Los grandes personajes de la Historia

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18: Martín Lutero » De reformador a hereje

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De reformador a hereje

Lutero clamaba por una reforma, pero de sus escritos se derivaban ideas que podían hacer peligrar el orden de cosas conocido: si como afirmaba, sólo la fe salvaba a los hombres, y por tanto de nada servían las indulgencias, ¿qué papel le quedaba a la Iglesia en medio de ello? Lutero defendía la relación directa del creyente con Dios, sin mediación ninguna, sólo la de su fe. La Iglesia definida como institución mediadora y administradora de la gracia de Dios desaparecía de un plumazo en ese modelo. La única guía que necesitaban los fieles era la que debía proporcionarles la lectura de la Biblia que tanto agradaba al agustino. Quedaba claro que, a la luz de sus interpretaciones teológicas, el papel de la Iglesia como institución cuando menos debía revisarse. No es de extrañar por tanto que, ante la creciente popularidad de sus postulados, en 1518 se abriese un proceso por herejía a Lutero en Roma.

En otoño de ese mismo año el agustino fue interrogado en Augsburgo por el legado pontificio, el cardenal Cayetano. Lutero deseaba llegar a un entendimiento, pero el legado del Papa no le dio ninguna oportunidad para ello y le exigió la declaración de culpabilidad, la retractación inmediata y el silencio posterior. Lutero no estaba dispuesto a callar pues estaba absolutamente convencido de la verdad de sus afirmaciones, por lo que no sólo se ratificó en ellas sino que además, empujado en buena medida por el interrogatorio del cardenal, llegó a poner en entredicho la infalibilidad del Papa y la primacía de su poder frente a la del concilio. En esa situación y desoyendo la conminación del legado para que se entregase, regresó a Wittenberg. El legado recurrió al príncipe de Sajonia, pero en diciembre de 1518 éste respondió con una negativa tajante a que Lutero fuese enviado a Roma para ser juzgado o a que se le confinara sin darle la oportunidad de explicarse. El Papa estaba atado de manos, pues por razones políticas no le convenía granjearse el descontento del príncipe de Sajonia. Por entonces se preparaba la inminente sucesión de la corona imperial y tanto el emperador Maximiliano, que moriría a comienzos de 1519, como el Papa necesitaban contar con el apoyo del príncipe de Sajonia para la elección del nuevo emperador. Ni el pontífice podía actuar contra el príncipe ni tampoco podía pedir al emperador que lo hiciese. La coyuntura política benefició en última instancia a Lutero, que pudo evitar su traslado a Roma. Finalmente la sucesión imperial se produjo y en junio de 1519 Carlos V fue nombrado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (nombre que recibía entonces Alemania), pero como indica el profesor Rupp, el tiempo que había transcurrido fue suficiente para que se produjese un salto cualitativo: «Se habían desencadenado ya tales fuerzas que, cuando el Papa y el emperador estuvieron dispuestos a actuar de común acuerdo, no tuvieron ya que enfrentarse con un simple clérigo sino con toda una ola de rencores de orden político contra Roma».

Mientras los acontecimientos políticos se precipitaban, el debate teológico era cada vez más intenso y en ese contexto tuvo lugar la «Disputa de Leipzig» del verano de 1519. Se trató del enfrentamiento público de Lutero con el teólogo tomista y conservador de la Universidad de Leipzig —tradicional enemiga de la de Wittenberg— Johannes Eck. El durísimo enfrentamiento de ambos teólogos terminaría llevando a Lutero a radicalizar sus posturas en relación con el papado y los concilios. Espoleado por Eck, Lutero terminó reconociendo la falibilidad (capacidad de equivocación) de éstos y, teniendo en cuenta que tampoco reconocía la infalibilidad del Papa, el reconocimiento de la autoridad de la Iglesia saltaba por los aires. La única autoridad era para Lutero la Biblia. La declaración de semejantes ideas como heréticas era sólo cuestión de días: el 15 de junio de 1520, Roma condenaba como heréticas las doctrinas de Lutero mediante la bula Exsurge Domine. Como se hacía en tales casos, la bula debía publicarse en todas las iglesias de la cristiandad y había que quemar los libros heréticos de Lutero allí donde los hubiese.

La condena dio lugar a una auténtica «guerra de hogueras» ya que el nuncio apostólico que tenía que ejecutar lo dispuesto en la bula comenzó a encontrar problemas para hacerlo en el momento en que se adentró en Alemania. Los estudiantes de las zonas de Maguncia y Colonia —seguidores de Lutero— se las ingeniaron para arrojar los tratados escolásticos criticados por el agustino a las hogueras en que debían arder sus obras y, como recuerda el profesor Teófanes Egido, el 10 de diciembre de 1520 los estudiantes y profesores de la Universidad de Wittenberg hicieron aparecer la siguiente convocatoria en la puerta de la iglesia: «Si estás interesado en conocer el verdadero Evangelio, no dejes de acudir hacia las nueve de la mañana a la plaza de la Santa Cruz extramuros. De acuerdo con la antigua costumbre apostólica, allí serán quemados los libros impíos del Derecho papista y de la teología escolástica, ya que la osadía de los enemigos de la libertad evangélica ha llegado hasta el extremo de arrojar a la hoguera los escritos espirituales y evangélicos de Lutero. ¡Ánimo, piadoso e instruido joven! No faltes a este santo y edificante espectáculo porque quizá haya sonado la hora de desenmascarar al Anticristo». El mismo Lutero acudió a la cita y, arrojando la bula condenatoria a las llamas, dijo: «Que el fuego te atormente por haber atormentado tú a la verdad». Ya no era posible la vuelta atrás.

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