Los grandes personajes de la Historia

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19: Felipe II » El monarca de la hegemonía hispana

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El monarca de la hegemonía hispana

Felipe II fue la cabeza visible del edificio político más poderoso de la Europa del siglo XVI, la Monarquía Hispánica. Llegó a gobernar sobre un territorio tan extenso que imperios como el romano o el alejandrino, en comparación, quedaban ensombrecidos como miniaturas. Monarca ambicioso, campeón del catolicismo, ególatra, solitario, inflexible, asesino cruel pero también político prudente, trabajador inagotable, amante de las artes y las ciencias o padre afectuoso son algunas de las características que, entre la realidad y el mito, le ha atribuido la Historia. Bajo su reinado la Monarquía Hispánica inició una etapa de hegemonía en Europa que habría de durar hasta mediados del siglo XVII, la presencia colonial en Asia y América alcanzó límites insospechados y el desarrollo del arte y la literatura darían inicio al irrepetible Siglo de Oro. Todo ello impulsado por un rey reconocido por sus contemporáneos como el más poderoso monarca de la cristiandad y un hombre de personalidad tan compleja y extraordinaria que cualquier juicio emitido sobre él resulta necesariamente incompleto y todo acercamiento a su figura, necesariamente apasionante.

A juicio del historiador Geoffrey Parker, biógrafo y especialista en la figura del monarca, «la de Felipe II es la historia de un hombre solo, porque fue durante su existencia una figura solitaria, el único protagonista sobre el escenario. Y esto hizo que vivir su vida fuera agotador, que escribir sobre ella sea muy difícil y que estudiarla sea algo confuso». Efectivamente, Felipe II concentró en sus manos un poder y por ende una responsabilidad política tales que la soledad fue consustancial a su cargo, algo que su personalidad tímida e insegura contribuiría a acentuar. Cuando en 1556 su padre, Carlos V, abdicó, Felipe II heredó la corona de los territorios hispánicos de la Monarquía, además de los italianos, los de los Países Bajos en el norte de Europa y, por supuesto, los americanos. Con el paso del tiempo lograría incorporar también la corona de Portugal con su imperio ultramarino, llegando a gobernar sobre una extensión territorial tan vasta que, con razón, se afirmaba que en ella no se ponía el sol. Además, su reinado fue largo, de cuarenta y dos años, en los que la guerra sería casi una constante y su actividad como monarca, frenética. Por ello, acercarse a Felipe II es una labor complicada pues son tantas las posibles facetas para abordar que difícilmente se puede escoger sin dejar algo importante en el tintero. Sin embargo, más allá de los avatares políticos, económicos y sociales de su reinado está la peripecia vital del hombre que vivió condicionado por la magnitud de la figura de su padre, que se casó cuatro veces, que vio morir a nueve de sus once hijos, que conoció el nacimiento de la leyenda negra que le presentaba como parricida perverso y adúltero, que encontró refugio en una religiosidad firme, y que terminó entendiendo el ejercicio del poder como un acto de conciencia en el que la mano de Dios guiaba el destino de España.

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