Los grandes personajes de la Historia

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21: Miguel de Cervantes » El cautiverio de Argel

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El cautiverio de Argel

Una de las facetas de la presencia turca en el Mediterráneo que resultaba especialmente peligrosa para los intereses de la Monarquía Hispánica de Felipe II era la acción de los piratas berberiscos procedentes de Argel, Trípoli y Túnez, cuyas incursiones en las costas de España e Italia buscaban hacerse con el mayor número posible de cautivos cristianos. Una vez llegaban a tierras africanas, los vendían como esclavos y el destino que les guardaba solía depender de su condición social, de modo que los más humildes eran empleados como mano de obra, los que poseían algún tipo de formación especializada (sobre todo los armadores de barcos) los destinaban a tareas relacionadas con su oficio, y aquellos que se suponían miembros de las clases sociales algo más altas se convertían en cautivos de rescate, es decir, se pedía una suma a cambio de su liberación. Paradójicamente, las cartas de recomendación de Juan de Austria y el duque de Sessa que llevaba consigo Cervantes como garantía de futuro sirvieron para persuadir erróneamente a sus captores de su relevancia, por lo que fue vendido junto con su hermano como esclavo al segundo de abordo de Arnauti Mamí, Dalí Mamí (conocido como «el Cojo»), quien fijó su rescate en la nada desdeñable cantidad de quinientos escudos de oro.

Como cautivo de rescate la situación de Cervantes en Argel era algo menos penosa que la de quienes no se consideraban merecedores de rescate ya que no tenía que emplearse en faenas duras. Sus días transcurrían encerrado en los llamados «baños», nombre que recibían las prisiones y cuyo ambiente retrataría magistralmente el escritor en sus comedias Los tratos de Argel y Los baños de Argel. Como recuerda Jean Canavaggio, «aunque Cervantes se apiade del destino de sus compañeros (…) nos da del mundo musulmán una representación infinitamente más matizada que la deformación caricaturesca a la que nos acostumbran la mayoría de las veces los escritos polémicos de sus contemporáneos». A juicio de Canavaggio, las descripciones de Cervantes son tan precisas que muy posiblemente, arguyendo su invalidez y como sucedía en casos similares, le hubieran permitido salir durante el día del presidio y, aun cargando con sus grillos, recorrer las calles de la ciudad. De lo que no cabe duda es de que durante los años que vivió como cautivo en Argel, Cervantes continuó cultivando la poesía, lo que apunta un cierto trato de consideración por parte de sus captores que respondería a su convencimiento de que se trataba de un individuo de cierta relevancia en España.

Prisionero y consciente de la enorme dificultad que para su familia sería reunir la cantidad suficiente para conseguir su rescate y el de su hermano, e impulsado una vez más por su vivo carácter, Cervantes trataría de escaparse hasta en cuatro ocasiones de su encierro. La primera de ellas tuvo lugar en enero de 1576: Cervantes y un grupo de compañeros de cautiverio lograron persuadir —seguramente con la promesa de una recompensa— a un musulmán para que les condujese a pie hasta Orán, donde podrían embarcar hacia la Península. Sin embargo, tras algunas jornadas de camino el guía los abandonó; así las cosas, perdidos y sin posibilidad de orientarse, no les quedó más remedio que volver a Argel donde fueron nuevamente encerrados en condiciones aún más duras. La suerte sonrió poco después a dos de ellos (Castañeda y Antón Marco) pues fueron rescatados y regresaron a España, lo que les permitió contactar con la familia de Miguel y Rodrigo, que comenzó a hacer todo lo posible por conseguir el dinero para el rescate de sus hijos. Se endeudaron, vendieron sus bienes y acudieron al Consejo de Castilla solicitando ayudas en atención a la condición de hidalgos de sus hijos y a los servicios prestados antes de su cautiverio, pero no lograron nada de unas autoridades desbordadas por centenares de peticiones idénticas. Haciendo entonces uso de la más genuina picaresca, Leonor, la madre de Cervantes, se hizo pasar por viuda, gracias a lo cual obtuvo una ayuda de sesenta ducados para el rescate de sus hijos. Con este dinero, más lo que habían logrado reunir, tres religiosos mercedarios: fray Jorge de Olivar, fray Jorge de Ongay y fray Jerónimo Antich, partieron con la tarea de traer de vuelta a los cautivos.

