Los grandes personajes de la Historia

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19: Felipe II » Gobernar la monarquía hispánica

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Gobernar la monarquía hispánica

Los años de matrimonio con Isabel de Valois fueron de relativa calma para Felipe II. Con Francia contenida e Inglaterra en buena sintonía diplomática con la Monarquía, el rey centró su política exterior en el ámbito mediterráneo para poner freno a la peligrosa expansión turca. La revuelta morisca de Las Alpujarras de 1568, que finalmente se saldaría con una feroz represión y el exilio forzado de los moriscos de Granada, no dejó de ser trasunto del problema turco que no se consideró controlado hasta la victoria naval de Lepanto en 1571. Desde entonces y hasta finalizar su reinado, Felipe II dio un giro atlántico a su política exterior, alcanzando su mayor éxito con la anexión de Portugal en 1580. Tras la muerte del rey portugués Sebastián, quedó vacante el trono por ausencia de descendencia directa. Felipe II hizo valer los derechos que le correspondían, como hijo de la emperatriz Isabel de Portugal y primo del padre del rey muerto, aunque finalmente se impuso a sus competidores por las armas. Con la incorporación de Portugal, y por tanto de su imperio ultramarino en Asia y América, a la Monarquía Hispánica, ésta consolidaba su posición hegemónica en Europa. El contrapunto a este triunfo lo pondrían los conflictos en el norte de Europa con Inglaterra y los Países Bajos. El apoyo que los protestantes flamencos recibían de los ingleses terminaría siendo la causa de la ruptura de relaciones con Inglaterra en 1572, que llegaría a su punto culminante con el envío fracasado de una gran armada, la llamada «Invencible», para invadir el reino enemigo en 1588. Por su parte, en los Países Bajos la difusión del calvinismo, la creciente intransigencia del rey (cuya cara más visible fue la represión dirigida por el duque de Alba) y la política centralista dictada desde España terminaron propiciando el fracaso de toda tentativa conciliadora y provocando la rebelión de las provincias del norte, Holanda y Zelanda, que finalmente retiraron al rey su obediencia en 1581.

Toda la política de Felipe II estuvo guiada por un principio fundamental, la defensa a toda costa de la religión católica. Como recuerda Geoffrey Parker, «se creía depositario de la Providencia y estaba convencido de que España tenía un destino que cumplir». En el contexto contrarreformista de la segunda mitad del siglo XVI esto se tradujo en una postura política de creciente intransigencia ante posibles soluciones de tolerancia religiosa, lo que en la práctica supuso el mantenimiento de décadas de política bélica ininterrumpida con un coste difícilmente asumible. Sólo al final de su reinado, rendido ante la evidencia de que no había solución bélica para el conflicto de los Países Bajos, terminó aceptando la segregación de éstos de la Monarquía Hispánica y nombró a su hija Isabel Clara Eugenia como gobernadora de dicho territorio.

Gobernar la monarquía era una labor verdaderamente complicada dado el carácter heterogéneo y disperso de sus posesiones, pero Felipe II se entregó a ello con denuedo. Como apunta Geoffrey Parker, «como jefe de Estado Felipe era un modelo de aplicación y diligencia. Normalmente se despertaba a las ocho de la mañana y pasaba casi una hora en la cama leyendo papeles. Hacia las nueve y media se levantaba, le afeitaban sus barberos y sus ayudas de cámara le vestían. Luego oía misa, recibía audiencias hasta el mediodía y tomaba el almuerzo, que era su primera comida del día. Tras una siesta corta, el rey se recluía a trabajar en su despacho hasta las nueve, hora de la cena. Después seguía trabajando hasta que estaba demasiado cansado para seguir». El problema fue el carácter excesivamente personal que Felipe II quiso imprimir a su labor de gobierno. Aunque estaba asesorado por una extensa red de Consejos (órganos colegiados de consulta), la elaboración de una política planificada a gran escala y a largo plazo era muy difícil, ya que se trataba de un imperio extenso y complejo que exigía dar respuestas coordinadas a multitud de problemas que casi siempre estaban relacionados. Las complicaciones burocráticas de la monarquía se vieron agravadas por la firme voluntad del rey de leer personalmente todos aquellos documentos que debían llevar su firma y de escuchar la opinión de los consejeros sobre cada asunto. Esto se traducía en una carga administrativa aplastante que difícilmente podía asumir un solo hombre. Pese a todo, Felipe II continuó entregado a su labor hasta el final de sus días y sólo cuando sus achaques se lo impedían abandonaba unas jornadas su draconiano ritmo de trabajo. Fue sin duda un hombre entregado a la tarea de ser un rey digno para la Monarquía más grande de su tiempo, pese a lo cual, o quizá por ello, la Historia no siempre le hizo justicia.

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