y sólo en ese contexto de comienzos del siglo XV, es decir, en el de la guerra de los Cien Años, puede entenderse el surgimiento de una figura de sus características.

La llamada guerra de los Cien Años (1337-1453) fue en realidad un enfrentamiento sostenido largamente en el tiempo entre las coronas inglesa y francesa aderezado con importantísimos conflictos internos y salpicado por etapas de relativa calma. En el momento en que nació Juana de Arco (1412) la guerra se hallaba en la que tradicionalmente se reconoce como su tercera etapa (1396-1422), y por tanto su infancia transcurrió en esta fase del contencioso. Pero la guerra se había gestado mucho antes y lo que había nacido como un conflicto dinástico de carácter feudal era para entonces un enfrentamiento abierto por el control de la corona de Francia que se apoyaba en las divisiones internas de los propios franceses. Simplificar una guerra tan compleja como la de los Cien Años a un maniqueo enfrentamiento entre Francia e Inglaterra no sólo es históricamente falso, pues, entre otras cosas, en el siglo XV no existía un estado-nación inglés ni uno francés, sino que además impediría entender la historia de Juana de Arco y muy especialmente los motivos por los que fue procesada y condenada.

La Inglaterra y la Francia medievales no eran un territorio único bajo el mando de un rey. Las monarquías feudales eran en realidad conglomerados de múltiples territorios que bajo el reconocimiento teórico de un mismo rey tenían sus propias leyes e instituciones. Los lazos que ligaban a unos territorios con otros eran de carácter feudal, es decir, nacían del reconocimiento de la autoridad de unos señores sobre otros mediante la institución del vasallaje. De este modo, un vasallo reconocía la autoridad de un señor al que jurídicamente estaba sometido y al que estaba obligado a prestar consejo político y auxilio militar (consilium et auxilium). Pero las complejas redes matrimoniales establecidas entre las grandes familias europeas complicaban aún más la situación, ya que un rey podía recibir por matrimonio o herencia un territorio del que era señor y al mismo tiempo ser vasallo de otro rey, lo cual, lógicamente, podía desembocar en disputas por conflicto de intereses.

Desde el siglo XI, los monarcas ingleses (primero de la casa de Normandía y después de la dinastía Plantagenet) poseían amplios dominios en territorio francés, de modo que hacia finales del siglo XII el rey inglés era también duque de Normandía, Poitou y Aquitania y conde de Anjou, Maine y Turena, y, en consecuencia, vasallo del rey francés en todos esos territorios. Con tal panorama el conflicto estaba asegurado y así fue hasta que en 1259, mediante la Paz de París, los dominios ingleses en Francia quedaron reducidos a un pequeño territorio de Aquitania llamado Guyena. Aun así, los enfrentamientos no cesaron ya que con frecuencia los reyes ingleses trataron de obviar su condición de vasallos de los monarcas franceses en este territorio, y éstos por su parte emplearon su prerrogativa de señores como forma de hostigar a los ingleses. Fruto de ello fueron las confiscaciones temporales del feudo de Guyena llevadas a cabo por los segundos en 1294, 1323 y 1337, la última de las cuales fue el detonante del conflicto que conocemos como guerra de los Cien Años. Ante la ofensa que suponía la confiscación del territorio y aprovechando la coincidencia con los problemas sucesorios de la corona francesa (Felipe VI de Valois había sido proclamado rey de Francia en 1328 excluyéndose, entre otros candidatos al trono, a Eduardo III de Inglaterra, que como nieto por vía materna de Felipe IV de Valois podría haberlo reclamado), Eduardo III proclamó la ilegitimidad del Valois y rompiendo con París reclamó para sí la doble corona de Francia e Inglaterra. Comenzaba una guerra que habría de durar más de un siglo y en la que Juana de Arco jugaría un papel determinante.

No menos importante que el enfrentamiento entre ambas coronas en el devenir de la guerra de los Cien Años fueron los respectivos conflictos internos. La resistencia de Escocia a la hegemonía inglesa tenía su contrapartida francesa con los problemas de los reyes franceses en Artois, Flandes o Bretaña, por poner algunos ejemplos. Además, las tensiones cortesanas de carácter político contribuían a un mayor envenenamiento de la situación. La intensidad de estas exigencias internas motivó la relajación de la tensión anglo-francesa en varios períodos, si bien la cuestión de fondo permanecía sin resolver. Cuando en 1412 nació Juana el conflicto bélico continuaba por tanto abierto, pero ¿cuál era la situación concreta de Francia e Inglaterra entonces?

