Los grandes personajes de la Historia

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17: Miguel Ángel » Un espíritu sereno y atormentado

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Un espíritu sereno y atormentado

El 1 de abril de 1488, con trece años recién cumplidos (algo tarde para las costumbres de la época), Miguel Ángel entró a trabajar como aprendiz en el taller del afamado pintor Domenico Ghirlandaio. Ghirlandaio simpatizaba con las nuevas corrientes artísticas por lo que el ingreso en su taller supuso una inmersión en la mentalidad renacentista. De él aprendió las más modernas técnicas pictóricas y, especialmente, la de la exigente pintura al fresco que años más tarde el aprendiz llevaría a su máxima expresión en la Capilla Sixtina. La ciudad ofrecía además numerosas obras de arte de las que aprender y Miguel Ángel supo aprovecharlas. Acostumbraba a visitar varias de sus iglesias para copiar modelos de las pinturas de Massaccio y Giotto, si bien incluso en estas obras de juventud ya se traslucía una poderosa personalidad que no se conformaba con la simple reproducción de lo que veía.

El trato habitual con los principales artistas de la ciudad permitió que, dos años más tarde, Miguel Ángel entrara a formar parte del grupo de aquellos que frecuentaban la corte de Lorenzo de Medici. En su calidad de hombre más poderoso de Florencia, Lorenzo el Magnífico, como se le conocía, supo rodearse de los más destacados filósofos, poetas y artistas de su época cuyos trabajos alentaba como mecenas. Los jardines de su palacio en los que podía verse una impresionante colección de esculturas griegas y romanas eran el punto de encuentro de muchos de ellos. En línea con la mentalidad renacentista, estos artistas dejaban de ser artesanos de taller para convertirse en agentes activos de la erudición y la política de su tiempo. Como indica el ex conservador del Museo Thyssen, Tomás Llorens, «el nuevo artista, el que trabajaba en el entorno de un príncipe, actuaba más bien como un asesor, en diálogo y concurrencia con filósofos, literatos y asesores políticos». Miguel Ángel, que procedía de una familia de clase alta, siempre llevaría a gala esta diferencia de tal modo que en su vejez escribiría: «Nunca he sido pintor ni escultor a la manera de los que tienen tienda abierta. Siempre he procurado mantener el honor de la familia. Y si he servido a tres Papas ha sido a la fuerza».

Aun entre tantos artistas, el talento del joven Miguel Ángel destacaba sobre el resto, así que pronto llamó la atención de Lorenzo el Magnífico y acabó invitándole a vivir en su palacio. Según recoge el amigo y biógrafo del artista Ascanio Condivi en la Vita di Michelangelo Buonarroti, publicada en 1553, la invitación se produjo con motivo de la realización de una copia de la cabeza de un fauno que adornaba los jardines del palacio: «[Miguel Ángel] estudiaba un día la cabeza de un fauno, al parecer antiguo, con barba larga y ademán riente, aunque la boca apenas si se podía discernir porque había sido dañada por el tiempo (…) y decidió copiarlo en mármol. Lorenzo el Magnífico tenía en aquel lugar unos bloques de mármol en los que se estaba trabajando para usarlos en la decoración de la noble biblioteca que él y sus antepasados habían reunido (…). Miguel Ángel rogó a los canteros que le dieran una piedra y pidió prestado el cincel. Y así copió el fauno con tanta habilidad y tanta diligencia que lo concluyó en unos pocos días, supliendo con la imaginación lo que faltaba en el modelo antiguo, como los labios; y los representó abiertos como corresponde a un hombre que se está riendo, de manera que podía verse el hueco de la boca con todos sus dientes. En ese momento pasó el Magnífico y vio al muchacho ocupado en pulir la cabeza. Dándose cuenta de la calidad de la obra, se dirigió a él, y viendo la escasa edad del autor, quedó maravillado y alabó la hermosura del trabajo; aunque bromeando, como se bromea con un muchacho, dijo: “¡Oh! Pero este fauno lo has hecho muy viejo, y sin embargo le has dejado todos sus dientes. ¿No sabes acaso que a los viejos de esa edad siempre les falta alguno?”. Mil años le pareció a Miguel Ángel que duraba el breve espacio de tiempo que transcurrió hasta que Lorenzo se fue y él pudo quedarse solo para corregir su error. Le quitó un diente de arriba, e hizo con el taladro un agujero en la encía, como si hubiera caído con su raíz. Esperó así con gran ansiedad a que el Magnífico volviera. Finalmente volvió. Al ver la voluntad y determinación del muchacho rió mucho; pero luego haciendo honor a su carácter de padre de todo talento, y considerando la hermosura de la obra y la juventud del autor, decidió otorgar su favor al joven genio, y le invitó a vivir en su casa».

