Los grandes personajes de la Historia

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18: Martín Lutero » De hereje a reformador

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De hereje a reformador

La quema de la bula que condenaba sus escritos fue un acto de gran valor simbólico para los seguidores de Lutero, pero la defensa de su postura no se limitó a ello. Desde la Disputa de Leipzig, el teólogo de Wittenberg no había dejado de publicar una obra tras otra en la que daba forma a su doctrina y se afirmaba en ella. A lo largo de 1520 vieron la luz su Tratado sobre el papado de Roma, en el que defendía una Iglesia sin jerarquías y abogaba por la abolición del papado; el Manifiesto a la nobleza cristiana de Alemania, en el que apelaba a la capacidad reformadora de los señores territoriales frente al Papa invitando a la creación de una nueva Iglesia alemana desvinculada de éste, o La cautividad babilónica de la Iglesia, en la que, negando la capacidad mediadora de la Iglesia, sólo reconocía como sacramentos instituidos en la Biblia el bautismo y la eucaristía, definiendo los demás como inventos humanos para justificar la Iglesia jerárquica. Lutero atacaba el fundamento mismo de la Iglesia y del pontificado de Roma, por lo que el 3 de enero de 1521 el Papa publicaba la bula Decet Romanum Pontificem por la que se le excomulgaba y declaraba hereje. Poco después, Lutero publicaba su obra Sobre los votos monásticos en la que rechazaba los votos de castidad, obediencia y pobreza de monjes y monjas. Los abandonos de conventos empezaron a sucederse y la situación de quiebra comenzó a parecer irremediable.

La única posible solución al conflicto podía darse en la reunión de la Dieta de Worms (la Dieta era algo así como el Parlamento del imperio) que habría de celebrarse ese mismo año. Pero se trataba además de la primera Dieta de Carlos V como emperador y su postura tajante a favor de Roma no iba a dejar mucho espacio para la negociación con los príncipes territoriales que apoyaban a Lutero. Aún así, el nuevo emperador sabía que debía obrar con cautela por lo que decidió permitir la comparecencia de Lutero ante la Dieta. Como recuerda el profesor Rupp, «cuando en la mañana del 16 de abril de 1521 entró en las calles de Worms, su cortejo, ampliado a las proporciones de una verdadera procesión, no fue seguido por miradas malévolas de incontables enemigos, sino por las aclamaciones del pueblo alemán, de cuyo ruidoso entusiasmo por Lutero, Alexander [el nuncio apostólico] se lamentó amargamente». Al día siguiente Lutero compareció ante la Dieta; le preguntaron por la autoría de los escritos condenados y si estaba dispuesto a retractarse de lo dicho en ellos. En una muestra de habilidad Lutero solicitó que se le concediese tiempo para responder ya que si debía discriminar entre sus escritos necesitaba reflexionar sobre ello. La Dieta consintió en retrasar la respuesta hasta el día siguiente y con ello Lutero logró obtener el tiempo necesario para preparar una contestación adecuada. Cuando finalmente compareció para responder, tras dar razones sobre cada una de sus obras, afirmó que le resultaba imposible retractarse puesto que no era «prudente ni justo obrar contra la propia conciencia», pero además añadió que si cualquiera de los presentes podía demostrarle fundamentándose en la Biblia que sus afirmaciones eran erróneas estaría dispuesto a retractarse e incluso a arrojar sus obras al fuego. En palabras del profesor Rupp, «conminado a dar una simple respuesta, había conseguido pronunciar todo un discurso y, en la opinión de muchos, en quienes se perdía el tono irónico de sus palabras, había dificultado el veredicto sugiriendo la posibilidad de una retractación».

Si bien la comparecencia de Lutero no sirvió para alterar la postura de partida de la Dieta, sí sirvió para constatar que estaba dispuesto a defender a cualquier precio su postura, y que además contaba con un enorme apoyo popular. Como era de esperar la Dieta finalizó con la ratificación de la condena realizada por el Papa y el 8 de mayo se publicaba el Edicto de Worms por el que Lutero, calificado como hereje, quedaba fuera de la ley y pasaba a ser considerado y tratado como un proscrito. Sin embargo el Edicto no llegó a aplicarse con la diligencia debida pues, por un lado, Carlos V abandonó rápidamente Alemania para ocuparse del conflicto abierto que mantenía con Francia, y por otro, buena parte de los príncipes territoriales simpatizaban con las tesis luteranas. Lutero regresó a Wittenberg para continuar avanzando en la definición doctrinal de su movimiento de reforma y entregarse a la labor de hacer su propia traducción al alemán del Nuevo Testamento, que vería la luz en 1522 y en 1533 se completaría con la del Antiguo Testamento. Entretanto, los poderes políticos de toda Europa veían proliferar de modo imparable grupos de seguidores que, inspirados en los argumentos del alemán, daban su propia interpretación a las tesis reformadoras. Las esperanzas de hallar una vía de conciliación para el conflicto que evitase la definitiva ruptura de la cristiandad en varias confesiones se depositaron en la celebración de un concilio que Roma no terminaba de convocar.

