Los grandes personajes de la Historia

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21: Miguel de Cervantes » El manco de Lepanto

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El manco de Lepanto

El 15 de septiembre de 1569 se publicaba en Madrid una real provisión en la que se declaraba: «Sepades que por los alcaldes de nuestra casa y corte se ha procedido y procedió en rebeldía contra un Miguel de Cervantes, ausente, sobre razón de haber dado ciertas heridas en nuestra corte a Antonio de Sigura (…) sobre lo cual el dicho Miguel de Cervantes por los dichos nuestros alcaldes fue condenado a que, con vergüenza pública, le fuese cortada la mano derecha, y en destierro de nuestros reinos por tiempo de diez años». Cervantes había protagonizado una pelea con un maestro de obras, Antonio Sigura, en la que había hecho uso de su espada. Estos altercados eran entonces muy frecuentes, pero la ley prohibía el empleo de armas en el entorno del alcázar real so pena de cortar la mano a quien lo hiciera. Consciente de su situación, y sin ningún deseo de quedar manco, Cervantes escapó de Madrid para evitar las consecuencias legales de su lance. Parece que primero se dirigió a Sevilla y desde allí embarcó rumbo a Italia. Una vez en Roma, y a través de su padre, iniciaría un proceso de reconocimiento de hidalguía con el ánimo de que, en atención a su condición, la pena física le fuese conmutada. Entretanto, para ganarse la vida entró al servicio de monseñor Giulio Acquaviva en calidad de ayuda de cámara, empleo que pudo haber logrado por intermediación de un pariente, el cardenal Gaspar de Cervantes y Gaete. Sin embargo permanecería poco tiempo en su nuevo trabajo porque difícilmente podía hacerse a una vida de servidumbre alguien con un ánimo tan vivo como para verse envuelto en el asunto por el que había tenido que salir de España. Así, en el verano de 1571, Cervantes abrazó la carrera de armas.

Por entonces Felipe II, aliado con Venecia y la Santa Sede, preparaba una gran flota armada, bajo el mando de don Juan de Austria, para tratar de frenar el avance del Imperio otomano por el Mediterráneo que hacía peligrar los intereses estratégicos y económicos de Occidente. Tras la toma turca de Chipre ocurrida en julio de 1570, Pío V se convertiría en el gran valedor de la citada alianza defensiva que nacería en la primavera siguiente bajo el nombre de Santa Liga. La empresa militar que se preparaba era de enorme envergadura, por lo que cientos de jóvenes en busca de aventuras o de una ocupación digna con posibilidades de futuro se alistaron como soldados. El propio hermano menor de Miguel de Cervantes, Rodrigo, se contaba entre ellos, de tal forma que en julio de 1571 ambos formaban parte de la compañía de Diego de Urbina perteneciente al Tercio de Miguel de Moncada. A comienzos del mes de agosto, Juan de Austria en una solemne ceremonia tomaba el mando de la operación, y el 23 del mismo mes la escuadra española comandada por Juan Andrea Doria y Álvaro de Bazán zarpaba hacia Mesina para encontrarse con las naves venecianas y romanas. Se habían reunido contra el turco casi doscientas galeras, cerca de un centenar de otras embarcaciones entre naos, fragatas y naves de servicio, y un contingente militar de más de ochenta mil hombres.

A bordo de una galera española, La Marquesa, en la que habían embarcado las tropas bajo mando de Diego de Urbina, Miguel y su hermano llegaron el 6 de octubre a las proximidades del canal de Lepanto. En él aguardaba la flota turca de doscientas cincuenta galeras y noventa mil hombres, pero con menos de la mitad de las piezas de artillería que la española. Al alba del día siguiente Miguel de Cervantes, enfermo, temblaba de fiebre en el interior de La Marquesa cuando fue aconsejado por el propio Urbina y sus compañeros que no saliese a cubierta a prestar batalla en tal estado. Sin embargo, tal y como se recogería años más tarde (en 1578) en una información para la que prestaron declaración algunos de ellos, «Miguel de Cervantes respondió al dicho capitán y a los demás que le habían dicho lo susodicho, muy enojado: “¡Señores, en todas las ocasiones que hasta hoy en día se han ofrecido de guerra a Su Majestad, y se me ha mandado, he servido muy bien, como buen soldado; y así ahora no haré menos, aunque esté enfermo y con calentura; más vale pelear en servicio de Dios y de Su Majestad, y morir por ellos, que no bajarme so cubierta!”». Y en efecto combatió con valentía en la encarnizadísima batalla que siguió y que se recordaría desde entonces como una de las más cruentas luchas navales de la Historia, tanto que, a decir de los testigos, «se hubiera dicho que el mar y el fuego no eran sino uno». Finalmente el terrible enfrentamiento se saldaría con la victoria de la Santa Liga, lo que supondría para Occidente acabar con el mito de la invencibilidad naval turca y, para Miguel de Cervantes, no poder usar nunca más su mano izquierda.

En el transcurso de la batalla Cervantes recibió tres disparos de arcabuz, dos en el pecho y uno en la mano, de los que se recuperaría en los meses siguientes en un hospital en Mesina, si bien la mano izquierda le quedaría para siempre anquilosada. Pese a ello, en abril del año siguiente retomó su vida de soldado y esta vez se incorporó a la compañía de Manuel Ponce de León del Tercio de Lope de Figueroa. En ella sirvió hasta bien entrado el año 1575, tomando parte en las acciones armadas de Navarino, Túnez y La Goleta y haciendo vida de guarnición durante su último año de servicio en Cerdeña, Lombardía, Nápoles y Sicilia. La recreación llena de detalles y verosimilitud que años después tendrán sus ambientaciones italianas y sus personajes vinculados a la vida militar beberían sin duda de la experiencia de estos años. A finales del verano de 1575 todo parecía indicar que don Juan de Austria sería llamado a Flandes para tomar el relevo del duque de Alba. Cervantes, quizá cansado de la errante vida militar, con una mano inutilizada y sabedor de la complicada situación económica por la que atravesaba en España su familia, pensó entonces que había llegado el momento de regresar a su patria. En atención a sus servicios consiguió dos cartas de recomendación de Juan de Austria y el duque de Sessa con las que planeaba solicitar algún tipo de merced en reconocimiento de sus méritos (especialmente por su valiente participación en Lepanto) y tal vez lograr el perdón de los años de destierro que según la real provisión de 1569 aún le quedaban por cumplir. Pero cuando sus deseos parecían cristalizar, un nuevo golpe del destino daría un giro radical a su vida: el 26 de septiembre, cuando la galera El Sol en la que había embarcado rumbo a España se encontraba frente a las costas de Cataluña, una flota turca al mando del corsario Arnauti Mamí la interceptó y se entabló una lucha en la que los españoles que no perecieron fueron hechos prisioneros para luego ser vendidos como esclavos. Entre ellos se encontraban Miguel de Cervantes y su hermano Rodrigo.

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