El brillante reinado de Carlos V (1364-1380) había concluido con una auténtica recuperación del prestigio real francés; el control de los conflictos internos parecía por fin una realidad y los acuerdos alcanzados en los territorios de influencia inglesa parecían garantizar una calma relativa. Pero a su muerte, la minoría de edad de su heredero, Carlos VI, impuso un período de regencia en el que rápidamente se configuraron en la corte grupos de poder enfrentados tanto por su forma de entender la política como por sus intereses particulares. La conclusión de la regencia en 1388 no puso fin a la situación pues las muestras de locura evidente del rey desde 1392 sólo contribuyeron a agravarla. En este escenario de facciones políticas, dos actores destacaban particularmente: el duque de Borgoña, Juan sin Miedo, y el duque Luis de Orleans. El primero simpatizaba con la línea política más reformista defendida principalmente por la facción cortesana de los burgueses recientemente ennoblecidos, eran los llamados «borgoñones». El segundo era una de las cabezas visibles de la facción contraria a los reformistas e integrada por la vieja nobleza emparentada con el rey, eran los «armañacs». El asesinato de Luis de Orleans a manos de sicarios de Juan sin Miedo en 1407 y la aplicación del reformismo furibundo de los borgoñones generaron un enfrentamiento de tal calado que los historiadores no dudan en referirse a él como guerra civil. Hacia 1412 la situación estaba completamente descontrolada. Ambas facciones pugnaban por hacerse con los resortes del poder en Francia y para ello no dudaron en pedir apoyo militar a Enrique IV de Inglaterra. En palabras del profesor de Historia medieval Emilio Mitre, «después de más de veinte años de tregua, la guerra civil y la guerra internacional iban a prender de nuevo en una Francia a la que la locura de un rey, la frivolidad de una reina y la desmedida ambición de la alta nobleza dejaban reducida a la impotencia».

Y obviamente Inglaterra no estaba dispuesta a dejar pasar semejante oportunidad. La casa de Lancaster había accedido al trono inglés con Enrique IV en 1399 tras destronar al rey legítimo Ricardo II. La necesidad de asegurar su recién adquirido poder condujo al monarca a una política de control interno férreo que consiguió sofocar los grandes focos tradicionales de conflicto, especialmente Gales. Con las cuestiones domésticas bajo control, la posibilidad de intervenir en Francia so pretexto del conflicto entre borgoñones y armañacs parecía cuando menos tentadora. Pero sería su hijo Enrique V, que le sucedió en 1413, quien verdaderamente decidió aprovecharla y lo supo hacer tan bien que el mismo Shakespeare inmortalizaría su hazaña.

En el verano de 1415, Enrique V, tras dar por fracasadas unas negociaciones diplomáticas con los armañacs, entonces en el poder, que no colmaban sus expectativas (se le había ofrecido Aquitania pero se le negaba Normandía) consideró que había llegado el momento propicio para intervenir militarmente en Francia. La división interna jugaba a su favor y si bien contaba con la oposición de los armañacs, el apoyo de los borgoñones parecía probable. Sin embargo, una vez desembarcado en territorio francés y tras asediar y ocupar Harfleur, la lluvia y la disentería pusieron en jaque su operación. El rey inglés no dudó en replegar sus fuerzas hacia Calais pero cuando lo hacía fue interceptado por un gran ejército reclutado por los armañacs. La batalla de Azincourt es sin lugar a dudas una de las más conocidas de la época medieval. La derrota de la mayor parte de la nobleza francesa a manos de un grupo de hombres de armas y arqueros comandados por Enrique V cuando todo hacía presagiar la derrota inglesa adquirió rápidamente el carácter de epopeya. Cayeron quinientos ingleses pero el número de bajas del bando francés fue diez veces superior. Cuando poco tiempo después un triunfante Enrique V regresase a Inglaterra pocos se atreverían a poner en duda sus posibilidades de éxito.

Una vez asegurado el apoyo de los borgoñones mediante un pacto con el duque de Borgoña por el que éste se comprometía a reconocer vasallaje al rey inglés cuando hubiese logrado hacer realidad la doble monarquía anglo-francesa, y con un bando armañac hundido tras la derrota de Azincourt, Enrique V volvió a desembarcar en Normandía en 1417. Desde entonces y en sólo dos años fue engarzando una victoria tras otra (Bayeux, Alençon, Vire, Saint-Lô, Rouen…) mientras Francia se descomponía en luchas intestinas. El asesinato de Juan sin Miedo, cabeza del bando borgoñón, a manos de los armañacs terminaría de precipitar la situación: el 21 de mayo de 1420, borgoñones e ingleses firmaron el Tratado de Troyes. Por él se reconocía al demente Carlos VI como rey de Francia hasta su muerte, pero se pactaba el matrimonio de Enrique V con su hija Catalina y se le reconocía como heredero de Francia, es decir, que a la muerte de su suegro se convertiría en rey de Francia e Inglaterra. Controlar hasta entonces como regente, y con el apoyo borgoñón, a un rey loco resultaba mucho más sencillo que eliminarlo cometiendo regicidio.

El único obstáculo era la existencia de un hijo del monarca francés, el delfín Carlos, que entonces contaba diecisiete años, pero el tratado también se ocupaba de él. La connivencia de la reina con el bando borgoñón vino a facilitarlo aún más: según el Tratado de Troyes, el delfín Carlos era «ilegítimo», lo que corroboró su madre, y «reo de horribles crímenes y delitos», pues el asesinato de Juan sin Miedo se había producido en su presencia, y como tal no podía acceder al trono. Sin embargo, el «supuesto delfín del Vienesado», como se referían a él los firmantes del tratado, se convirtió para buena parte de los nobles franceses en el símbolo de la oposición al invasor inglés. Frente a un acuerdo impuesto a un rey enfermo mental y la ruptura de la línea sucesoria directa, el delfín Carlos encarnaba la independencia de la corona francesa y la continuidad dinástica por vía directa de los Valois. En consecuencia, de forma paralela al aparato de gobierno organizado por ingleses y borgoñones en París, en la zona sur de Francia se organizaba otro en torno al delfín. Y en aquellas circunstancias de forma súbita sucedió lo que nadie podía imaginar, que una campesina de diecisiete años fuese la encargada de restituirle la corona.

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