En 1523 Carlos V inició en sus dominios la persecución de los reformadores y al año siguiente estallaba en Alemania la guerra de los Campesinos, en la que la revuelta de las clases populares contra los abusos económicos de las dirigentes empleó como inspiración teórica las ideas de igualdad entre los hombres defendidas por Lutero. Europa se partía sin remedio por causas religiosas que se mezclaban indisolublemente con otras políticas. La realidad distaba mucho de lo que Lutero había querido iniciar con su protesta, pero a esas alturas ya no estaba en su mano frenar el conflicto. Pese a ello, no dudó en hacer llamamientos públicos a la paz pues la revolución que él pretendía no era bélica sino espiritual. En ese sentido continuó profundizando en la senda que él mismo había abierto, y así en 1524, siendo consecuente con sus propuestas, abandonó los hábitos y un año más tarde se casó con una ex monja, Catalina Bora, con la que llegaría a tener seis hijos. Paralelamente, los acontecimientos en Alemania seguían su curso, y así en 1526 se convocó una nueva Dieta en Spira que, ante el creciente éxito de los planteamientos de Lutero entre los príncipes territoriales, terminó concediendo un margen amplio a la voluntad de éstos para acogerse en sus territorios a las tesis reformadoras y, en consecuencia, para proceder a la desamortización de los bienes del clero allí donde la Reforma se aplicase. Esta situación duraría muy poco y tres años más tarde una nueva Dieta celebrada en la misma ciudad revocaba lo dicho en la anterior. Las resoluciones de la Dieta se acompañaron por un solemne documento de «protesta» de las ciudades y príncipes reformados en el que declaraban que las nuevas resoluciones pretendían obligarles a actuar en contra de sus conciencias. La protesta terminaría provocando que desde entonces y hasta nuestros días los seguidores de la Reforma luterana fuesen conocidos con el nombre de «protestantes».

El regreso de Carlos V a Alemania en 1530 se tradujo en la última posibilidad de dar una solución política de conciliación al enfrentamiento que dividía el imperio. La Dieta convocada en Augsburgo era el último cartucho de la diplomacia. Lutero, como proscrito, no pudo acudir, pero en su lugar lo hizo Philipp Melanchthon, teólogo muy cercano al ex agustino. Ante la Dieta en pleno presentó la «Confesión de Augsburgo», un documento de tono conciliador en el que se hacía una síntesis precisa de la profesión de fe luterana. Sin embargo los teólogos antiluteranos —sobre todo Eck y Cocleo— no estaban dispuestos a ceder en ninguna de sus ideas y redactaron la «Refutación de Augsburgo» para demostrarlo. La Dieta había vuelto a fracasar como instrumento de conciliación. Sólo quedaba el horizonte de esperanza del concilio, pero para cuando éste comenzó en 1545, la situación había llegado a un punto de ruptura tal que el concilio se había convertido en el de la definición de la Contrarreforma católica. Se trataba del Concilio de Trento. Lutero ni siquiera pudo preparar su réplica pues el 18 de febrero de 1546, durante un viaje a su ciudad natal de Eisleben, falleció. La guerra se había revelado como la única respuesta posible a las diferencias espirituales. La cristiandad se rompía con violencia pues era imposible discernir el límite entre lo religioso y lo político. La defensa de la fe se entendía como una cuestión de Estado y viceversa, y serían necesarias muchas décadas de absurdo enfrentamiento bélico confesional para comenzar a poner las bases de su separación sobre la idea de tolerancia.

Lutero había puesto en marcha sin proponérselo un proceso de reforma de la Iglesia cuyas consecuencias espirituales y políticas dividirían a Europa durante siglos. Con su inmensa labor teológica dio soporte a una nueva definición del cristianismo que abrazarían millones de creyentes, pero además daría pie a una serie de dinámicas históricas de consecuencias esenciales para la política, la religión y la filosofía que conocemos. En un mundo como el actual en que cuesta entender la mezcla indisoluble que de política y religión hacen los regímenes islámicos radicales justificando la muerte por motivos religiosos, conviene más que nunca volver la mirada sobre nuestro propio pasado. La secularización de la política y la construcción de la tolerancia religiosa es uno de los principales logros de la cultura democrática occidental y el fruto de un largo y complicadísimo proceso que comenzó en el siglo XVI y del que Lutero fue en buena medida el detonante.

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