Entretanto, en Argel la falta de libertad se hacía cada vez más difícil de soportar y Miguel continuaba trazando planes de fuga. La llegada de los mercedarios en la primavera de 1577 pareció dar un soplo de esperanza a ambos hermanos, pero en el momento de ajustar el trato con Dalí Mamí éste decidió aumentar la cuantía del rescate de Miguel. La cantidad que tenían los monjes no llegaba para cubrir lo exigido a cambio de los dos y ante ello el escritor prefirió que el rescatado fuese su hermano menor. Rodrigo partió entonces libre hacia España pero con el encargo de contactar en Valencia, Mallorca o Ibiza con algún marino de los que se arriesgaban a acercarse a las costas argelinas para rescatar cautivos cristianos, y con dos cartas de sendos caballeros de la orden de San Juan también presos para garantizar el apoyo de las autoridades locales. El plan pensado para liberar a unos quince hombres había sido cuidadosamente trazado por Cervantes mientras tenían lugar las negociaciones de su rescate, de modo que hizo de la contrariedad de que sólo uno de los dos hermanos pudiese ser rescatado un instrumento para lograr su liberación y la de varios de sus compañeros. Conforme a lo acordado con Rodrigo, Cervantes y sus compañeros de evasión aguardarían la llegada de un barco a finales de septiembre escondidos en la gruta del jardín de la casa del alcaide Hasán (tres millas al este de Argel) cuyo jardinero, un esclavo navarro llamado Juan, les prestaría ayuda. Cervantes sería el encargado de llevar a los cautivos hasta allí y de tratar con un renegado apodado «el Dorador» para garantizar los suministros necesarios para su subsistencia. En el mes de mayo, tal y como lo había previsto, Cervantes aprovechó la ausencia de Dalí Mamí —y por tanto su menor vigilancia— para conducir a los catorce cautivos hasta la gruta. Allí permanecieron varios meses a lo largo de los cuales el escritor, como relata Alfredo Alvar, «recogía dinero de limosnas de otros mercaderes cristianos de Argel (…). Con esos dineros compraba víveres y cubría las necesidades de los catorce escondidos». Finalmente, el 20 de septiembre el propio Miguel se dio a la fuga reuniéndose con sus compañeros. Pero en la madrugada del 29 de septiembre el barco que su hermano había conseguido hacer salir desde Mallorca al mando de un antiguo cautivo no llegó. Dos veces había tratado de acercarse a la costa y en su último intento había sido descubierto. La voz comenzó a correr por todo Argel y «el Dorador», temeroso de las represalias, decidió delatar a los cautivos fugados ante el bey de la ciudad Hasán Bajá, que ordenó capturarlos. Conducidos ante Hasán Bajá, Miguel de Cervantes se presentó como responsable único de la fuga y exculpó de toda responsabilidad en su organización a sus compañeros. El bey, quizá impresionado por el comportamiento de Cervantes o quizá pensando en el rescate que podía obtener, decidió perdonarle la vida (suerte que no compartió el pobre jardinero), si bien mandó que lo cargasen de cadenas y lo encerrasen en su propia prisión.

Varios meses más tarde Cervantes salido de ella pues, como cautivo, pertenecía a Dalí Mamí; pero para entonces ya había maquinado un nuevo plan de fuga. En esta ocasión sus esperanzas de libertad se depositaban en la posibilidad de que un cómplice hiciese llegar varias cartas al general del presidio español de Orán, Martín de Córdoba, en las que exponía con todo detalle un nuevo plan de fuga por tierra hasta dicha plaza y para el que solicitaba su ayuda. La suerte volvió a resultarle contraria y el emisario fue capturado cuando llevaba las cartas a su destino. El plan que contenían las misivas y la firma de Cervantes dejaban poco lugar para las dudas sobre la autoría del mismo, por lo que el escritor fue llevado nuevamente ante Hasán Bajá. Su obstinación irritó al bey, que en un primer momento le condenó a recibir dos mil palos, es decir, a morir, si bien la intercesión de algunos cristianos y mahometanos que le apreciaban logró que Hasán le perdonase nuevamente. Aún se intentaría evadir una vez más, en mayo de 1580, aprovechando la intención de un renegado de Granada de retornar a España. Cervantes le convenció para que con la ayuda de un mercader valenciano comprase una fragata con la que organizar una nueva evasión de unos sesenta cautivos. Cuando todo estaba preparado, uno de los participantes en la fuga, el ex dominico Juan Blanco de Paz, delató el plan ante Hasán Bajá. El escritor, convencido de que nada podría librarle de la muerte, escapó y permaneció escondido durante un tiempo en casa de un cristiano. Sin embargo, al ver que nada podía hacer y que la vida de quienes le acogían estaba en peligro, terminó por presentarse voluntariamente ante el bey para asumir la responsabilidad de la fuga. Milagrosamente Hasán Bajá le perdonó aunque volvió a encerrarle en su prisión en las peores condiciones posibles. Cinco meses más tarde, Miguel de Cervantes estaba encadenado en una de las galeras del bey que se disponía a partir hacia Constantinopla cuando en el último instante llegó el pago de su rescate. Pocas semanas antes se habían presentado en Argel varios frailes trinitarios con trescientos escudos que su familia había enviado con tal fin, pero su rescate estaba fijado en quinientos. Los frailes lograron reunir en varios días la cantidad que faltaba con la ayuda de algunos mercaderes cristianos, y cuando el destino de Cervantes parecía estar sentenciado cambió nuevamente. El 19 de septiembre de 1580 quedaba libre y el 27 del mes siguiente volvía a poner los pies en España. Tenía treinta y tres años y en los once que había pasado fuera de su patria había acumulado tal cantidad de experiencias que su prodigiosa capacidad literaria no desaprovecharía.

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