Miguel Ángel pudo de este modo acceder a las grandes colecciones artísticas de la familia Medici así como a su magnífica biblioteca, lo que marcaría enormemente su formación y desarrollo artístico. También allí entró en contacto con algunos de los miembros más influyentes de la sociedad italiana como Giovanni Medici o Giulio Medici, los futuros papas León X y Clemente VII que serían determinantes con sus encargos para la carrera del artista. De su estancia en la corte de los Medici datan sus dos primeros trabajos escultóricos que se conservan, La batalla de los centauros y La Virgen de la escalera. Se trata de dos relieves de tema pagano y religioso, respectivamente, en los que la forma de trabajo contrasta a simple vista. Los marcados volúmenes del primero y el vigoroso movimiento de las figuras transmiten toda la fuerza del enfrentamiento físico, mientras que el bajísimo relieve de la Virgen y la serenidad de sus líneas refuerzan la espiritualidad de la obra. Tradicionalmente suele verse en este contraste un reflejo de la compleja personalidad de su autor. En palabras del especialista en su obra Charles de Tolnay, «estas oscilaciones deben entenderse más bien en términos de la necesidad que sentía el joven artista de expresar, por medio de obras diversas, las dos tendencias que en su naturaleza luchaban entre sí: una contemplativa que trataba de evocar una imagen interior de belleza, y otra activa en la que convergían las fuerzas turbulentas de su propio temperamento».

Mucho se ha escrito sobre el difícil y atormentado carácter de Miguel Ángel. Tuvo fama de irritable, orgulloso, colérico, solitario, arrogante… y eternamente insatisfecho. Lo cierto es que ni a los demás ni a sí mismo les resultaba fácil convivir con su genio creativo. Su nariz partida como consecuencia de una de sus frecuentes disputas con otros artistas —en este caso, con Pietro Torrigiano— era la señal evidente de ello. Consciente de poseer una capacidad fuera de lo normal, el terrible florentino llegaría a confesar: «La gente es muy dada a difundir mentiras sobre los pintores de renombre; son raros, insoportables y rudos en el trato, y sin embargo nadie más humano que ellos… La dificultad de trato con estos artistas no radica únicamente en su orgullo, porque rara vez encuentran personas que comprenden sus obras».

Miguel Ángel sólo pasó dos años en la corte de Lorenzo el Magnífico, pues éste murió en abril de 1492, por lo que el artista regresó a la casa de su padre. La muerte del más brillante de los Medici marcó el final de una etapa de la historia de la ciudad que no volvería a producirse. La prosperidad económica de Italia había comenzado a flaquear, en parte por el fenómeno de acaparamiento de la riqueza en unas pocas manos que se había vinculado a la misma, y en parte por la crisis comercial motivada por la presencia turca en el Mediterráneo. Todo ello generó un caldo de cultivo propicio para el descontento del pueblo, que culpaba a los Medici de la situación, y para el florecimiento de corrientes de carácter religioso que clamaban por una depuración de las costumbres. La cabeza visible de todo ello fue el fraile dominico Girolamo Savonarola, predicador apocalíptico que tras la marcha de los Medici gobernó Florencia entre 1494 y 1498. En una reacción de péndulo, los otrora considerados protectores de las artes fueron acusados de vanidad, codicia y paganismo. Por toda la ciudad se multiplicaban las hogueras en las que se quemaba todo aquello que se entendía como signo de la inmoralidad precedente: vestidos, libros, cuadros de contenido mitológico… Aunque la situación no se prolongó demasiado tiempo, ya que el propio Savonarola fue declarado hereje y condenado a morir en la hoguera, la nueva Florencia no parecía el lugar más adecuado para un artista, por lo que Miguel Ángel no tardó en salir de allí. En 1494 se fue a Bolonia y tras un breve retorno a Florencia dirigió sus pasos a la ciudad que inmortalizaría su nombre, Roma.

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