Los grandes personajes de la Historia

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El comienzo de la hegemonía hispana

Felipe II recibió todos los títulos que había ostentado su padre a excepción del de emperador, que correspondió a su tío Fernando. Se convertía así en cabeza de un conglomerado de territorios diversos que le reconocían como soberano y que, en conjunto, constituían la llamada Monarquía Hispánica: los reinos peninsulares junto con los virreinatos americanos, y los territorios de Italia y los Países Bajos. Aunque como recuerda Antonio-Miguel Bernal, «con la abdicación de Carlos V hay que pensar que se desvanece la idea de un imperio cristiano de raíz bajomedieval», es decir, un único imperio de toda la cristiandad occidental, la monarquía de Felipe II fue por su constitución y vocación un verdadero imperio. Las victorias frente a Francia en las batallas de San Quintín (1557) y Gravelinas (1558) con que se abría su reinado, dieron paso al tiempo que los historiadores denominan como «hegemonía hispana» cuyo punto de inicio sería el tratado de paz firmado con Francia en Cateau-Cambrésis en 1559. Con él se ponía fin a un enfrentamiento bélico de más de diez años y Francia, demasiado ocupada con sus conflictos religiosos internos, dejaba de ser un estorbo para los intereses de los Habsburgo. Como forma de sellar el tratado se pensó en una alianza matrimonial entre Francia y España. Isabel de Valois, hija del rey francés Enrique II, sería la novia, y si bien en un primer momento se contempló la posibilidad de desposarla con el príncipe don Carlos, finalmente se concertó el matrimonio con el propio Felipe II, que en 1558 había enviudado de nuevo.

Aunque Isabel tenía sólo quince años y Felipe II treinta y tres, y el matrimonio no se consumó hasta un año después de celebrarse puesto que la joven reina aún no había alcanzado la pubertad, Isabel de Valois se convirtió en el gran amor de la vida del apodado «rey Prudente». La unión se realizó primero por poderes en Notre Dame de París el 22 de junio de 1559 y con el duque de Alba en representación de Felipe II. Tras la ceremonia, como relata Joseph Pérez, «el duque acompañó a la nueva reina hasta su habitación y, para mostrar que tomaba posesión simbólicamente del lecho nupcial en nombre de su señor, delante de todos puso en él un brazo y una pierna antes de retirarse». Cuando acabaron las celebraciones en Francia, Isabel partió hacia España y a finales de enero de 1560 llegó al punto de encuentro con su esposo, el palacio del duque del Infantado de Guadalajara. Según describe Joseph Pérez, «Felipe II se presentó de incógnito esa noche, y observó a su mujer en un pasillo, a escondidas. El encuentro oficial entre los dos esposos se produjo el 29 de enero de 1560 por la mañana. Isabel le observó con tanta atención que Felipe II exclamó: “¿Qué miráis? ¿Si tengo canas?”». La boda se celebró el 3 de febrero y hasta agosto de 1561 en que la reina desarrolló, Felipe II no consintió en tener relaciones con ella. En el verano del año siguiente Isabel creyó estar embarazada; para celebrarlo, ambos fueron varios días a Segovia de cacería. Se había tratado de una falsa alarma pero en los meses siguientes los hijos tampoco llegaban. Felipe II no parecía estar preocupado, su esposa era joven y nada hacía pensar que pudiese tener dificultades para concebir y, además, la sucesión dinástica ya contaba con un heredero, el príncipe Carlos. Sin embargo la madre de Isabel, regente de Francia desde la muerte de Enrique II, sí estaba impaciente por el nacimiento de un hijo que asegurase el pacto entre coronas y así se lo hizo notar a Felipe II, preocupada por su estancia de varios meses en Aragón lejos de Isabel. El monarca, no sin risas, aseguró a su suegra que se ocuparía de ello, y efectivamente así lo hizo. A su regreso a Castilla en la primavera de 1564 se llevó a su mujer a disfrutar de una larga estancia en Aranjuez que, a juzgar por las cartas de la reina en esa época, fue muy feliz para ambos. En julio Isabel estaba embarazada.

Pero la felicidad habría de durar poco ya que unas semanas más tarde la reina enfermó y los tratamientos médicos de la época a base de purgas y sangrías terminaron por provocarle un aborto. Durante días estuvo al borde la muerte y en ese tiempo Felipe II permaneció sin salir del palacio junto al lecho de su esposa. Habría que esperar a comienzos de 1566 para que la reina volviese a quedar embarazada y en aquella ocasión el embarazo llegaría a término. Como apunta Geoffrey Parker, Felipe II se trasladó junto con la reina a Segovia sin separarse de ella hasta que se presentó el parto, y entonces «permaneció allí (…) cogiéndole la mano y dándole una poción especial que había enviado su madre para aliviar el dolor en el momento del alumbramiento. Después, aunque había esperado un hijo, el rey no pudo ocultar su orgullo y su deleite de haber engendrado una preciosa niña, Isabel, la persona que más tarde en vida iba a significar más que nada en el mundo para él». En octubre de 1567 la reina dio a luz a otra hija, Catalina Micaela, que junto con su hermana mayor Isabel Clara Eugenia fueron el mayor apoyo afectivo que le quedaría a Felipe II tras la muerte en octubre de 1568 de su esposa debido a una complicación en el embarazo de otra niña. A ellas dirigiría años más tarde el monarca las cariñosísimas cartas publicadas por el historiador Fernando Bouza, llenas de recomendaciones para el cuidado de su salud y el de sus nietos y de una cercanía y humanidad que chocan con la imagen distante y severa del rey transmitida por la Historia. La muerte de Isabel de Valois se producía pocos meses después de la del príncipe don Carlos, y ambas coincidieron con la revuelta de los moriscos en Las Alpujarras, marcando un año negro en su reinado. El ánimo del rey decayó profundamente, guardando luto por su esposa durante más de un año. Sin desearlo pero consciente de la necesidad de tener un heredero varón, volvió a contraer matrimonio en 1570 con su sobrina Ana de Austria. Con ella tendría siete hijos, de los que sólo sobrevivió el futuro Felipe III.

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