Los grandes personajes de la Historia

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18: Martín Lutero » El reformador de la cristiandad

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El reformador de la cristiandad

A comienzos del siglo XVI un auténtico terremoto reformador recorrió la vida religiosa y política de Europa. El catalizador de semejante convulsión fue un fraile agustino alemán, Martín Lutero, que sin proponérselo dio pie a los dos procesos esenciales que definen toda la historia moderna europea, la Reforma protestante y la Contrarreforma o Reforma católica. Las consecuencias espirituales y políticas de la quiebra de la cristiandad que vino de su mano tuvieron su expresión más evidente en las llamadas «guerras de religión» que habrían de durar hasta mediados del siglo siguiente. Pero más allá de eso, la secularización de la política que tan natural parece en nuestros días, o la tolerancia religiosa propia de las sociedades occidentales actuales, son el fruto de una evolución histórica marcada por aquellos enfrentamientos. La figura de Lutero pasaría a la Historia como la del gran reformador devoto, justo y valiente para unos, y como la del auténtico diablo destructor de la unión cristiana para otros. Entre los dos mitos se sitúa una realidad histórica no siempre fácil de reconstruir pero absolutamente apasionante. Lutero destapó la caja de Pandora y sobre su estela se escribió la historia de una Europa que aún hoy es deudora de todos aquellos procesos.

Martín Lutero nació el 10 de noviembre de 1483 en la localidad alemana de Eisleben, situada en el condado de Mansfeld. Fue bautizado al día siguiente conforme a la costumbre de la época de hacer recibir a los recién nacidos el sacramento cuanto antes por si morían, posibilidad nada remota a tenor de la altísima mortalidad infantil habitual entonces. El nombre de Martín fue por tanto el que correspondía al santo del día del bautismo. Era el segundo de los hijos del matrimonio formado por Hans Ludher y Margarita Ana Lindemann, que aún tendría seis vástagos más. Cuando Lutero contaba algo más de seis meses su familia se trasladó a Mansfeld pues se trataba del centro industrial y minero más importante de la zona y Hans, que trabajaba como minero, vio en el traslado la posibilidad de labrar un futuro más próspero para su familia. No se equivocaba. Tras varios años desempeñando las duras tareas de zapador y entibador, fue medrando hasta que en 1491 logró convertirse en uno de los cuatro encargados de la administración municipal de Mansfeld. Puede decirse que los Lutero pasaron a formar parte de la pequeña burguesía local y que, en consecuencia, la cuidada educación que trataron de procurar a sus hijos fue la que consideraban correspondiente a tal condición.

Lutero permaneció en casa de sus padres hasta los trece años, edad a la que comenzó a acudir a la escuela local de la parroquia de San Jorge en la que aprendió a leer, escribir, contar, ciertas nociones de latín y catecismo. Sobre la educación recibida por Lutero en el ámbito familiar se han hecho cientos de especulaciones, e incluso se llegó a hablar de una infancia desgraciada, un padre alcohólico, traumas sexuales y todo tipo de aditamentos morbosos al servicio de la defensa o denostación del mito creado en torno a su figura. Sin embargo hoy los historiadores coinciden en señalar que la realidad fue mucho menos pintoresca y, como recuerda Ernest Gordon Rupp, especialista en Lutero y su obra, «nada extraordinario parece haber existido en el hogar ni en la educación de Lutero». Tanto en la escuela de Mansfeld como en casa Lutero recibió una formación religiosa convencional si bien nunca conservaría buen recuerdo de la primera por sus estrictos métodos y la frecuencia con la que se recurría al castigo. Así, muchos años después escribiría: «Ahora ya no existe aquel infierno y purgatorio de nuestras escuelas, en las que fuimos martirizados con los modos de declinar y de conjugar los verbos latinos y donde, con tantos vapuleos, temblores, angustias y aflicciones no aprendimos absolutamente nada».

Tras un año de estancia en Magdeburgo para acudir a su escuela superior, y donde probablemente conoció a los Hermanos de la Vida Común, grupo religioso formado por miembros del clero y laicos que defendían la necesidad de una renovación espiritual de la Iglesia, los padres de Lutero decidieron que continuase sus estudios en la ciudad de Eisenach, situada a unos cien kilómetros de Mansfeld. Después de un viaje a pie, el joven Martín Lutero llegó a su destino a mediados del mes de abril de 1498. Allí se matriculó en la Georgenshule en la que cursó tres años de estudios humanísticos y donde aprendió a hablar y escribir en latín con corrección y soltura. El encuentro con los clásicos así como con una educación esmerada fue una experiencia muy estimulante para un adolescente con grandes inquietudes aunque, como apunta su biógrafo Rafael Lazcano, «los niveles de pobreza por los que atravesó el estudiante Lutero en Eisenach no debieron de ser pequeños, con frecuentes privaciones y penurias, hasta el punto de verse obligado a mendigar trozos de pan por la ciudad para quitarse el hambre». Pese a la difícil situación material de Lutero en Eisenach, su familia había conseguido prosperar, por lo que una vez finalizados los estudios en la Georgenshule sus padres, conocedores de la capacidad intelectual de Lutero y deseosos de garantizarle un estatus acorde con la situación social familiar, le enviaron a iniciar estudios universitarios a Erfurt. Así, en 1501 se matriculó en los cursos de Artes que se exigían como paso previo al ingreso en las facultades mayores de Derecho, Teología y Medicina, y en 1505, al terminarlos, con objeto de complacer a su padre, se matriculó en la Facultad de Derecho de Erfurt. Sin embargo, la formación recibida en esos años unida a la religiosidad personal de Lutero le hacían desear otro camino vital, por lo que el 17 de julio de ese mismo año, defraudando las expectativas paternas, Lutero ingresó como novicio en el convento de agustinos de Erfurt. Deseaba hacer de la religión una forma de vida, quería profundizar en su formación espiritual y teológica y se sentía inclinado a la vida monacal. Nada hacía presagiar que una década más tarde su ruptura con la Iglesia sería la más sonada de la historia de la cristiandad.

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