Los grandes personajes de la Historia

Los grandes personajes de la Historia


16: Leonardo da Vinci » Volando en solitario: Florencia

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Volando en solitario: Florencia

De todas formas fue el propio Leonardo quien sintió que había llegado a la madurez artística que le permitiría proseguir su camino en solitario, ya que en 1472 aparece inscrito en la Compañía de San Lucas de Florencia, el gremio de pintores de la ciudad, con tan sólo veinte años. Sin embargo éste no fue el comienzo de una fecunda carrera de pintor. Como sucedería a lo largo de toda su vida, Leonardo pintaría poco (hasta nosotros ha llegado una veintena escasa de obras de su mano, muchas de ellas en mal estado de conservación). Mucho se ha discutido sobre los motivos; ya desde antiguo se apuntó que sus múltiples intereses y dedicaciones posiblemente le robaran el tiempo necesario para pintar más cuadros. En aquella primera etapa florentina comenzó a realizar algunos lienzos como La Anunciación (1472), un par de madonnas y su primer retrato conservado, el que realizó a la dama florentina Ginevra de Benci con motivo de su boda en 1474.

Pese a esta parquedad de resultados pictóricos, Leonardo comenzaría a cultivar una costumbre que mantuvo a lo largo de toda su vida y que acabaría constituyendo uno de sus principales legados, los cuadernos de notas. En estos años empezó a escribir sus ideas en pliegos sueltos de papel, normalmente acompañadas con gran profusión de dibujos, diseños, cálculos y todo tipo de adiciones en lo que supone una obra artística y científica de primer orden. Como indica el escritor y ensayista Serge Bramly, autor de varias biografías del artista, «Leonardo podía escribir en ellos cualquier idea que le viniese a la cabeza, todo lo que hubiese leído y escuchado en las calles o a los amigos. En ocasiones es muy difícil saber si la idea que ha anotado es realmente suya…». Tras su muerte, los cientos de páginas que dejó anotadas y dibujadas fueron agrupados y cosidos formando códices de un valor extraordinario (sólo han llegado veinte hasta nuestros días). Esto explica que dichos volúmenes no reflejen una exposición lineal del pensamiento o los planteamientos de Leonardo en las artes y saberes que cultivó. El historiador del arte Richard Turner lo deja claro cuando afirma que «los cuadernos de notas son fragmentarios y contradictorios. Están compuestos de toda clase de materiales que abarcan un conjunto muy amplio de conocimientos, incluso dentro de una misma página. Para decirlo claramente, son la antítesis de las notas que tomaría hoy en día un estudiante universitario. La razón es que Leonardo, sencillamente, no era un pensador sistemático».

Otro de los aspectos de sus anotaciones que más ha llamado la atención es el hecho de que escribiese usando escritura inversa, también llamada especular. Esto quiere decir que para que otra persona pudiese leer lo que había escrito debía poner el texto ante un espejo para que la letra fuese legible de forma normal. Se ha especulado si la motivación para proceder así estuviese en la voluntad del redactor de ocultar el contenido de sus anotaciones a los demás. Los historiadores del arte no están de acuerdo con esta teoría. Como afirma Richard Turner, «la cuestión es que si era zurdo, la forma normal de escribir es de derecha a izquierda. Así no se empuja la pluma, se tira de ella. Además es muy posible que desarrollase este procedimiento porque no tuvo un maestro de primeras letras que le obligase a escribir de la forma estándar». El profesor Budd se ha mostrado asimismo contrario a estas teorías, porque «pese a ello la letra de Leonardo es muy legible con el uso de un espejo. Considero que probablemente fue un capricho que desarrolló porque simplemente era más fácil para él».

Un primer sobresalto en su juventud florentina, que posiblemente sería el primer motivo que le llevaría a plantearse abandonar la ciudad, llegó en 1476. Aquel año se formularon dos denuncias por sodomía ante el tribunal de la Signoria (órgano de gobierno de la República florentina). Fueron dos denuncias anónimas —práctica habitual y legal en aquel momento— por las que se acusaba al modelo Iacopo Salterello de mantener relaciones carnales con cuatro hombres, entre los que se encontraba Leonardo. Las denuncias fueron finalmente retiradas, al parecer debido a la buena posición social de los otros acusados, pero la humillación pública a la que fue sometido le dejó una profunda huella y la etiqueta de homosexual le acompañaría a lo largo de su vida (y de hecho le ha seguido acompañando hasta nuestros días). Con independencia de que lo fuese o no, según el profesor Beck «parece que mantuvo algún tipo de relación con otros hombres, pero en el contexto de los talleres artísticos del siglo XV aquello no era nada extraordinario». Efectivamente, la estrecha relación que Leonardo mantuvo con dos hombres que entraron en su taller muy jóvenes y que le acompañaron durante toda su vida cumpliendo las funciones de modelos, discípulos y criados ha dado pie a todo tipo de fabulaciones al respecto. El primero fue Gian Giacomo Caprotti, apodado Salai («diablillo»), que entró en el taller en 1490 a la edad de diez años. Dieciséis años más tarde lo haría Francesco Melzi, de quince años, y sería quien heredaría los cuadernos de notas del maestro a su muerte.

Una nueva decepción llegó en 1481. Aquel año, por intermediación de los Medici, una selección de pintores florentinos fue enviada a Roma para cumplir un encargo del papa Sixto IV: pintar varios paneles de las paredes de la Capilla Sixtina con escenas de las vidas de Moisés y de Jesucristo. Los elegidos fueron Boticelli, Perugino y Ghirlandaio, considerados la élite de la pintura florentina del momento, pero no Leonardo. El dolor que le causó este nuevo golpe quedó reflejado en la pintura que estaba ejecutando en ese momento, su San Jerónimo, que por cierta crueldad del destino se conserva en la actualidad en la Pinacoteca Vaticana. En este óleo representaba al santo penitente en su retiro en el desierto (espiritual, se entiende, puesto que su soledad no le impedía estar representado en medio de un paisaje nada árido) tan sólo acompañado por el animal que se le suele asociar en la iconografía cristiana, el león. El gesto demacrado del anciano se ha tomado habitualmente como trasunto de los momentos amargos que vivió entonces el pintor.

Pero Leonardo nunca acabó su San Jerónimo, con ello inauguraba una costumbre que repetiría asiduamente a lo largo de su carrera y que fue una de las causas de la impopularidad que le rodeó a la hora de conseguir encargos de ricos y poderosos patronos. De hecho la que estuvo llamada a convertirse en obra maestra irrefutable de su primer período florentino tampoco llegaría a finalizarse jamás. Se trata de La adoración de los Magos (conservada en la Galería de los Ufizzi, en Florencia), que le fue encargada en 1481 por los monjes de San Donato de Scopeto, cerca de Florencia. La situación económica por la que pasaba el pintor en aquellos momentos no debía de ser muy buena puesto que aceptó cláusulas que en una situación normal las habría rechazado. Se le obligó a hacerse cargo de los gastos de material y se le impusieron importantes sanciones económicas si no entregaba la obra en treinta meses. Se trataba de un encargo mayor y todo un reto compositivo para el joven maestro. Aunque nunca llegaría a finalizarlo, en el cuadro ensayó muchas de las soluciones que desarrollaría más tarde y que serían parte esencial de sus aportaciones al arte pictórico: la combinación de un grupo central estático en forma triangular rodeado de varios grupos que daban dinamismo al conjunto; la integración de los personajes en el paisaje y la arquitectura, y la contraposición de rasgos de los personajes para destacar la belleza de la imagen. No se conocen a ciencia cierta los motivos que llevaron a Leonardo a abandonar la obra, aunque los últimos momentos de su vida en Florencia se habían vuelto demasiado amargos y la tentación de trasladarse a otra ciudad en busca de un nuevo ambiente en el que desarrollar con mayor libertad su potencial debió de rondar su mente a menudo. Cuando en 1482 se le presentó la oportunidad no pareció pensárselo demasiado.

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